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Teoría de la convolución

Andrés Ortiz-Osés

TEORÍA DE LA CONVOLUCIÓN

Las teoría de la evolución es una teoría típicamente occidental que interpreta la realidad como un desarrollo de menos a más, de lo simple a lo complejo. Es una teoría que trata de explicar el paso o tránsito de lo inorgánico a lo orgánico, de la materia al espíritu, de las cosas u objetos al hombre como sujeto. La teoría de la evolución es una teoría que explica la realidad de abajo arriba, de lo inferior a lo superior. Una teoría científica, pero no filosófica.

Como es sabido, coexiste una teoría de la involución típicamente oriental que intenta explicar la realidad filosófica y no científicamente, como un traspaso o desarrollo de lo superior a lo inferior, de arriba abajo, del espíritu puro a la materia impura. En la teoría evolutiva hay una gradación positiva, un progreso o progresión, mientras que en la teoría involutiva hay una degradación negativa, un regreso o regresión. La clásica mentalidad occidental es progresista y expansiva, la clásica mentalidad oriental es ingresista e impansiva, integrista.

En la teoría occidental de la evolución se parte del ser ínfimo (caos) para arribar al ser superior (cosmos), en la teoría oriental de la involución se parte del ser superior (cosmos) hasta bajar al ser ínfimo (caos). Resulta por ello consecuente que el Dios occidental comparezca más bien como el Horizonte último del sentido, mientras que el Dios oriental suele comparecer como el Origen primero del sentido. Por todo ello la perspectiva oriental nos resulta complementaria de la nuestra, ya que en lugar de ascender a través de la evolución, en realidad descendemos a través de la involución.

Ello nos invitaría a realizar un descenso desde el espíritu puro a su encuentro impuro en el hombre, descendiendo al reino animal y al vegetal, hasta allegarnos al reino mineral diluido o liquidado por el agua y los gases. Para los orientales el mundo es una deflación del Dios, es decir, su vacío; para los occidentales Dios es una inflación del mundo, una incierta abstracción. Por eso para aquellos el origen es plenario pero discurre hacia el vacío (nirvana), mientras que para nosotros el origen es un vacío (cuántico) que discurre hacia su realización plena.

Ahora bien, entre la evolución occidental y la involución oriental, yo quisiera introducir el término mediador de la convolución, o simplemente covolución. El cual mienta un envolvimiento de los contrarios, origen y fin, ser y vacío, materia y espíritu. Como quería Empédocles, hay una mezcla de los opuestos, una co-evolución hacia arriba y abajo, una implicación de contrastes de lo real. La realidad es un lenguaje o articulación de ida y vuelta, el Dios está encarnado y la materia transida o atravesada de espíritu. No hay nada original puro o material impuro, sino que todo está entrelazado y por tanto mezclado, no hay espíritu puro y materia impura sino co-evolución de la materia y el espíritu, Pero tampoco hay un yo ni un tú, sino en relación o correlación coexistencial

Según un antiguo adagio, el hombre es para el hombre un “daimon”, o sea, el/lo otro, la otredad que me refleja, confina y define, de modo que solo me conozco a través del otro. El daimon es la experiencia de mi otredad, la apertura que garantiza mi yo, la mediación entre el yo y el otro. Hay una relacionalidad radical de lo real, cuya desrelación significa su irrealidad; y hay una correlacionalidad del hombre con el hombre, cuya descorrrelación significa su inhumanidad. Sin el otro no hay yo, mas con el otro soy otro. Aquí se funda y funde el diálogo interhumano, la complicidad del hombre con el hombre como cómplice o implicado en el mismo mundo común.

El hombre como daimon significa que el hombre no es ni un diablo impuro ni un ángel puro, sino espíritu enmaterializado y materia transmaterial. El hombre como daimon es un mediador entre el ser y la nada, entre la inflación de lo real y su deflación irreal. La realidad no es evolutiva ni involutiva, sino convolutiva, porque se agita hacia delante y atrás, arriba y abajo, buscando mediaciones y remediaciones de sentido, coimplicando el espíritu y la materia en una síntesis cuyo resultado contingente es el propio hombre.

Por todo ello no hay nada unilateral, puro o esencial, pues todo es ya mezcla existencial y mestizaje cultural. La verdad no es una, como quiere el monismo, sino al menos dos entrelazadas dialógicamente. Proyectamos así un humanismo del otro, un humanismo otro ya no basado en la evolución materialista ni en la involución espiritualista, sino en la convolución de la materia y el espíritu, del yo y del otro, del Dios y el vacío. Ahora la realidad no es caos o cosmos, sino caos y cosmos: caosmos.

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