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Sacerdotes: ¿Trabajadores esenciales?





Henry Davis, jesuita y profesor de Moral y Teología Pastoral publicaba en 1935 varios volúmenes que recogían su saber teológico (Davis, HENRY: “Moral and Pastoral Theology in four volumes”. Sheed and Ward, London & New York, 1959). 85 sesenta años después, me topo con el capítulo dedicado a “Las obligaciones de los sacerdotes parroquiales” y leo -textualmente, traducido del inglés-: en tiempo de plaga, el titular de la parroquia no puede estar ausente; debe organizarse -con la ayuda de su coadjutor, si lo tiene- de modo que uno de ellos atienda a los afectados por la plaga, mientras que el otro atienda a los aún no infectados”.



Las Sagradas Escrituras son claras al respecto. El ministerio de Jesús se centra en los estratos sociales marginados en la sociedad de su época: prostitutas, cobradores de impuestos a sueldo del Imperio Romano, mujeres y niños. Los enfermos de toda clase y condición van incluidos en el pack, y destacan de modo prominente los leprosos como grupo social marginal por antonomasia. Si bien la ciencia moderna ha demostrado lo difícil que resulta su contagio, aquella dolencia era temida por todos en la Palestina del siglo I. Tan sólo almas piadosas y misericordiosas -como la del héroe Ben-Hur en la gloriosa superproducción de William Wyler- serían capaces de acercarse a personas infectadas y tratarlas dignamente.



Con un ojo puesto en la obra de Henry Davis, el otro en los Evangelios y, si me lo permiten, el tercer ojo en Judá Ben-Hur, me pregunto: ¿acaso los presbíteros de la Iglesia de Inglaterra, a las órdenes de sus obispos, no están siendo conservadores y poco audaces durante estos aciagos días de muerte y aislamiento? Desconozco el día a día del NHS (Sistema Nacional de Salud), pero intuyo que, a excepción del personal sanitario, los clérigos no están autorizados a visitar a los infectados por el COVID19. En esta sociedad altamente secularizada, nadie discute que, por poner algunos ejemplos, un doctor o una enfermera deban formar parte de la lista de trabajadores esenciales. Sin embargo, por más que investigo esos listados, nunca encuentro la figura del sacerdote. Dios nos libre de descuidar nuestra salud. Sin embargo, ¿qué hay de la salud de las almas de los leprosos de nuestros días? No sólo pienso en los afectados por el virus, sino también en los ancianos y personas discapacitadas que, encerrados en residencias o en sus propios hogares, viven la más amarga de las soledades.



En juego está el modo en que entendemos la misión de la Iglesia en una sociedad que se rige según la Ley y las disposiciones que emanan de los parlamentos y los gestores públicos. El cristiano está llamado a obedecer a Dios antes que a los hombres, como ya se encargaron de proclamar los apóstoles en el marco de su testimonio de fe ante al Sanedrín (Hechos 5:27-33), arriesgando sus vidas hasta el extremo. Puede que sea más necesario que nunca recuperar el espíritu profético de la Iglesia; aquel que llevó a los hermanos Welsey, precursores del Metodismo en Inglaterra, a sacar a Iglesia a las calles, más allá de los muros de las cada vez más vacías parroquias y más cerca que nunca de los últimos y olvidados. Los leprosos del siglo XXI.


Raúl Arkaia

 

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