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¿Por qué me identifico con la Comunión Anglicana?por Javier Otaola

¿Por qué soy cristiano?

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Como dice mi filósofo de juventud, Fernando Savater, con su cáustico espíritu crítico: "Creer hoy en día, después de 2000 años de cristianismo no es tanto creer sin haber visto, sino creer después de todo lo que hemos visto". Es innegable que la historia de las diferentes iglesias cristianas está llena de luces, sabiduría y heroicas virtudes, pero también de violencias, supersticiones y vanidades; no podemos negar que el nombre de Dios se ha utilizado en muchas ocasiones con intenciones espurias, al servicio de intereses ideológicos, políticos y económicos muy poco edificantes, pero es que los seres humanos estamos hechos de una combinación paradójica de buenas intenciones y mezquinas pasiones que se manifiestan en todos los órdenes de lo humano, pero, felizmente, Deus semper maior.

        

Nacido en el seno de una familia convencionalmente católica, en el año 1956 fui bautizado como era preceptivo y viví mi infancia y mi juventud en un Estado confesionalmente católico-romano, en una dictadura surgida de un alzamiento militar contra la legalidad democrática y una cruenta guerra civil, calificada como Cruzada. Estudié el bachillerato elemental, el bachillerato superior y el preuniversitario en un colegio  de Bilbao, dirigido por la Compañía de Jesús, marcado por la barroca espiritualidad de los discípulos de Loyola, y realicé mis estudios completos de Derecho y dos cursos de Filosofía en la Universidad de Deusto, también regida por los jesuitas, de los que tengo buen recuerdo, sin embargo debo decir que entre los 19 y 20 años, en contacto con la efervescente realidad social y vital del momento, y gracias a mis lecturas juveniles de Ortega y Gasset,  desarrollé una pasión por la filosofía, que me llevó a frecuentar a autores como Michel de Montaigne —bendito sea— Fernando Savater, Albert Camus, Cesare Pavese, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Hannah Arendt, Marx, Freud, Jung, Nietzsche..., el pensamiento y la sociabilidad contemporáneos son radicalmente seculares y en esa época me alejé completamente de la Iglesia católico-romana y de mi fe adolescente, alejamiento que viví en aquel entonces como una verdadera liberación. Sin embargo, nunca me he definido a mí mismo como ateo ni como agnóstico. Asumo que Dios no puede ser objeto de conocimiento científico por lo que la Ciencia deber ser metodológicamente agnóstica, y asumo también que el ateísmo es una posición filosófica perfectamente legítima, pero a mí nunca me ha interesado existencialmente. Siempre me he movido entre el Dios relojero de Voltaire y el Logos encarnado de Juan, el cuarto evangelista, hijo de Zebedeo, el discípulo amado de Jesús.


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         A lo largo de mi vida me he interesado por los pensamientos fronterizos entre teología y filosofía y tengo que agradecer el benéfico efecto de las lecturas de Hans Küng, vg: ¿Existe Dios?, de Paul Tillich, especialmente El coraje de existir, de John Polkinghorne, su Reason and Reality: Relationship Between Science and Theology (1991), y de Javier Gomá y su Necesario pero imposible (2013).


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         Mi acercamiento al anglicanismo, como suelen ser las cosas de la vida, ha sido el resultado de casuales o mejor dicho providenciales encuentros. El primero de ellos fue la amistad que a lo largo de los años me brindó Andrés Ortíz-Osés, (Tardienta, Huesca, 1943-Zaragoza, 18 de junio de 2021) filósofo español, sacerdote católico, además de antropólogo y escritor aforístico, profesor en Deusto y fundador de la hermenéutica simbólica que me abrió a una visión del sentido que trasciende todas las barreras sectarias.


         Providencial fue conocer en 1988-89 a Don Carlos López Lozano. A través de su amistad entré en contacto con la Iglesia Española Reformada Episcopal (Comunión Anglicana). Unos años después tuve el honor de asistir, con mi mujer y mis suegros, en la Catedral del Redentor en Madrid, el 5 de noviembre de 1995, a la ceremonia de consagración de Don Carlos como Obispo de la Iglesia Española Reformada Episcopal, celebrada por el entonces arzobispo de Canterbury George Carey, primado de la Iglesia de Inglaterra y de la Comunión Anglicana. El 5 de noviembre de este año 2025 se cumplen 30 años de su consagración.

[Obispo D. Carlos López Lozano]

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         Me gusta el espíritu de libertad y el respeto que se respira en la Comunión Anglicana, una tradición cristiana arraigada en la Historia que asume por eso mismo su historicidad siempre en proceso, que no teme mostrar su vulnerabilidad, una Iglesia global que se siente parte de la Iglesia universal, la Comunión Anglicana no está definida teológicamente por posicionarse a favor o en contra del clero homosexual o por las mujeres obispo..., son las diferentes Iglesias nacionales en ejercicio de su autonomía las que deben definir su posición en esos temas según los tiempos y según los contextos nacionales, pero lo que sí define unánimemente a la Comunión Anglicana como Comunión de Iglesias es la proclamación de Cristo Resucitado y la celebración, con genuina alegría, de la buena noticia del Evangelio.


        La profundidad anglicana radica en su sentido de la Tradición y de la Historia que es, a la vez, humana y sagrada, en su libertad espiritual, en su respeto de la diversidad y en su sentido de la liturgia. Pienso, como ese gran cristiano que es Blas Pascal, (1623-1662) que la fe es a la postre una apuesta metafísica, personal e intransferible, que nadie puede hacer por nosotros, y que ninguno de nosotros puede hacer por los demás.


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         Siempre me he sentido bienvenido a compartir la inclusividad anglicana, y gracias a la Iglesia Española Reformada Episcopal puedo llamarme cristiano: porque creo y espero en la Buena Nueva anunciada por Cristo en el Evangelio y rubricada por su ejemplaridad como Logos encarnado, muerto y resucitado. Lo que somos en cada momento de la vida no es definitivo, existir es un proceso, una constante metamorfosis, una aventura siempre en curso que sostiene por la fe que la muerte no tendrá la última palabra. 


Vitoria, viernes, 31 de octubre de 2025, día de la Reforma.


          

 
 
 

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