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Los ministerios eclesiales en los orígenes cristianos: el caso prototípico de la Didaché


Bajo el doble apelativo de Doctrina de los doce apóstoles y Doctrina del Señor (dada) a las naciones por medio de los doce apóstoles (1), el texto de la Didaché, subdividido en cinco partes que contienen a su vez un total de 16 capítulos, fue descubierto en el año 1873 por Philotheos Bryennios, a la sazón metropolita de Nicomedia, quien la publicó por vez primera diez años más tarde.

Bajo forma manuscrita, el texto se encontraba en la biblioteca del Hospicio del Santo Sepulcro, perteneciente al Patriarcado Griego Ortodoxo, en la ciudad de Jerusalén, lugar en el cual reposaba tranquilamente, en la quietud del anonimato, durante más de ochocientos años.

Antedicho manuscrito estaba firmado, fechado y terminado por un tal León, notario (2), el martes 11 de Junio del año 1056. Si según el catálogo de anterior biblioteca el manuscrito debía contener una sinopsis del Antiguo y del Nuevo Testamento atribuida a san Juan Crisóstomo, en realidad consignaba documentos tan importantes como la Epístola del Pseudo – Bernabé, la Carta de Clemente de Roma a los Corintios, la recensión larga de las Cartas de Ignacio antioqueno y – especialmente destacado por su novedad – el texto hasta entonces perdido de la Didaché. Bajo el nombre de Hierosolymitanus 54 (h), el manuscrito fue depositado en la Biblioteca del Patriarcado Griego en Jerusalén a principios del año 1887 (3), lugar en el cual permanece actualmente.

Es prácticamente imposible datar con absoluta certeza este documento ya que comprende su redacción diversas partes, unas mucho más antiguas que otras. Así por ejemplo Robinson opina que fue escrito entre los años 40 - 60 d. J. C. (4), Jean Paul Audet entiende que lo fue entre los años 50 - 70 y Hugues De Riedmatten apuesta por los años 80.

Sea como fuere, la importancia de este codex es enorme, y así ha sido efectivamente reconocido por la prácticamente totalidad de la comunidad patrística. En efecto, ello no solamente debido a la calidad inherente del propio texto, sino también al hecho de ser el único texto integral de tradición directa hasta la fecha conocido.

Coadyuva a su importancia el hecho indiscutible de hallarnos ante el primer catecismo cristiano, el manual catequético, litúrgico y disciplinario más antiguo que el cristianismo conoce.

Ciertamente la Didaché no es una obra homogénea, sino más bien una especie de florilegio, una obra muy compleja, en ciertas ocasiones desconcertante, que no posee una verdadera unidad literaria. A pesar de ello, su texto consigue aglutinar con éxito ricas y diferentes tradiciones del mundo judeocristiano antiguo, preciosos e irrepetibles datos acerca de un cristianismo todavía hoy muy desconocido: el de las comunidades cristianas primitivas de origen no paulino.

Actualmente es opinión común y mayoritaria entre los especialistas que la Didaché no depende en sus citaciones de ningún evangelio sinóptico, aunque esté no obstante en muchos aspectos próxima al evangelio según san Mateo. En realidad, más bien depende de una fuente común a ambos que el mismo texto de la Didaché denomina El Evangelio del Señor, y que los exégetas modernos conocen con el nombre de fuente Q (en lengua alemana Quelle significa fuente), razón por la cual vehicula tradiciones apostólicas tanto orales como escritas contemporáneas e influyentes en el Nuevo Testamento. De entre ellas, pretendemos fijarnos a continuación y de manera muy sucinta en su aspecto jerárquico ministerial y por ende eclesiológico.

La Didaché describe una comunidad en la cual los ministerios carismáticos: apóstoles, profetas y doctores o maestros, son mucho más valorados que los representantes elegidos por la propia comunidad, a saber: obispos - presbíteros y diáconos (5).

Se considera todavía, y esto nos da una idea de la antigüedad del texto que nos ocupa, que el verdadero apóstol, el ministro de más viso, admiración y renombre, es el profeta carismático itinerante. La razón de ello se halla en que mientras los denominados ministerios fijos o estáticos fundamentan su autoridad en una elección humana, no sucede lo mismo con los carismáticos, los cuales basan antedicha autoridad directamente en un acto soberano de Dios, quien les acuerda un don especial para el ejercicio ministerial de su carisma.

Ante este estado de cosas, y dada la situación de progresivo abuso y corrupción que experimentarán - cómo veremos - los ministerios carismáticos itinerantes, el didaquista o compilador final de nuestro texto (muy probablemente un presbítero – obispo) exige el respeto y la consideración absoluta de la comunidad hacia los ministerios más débiles, es decir los fijos, representados por las figuras de los presbíteros - obispos y diáconos respectivamente. Si bien es cierto que el didaquista no explicita en detalle nada sobre antedicha corrupción, no es menos cierto que la misma puede leerse entre líneas al consignar éste la antigua tradición que reza que el profeta itinerante, considerado verdadero y prístino apóstol, únicamente puede permanecer acogido y sustentado en la comunidad que lo acoge fraternalmente en visita durante un máximo de dos días, espacio durante el cuál goza abiertamente del derecho consuetudinario a la manutención y al sustento, antigua tradición que se completa y relaciona con la no menos antigua de ofrendar comida al apóstol con la finalidad de que este pueda alimentarse durante sus sucesivas itinerancias. Parece evidente por la advertencia del didaquista que esta antigua costumbre fue despreciada y torcida malintencionadamente por parte de los “falsos profetas”, es decir, apóstoles corruptos, que pretendían substituir la comida humilde (“pan”) por el cobro de cantidades de dinero supuestamente elevadas (6).

Ciertas secciones de la Didaché, concretamente los capítulos XI-XV, testimonian efectivamente acerca del progresivo desprestigio, declive y pérdida de calidad evangélica del mensaje y figuras de los ministerios denominados itinerantes o carismáticos (recordemos apóstoles, profetas y maestros o doctores), en directo beneficio de la instalación progresiva de una jerarquía basada en el tenor de los ministerios jerárquicos fijos, especialmente de los presbíteros – obispos y diáconos, todos ellos todavía expresando funciones prácticamente indiferenciadas y reinando la sinonimia entre los primeros y los segundos, tal como sucede en el Nuevo Testamento en el contexto de las cartas deutero paulinas pastorales. Como muy bien ha señalado Louis Paul, sus funciones jerárquicas se centrarían en la inspectoría, vigilancia y cuidado de la comunidad tal y como sugiere la misma etimología de la palabra episkopo, así como en las propia y diversamente litúrgicas centradas en la fracción el pan, exigiéndoseles por parte de la comunidad un modus vitae irreprensible. Didaché (7) y el corpus deutero paulino pastoral (8) se acuerdan en antedichas exigencias.

Todos estos rasgos anteriores que hemos señalado nos muestran, bellamente y en embrionario esbozo, la articulación y la interrelación existente entre los ministerios de predicación y de dirección en las comunidades apostólicas antioquenas, destacando como ya señalábamos anteriormente, el hecho indiscutible de que nos hallamos ante un texto que describe una comunidad muy antigua, sin duda inmersa en pleno período apostólico (9), una comunidad que no conoce a la sazón todavía el itinerario histórico que demuestra el asentamiento definitivo de los carismas estáticos ni mucho menos el pasaje – no bíblico por otra parte – hacia el denominado episcopado monárquico, que se vería establecido no sin muchísima discusión (10) a partir de la recensión larga del epistolario de san Ignacio de Antioquía (11)

No cabe duda que, considerada en su conjunto, la jerarquía eclesiástica que hallamos en la segunda mitad del siglo I descrita en la Didaché, adquiere un carácter muy rico, polifacético y dinámico en el cuál apóstoles, profetas, doctores o maestros, es decir los ministros carismático itinerantes, alrededor de los cuáles las multitudes se concentran y alaban y las ofrendas se consagran, priman todavía en fama y en aprecio sobre el “clero (12)” sedentario aunque – sin embargo – sea ciertamente a éste último a quién incumba normalmente el servicio específico de vigilancia y de inspección en la comunidad. El propio dinamismo interno, el vigor y el fervor de la comunidad implica que los ministros misioneros sean de más viso que los diáconos y que los presbíteros – obispos, compartiendo no obstante con estos últimos el servicio divino y la fracción del pan.

La Didaché se constituye de este modo en el ejemplo vivo de una Iglesia Apostólica, la de Antioquía de Siria, que, al igual que sucede en la Iglesia madre de Jerusalén descrita idílicamente por Lucas en su segundo evangelio, contempla la visita de apóstoles itinerantes, de profetas y de doctores, quienes construyen la comunidad desde el más puro elemento carismático, elemento no obstante que se verá despotenciado enormemente con el paso de los años por mor de una organización más sedentaria y racional de las comunidades locales y que constatará con vigor y con no menor celeridad la progresiva implantación del episkopos y de su episkopé, concentrando en su ministerium o servicio las antiguas funciones pastorales y litúrgicas desarrolladas antaño por los ministerios de la itinerancia: apóstoles, profetas y maestros.

Podemos afirmar sin reservas que ya antes del último tercio del segundo siglo cristiano los itinerantes desaparecen prácticamente completamente del panorama ministerial cristiano en beneficio del desarrollo ministerial de los presbíteros – obispos. De hecho, esta misma situación acontece no únicamente como estamos constatando en Antioquía y en Jerusalén, sino que también lo hace en prácticamente toda la oikumene, siendo el caso más destacado el de su capital, Roma, como demuestra sin ninguna duda el tenor de la mal denominada Primera Epístola de Clemente Romano a los Corintios, un texto apostólico que ahora no podemos abordar, pero que denota una organización comunitaria colegial en cuya cabeza se ubican los presbíteros – obispos tradicionalmente contemporáneo a nuestra Didaché, éste, un escrito en definitiva, que muy correctamente podríamos calificar de paradigmático – por ejemplar - y que se situaba en la misma base de la vida religiosa, moral y litúrgica de la gran mayoría de comunidades cristianas formando parte históricamente y sin ambages de los escritos bíblicos canónicos entre las comunidades sirias hasta bien entrado el siglo IV.




 


1 Título probablemente extraído de Hechos 2, 42. De estos dos títulos anteriores, hay que retener el más largo. En cuanto al más corto, es en realidad una especie de abreviatura intercalada al título largo de origen tardío.

2 La identidad de este notario es del todo imposible de determinar a causa de la caótica confusión documentaria reinante en las bibliotecas bizantinas durante los períodos de guerras y entreguerras comprendidos entre los siglos XIX y XX.

3 Antes de su transporte, el manuscrito era conocido internacionalmente con el nombre de Manuscrito de Constantinopla o Manuscrito constantinapolitano.

4 Para el complejo tema de la cronología de la Didaché, así como en general también para la datación del resto de escritos apostólicos, es importante destacar el trabajo del obispo anglicano de Woolwich John Arthur Thomas Robinson, autor del conocido libro: Redating the New Testament, London, 1976. En el año antedicho Robinson ponía en tela de juicio la totalidad de las dataciones clásicas de los escritos del Nuevo Testamento y también de los textos apostólicos y sub apostólicos, demostrando la fragilidad de los razonamientos sobre las que estas tradicionalmente se apoyaban. Robinson tomó como fecha base para su estudio la caída de la ciudad de Jerusalén bajo Tito el año 70 de nuestra era, arguyendo que tamaño acontecimiento jamás podría haber sido silenciado por los autores neo testamentarios si realmente les hubiese sido conocido. La conclusión se imponía por sí misma: anteriores autores elaboraron sus obras antes de la fecha del 70. Lo que aquí nos interesa retener ahora es que, según esta sugestiva teoría, todos los escritos apostólicos debieran ser considerados mucho más antiguos de lo que tradicionalmente se han venido considerando. En el concreto caso de la Didaché, Robinson entiende que debió escribirse entre los años 40 y 60 de nuestra era.

5 Didaché XV, 1 – 2 : Elegid obispos y diáconos dignos del Señor, hombres mansos, desinteresados, sinceros y probados pues ellos ejercerán también entre vosotros los ministerios de los profetas y doctores. No los despreciéis pues son gente honorable entre vosotros junto a los profetas y doctores.



6 Didaché XI, 5: Recibid en nombre del Señor a los apóstoles que os visitaren, en tanto permanecieren un día o dos entre vosotros: el que se quedare durante tres días, es un falso profeta. Al salir el apóstol, debéis proveerle de pan para que pueda ir a la ciudad hacia donde se dirija: si pide dinero, es un falso profeta.

7 XV, 1 - 2: Para el cargo de obispos y diáconos del Señor, elegiréis a hombres humildes, desinteresados, veraces y probados, porque también hacen el oficio de profetas y doctores. No los menospreciéis, puesto que son vuestros dignatarios, juntamente con vuestros profetas y doctores.


8 Baste como ejemplos 1 Tm 3, 1 -7: Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo; Y Tt 1, 6 – 9: El que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía. Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo.


9 Incluso san Pablo, en 1 Corintios 12, 27-30 ubica respectivamente apóstoles, profetas y doctores como los más importantes representantes de la comunidad:


Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. Y a unos puso Dios en la Iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas. ¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos?


10 No podemos ocuparnos tampoco ahora de esta cuestión. Baste decir no obstante que se trata del documento apostólico más discutido en los últimos 500 años, desde la aparición de la Reforma Protestante, dado que la Iglesia Católica Apostólica Romana base fundamentalmente su estructura jerárquica tripartita monárquica ministerial en Ignacio antioqueno.


11 Nos referimos al Corpus denominado recensión Media (M) comprendiendo las siete Epístolas de san Ignacio a los Efesios, Magnesios, Tralianos, Filadelfos, Esmirnios, Romanos y la carta a san Policarpo de Esmirna, editado por primera vez por el arzobispo anglicano de Armagh (Irlanda) James Usher, firmando Iacobus Usserius, en Oxford, en el año 1644. Recordemos brevemente que existen también otras dos recensiones: la Larga (L), publicada en 1498 en París en lengua latina por Jacobus Faber Staupulensis y en 1557 en griego por Valentin Hartung, también conocido por el sobrenombre de “Frid” o “Paecus”. Esta recensión contiene un total de trece cartas: Ignacio a los Magnesios, Tralianos, Filadelfios, Esmirniotas, a Policarpo, Efesios, Romanos, María (la madre de Jesús) a Ignacio, Ignacio a María (la madre de Jesús), Tarsianos, Filipenses, Antioquenos y a Erón; y la Corta (C), que contiene solamente tres cartas: Ignacio a los Efesios, Romanos y a Policarpo. Además de estas anteriores, poseemos también otra recensión epistolar compuesta de dos cartas de Ignacio a Juan, el apóstol de Jesús, de Ignacio a la madre de Jesús (María), y la respuesta de María a Ignacio. Esta última recensión es claramente apócrifa y tardía (siglo XII de nuestra era).


12 La palabra clero es aquí voluntariamente anacrónica. Tanto el Nuevo Testamento, fundamentalmente a partir de la Epístola a los Hebreos, de autor desconocido e hipotéticamente redactada por un ex sacerdote judío de la órbita escolar paulina, como Didaché no conocen en absoluto la diferencia ontológica monárquica católico romana entre laos y klêros, destacando a Cristo como único sacerdote y a los cristianos como pueblo sacerdotal. En consecuencia, el sacerdocio de los cristianos incumbe a todos los bautizados en el Dios trino. Este carácter “democrático” – otro anacronismo voluntario - de los ministerios es en estos textos antedichos difícilmente discutible, constituyéndose en consecuencia los ministerios no en categorías ontológicas sino en auténticos servicios hacia la comunidad.

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