La Pascua II, por Miquel-Ángel Tarín i Arisó
- Escritorio Anglicano

- 18 ago
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La Pascua:
Origen, significación y cronología
(Parte segunda)
Por: Miquel – Àngel Tarín i Arisó

Cada vez cobra más carta de sentido entre los especialistas la hipótesis de que, antes del relato de la Pasión consignado en el evangelio más antiguo, es decir según san Marcos, existiese un relato previo conocido entre los cristinos y compuesto por cálamo desconocido que hubiera descrito una primera Pasión de Jesús.
Este texto habría condensado - numerosos son los eruditos que consideran que esta condensación también es propia tanto de los sinópticos como del Cuarto Evangelio - durante el espacio temporal de una semana varios meses de la vida de Jesús, aproximadamente medio año, y habría circulado con considerable éxito durante los 30 – 40 años primeros que sucedieron a su muerte, tiempo antes por lo tanto de que los evangelios canónicos hubieran hallado forma escrita.
Hoy por hoy su texto es absolutamente imposible de recomponer, a pesar de la sólida ayuda y consiguientes aproximaciones que nos brindan los métodos científicos histórico-críticos. San Marcos habría utilizado este documento, de manera que sus fuentes de inspiración no hubieran sido exclusivamente las tradiciones populares orales acerca de la Pascua, sino ellas, nuestro antecitado texto que bien podríamos calificar de “evangelio premarcano” naturalmente ampliado y completado por san Marcos, a la vez que habría conocido un documento que la Academia – esta vez sí - ha podido reconstruir prácticamente en su integridad denominado “Q”.
San Lucas sigue bastante más que san Mateo el orden textual de la Fuente “Q”, aunque ambos lo hacen de manera diferente, frecuentemente alternando las perícopas o consignando la realización de ellas o de alguno(s) de sus elemento(s) en contextos dispares.
Así por ejemplo, en el caso del Padrenuestro, que ni Marcos ni tampoco san Juan registran, Mateo y Lucas no acuerdan el lugar de su prédica por parte de Jesús. En efecto, mientras Mateo (6, 9 -13) lo ubica en el contexto del Sermón de la Montaña, san Lucas (11, 1- 4) lo relaciona sin embargo con una oración que Jesús realiza probablemente a solas “en cierto lugar” tras la cual un discípulo indeterminado le ruega que le muestre como se debe orar al Padre recordando al Maestro, no sin una evidente intención teológica, que también Juan (el Bautizador) enseñó a orar a sus discípulos.
Respecto a dicha fuente recordemos que se denomina “Q” porque la palabra “fuente” en alemán se escribe Quelle, habiéndose retenido su primera letra en mayúscula para designarla siguiendo la propuesta de Johannes Weiss a principios del siglo XX, si bien es cierto que su existencia ya había sido postulada un siglo antes.
Dicha fuente contendría una colección escrita basada en tradiciones orales acerca de los dichos, obras y enseñanzas de Jesús que habrían utilizado san Mateo y san Lucas en la redacción de sus evangelios. A pesar de que actualmente reina un amplio consenso entre los académicos acerca de su existencia – no es precisamente poco significativo que antedichos evangelios compartan cerca de 240 versículos desconocidos por san Marcos, versículos a la sazón en muchas ocasiones idénticos - hay que recordar que la fuente “Q” continúa siendo una hipótesis.
Aunque no consideramos descabellada esta hipótesis, en nada tendrá que afectar no obstante su existencia a lo que desarrollaremos a continuación en nuestra exposición.
Como hemos señalado, Marcos consigna el más antiguo relato de la Pasión de entre todos los evangelios tanto canónicos como también apócrifos. San Mateo y san Lucas no hacen más que seguir el íter de su narración, si bien es cierto que añadiendo no pocas variantes, al punto que logran desgraciadamente introducir a sus lectores, en numerosas ocasiones, en el interior de un frondoso e intrincado laberinto interpretativo complejo y hasta intransitable en orden a sus contradicciones mismas cuando de reconstruir la Pasión se trata.
En cuanto al evangelio canónico según san Juan, como ya es bien conocido, tanto en su muy elevada teología como en lo que al relato de la Pasión se refiere, transita por diferentes caminos al trazado por los sinópticos. Sin embargo es importante destacar y tener en mente que los conoce perfectamente de primera mano, que los ha tenido ante sus ojos y que no duda en retocarlos y hasta en contradecirlos cuando la fineza de su teología así lo exige.
Algunos importantes autores, de entre los cuales cabría destacar como “chef de file” al profesor Raymond Edgar Brown, consideran que los hechos pascuales no se habrían producido en realidad en la época propia de la Pascua judía, sino más bien en el contexto de la Fiesta de “Sucot”, que nosotros habitualmente traducimos como fiesta de los “Tabernáculos” o de las “Cabañas”, también a la sazón una importante celebración de obligado peregrinaje celebrada como memorial del éxodo que el pueblo judío realizó tras su azarosa salida de Egipto.
Durante su marcha peregrina el pueblo hebreo padeció los rigores del desierto viéndose obligado en consecuencia a subsistir en cabañas carentes de ningún tipo de lujo y pergeñadas como buenamente podían por ellos mismos. Durante la fiesta que celebraba los pasados episodios del Éxodo, los peregrinos construían también cabañas que evocaban estos antiguos y sencillos refugios hogareños así como las bendiciones recibidas por Dios en orden a su supervivencia.
Que Jesús asistió por lo menos a una de estas festividades es algo indudable, pues lo señala claramente san Juan (7,15) evocando su magisterio. La presencia de palmas, una plantación no característica de la agricultura jerosolimitana sino galilea, portadas según los textos bíblicos por parte de los peregrinos, no eran características de la celebración de la Pascua, sino de la fiesta de los Tabernáculos. El canto en forma de estribillo entonado también por estos mismos peregrinos y basado en el salmo 118 tampoco era pascual, sino propio de la liturgia de la fiesta del mes de setiembre: “Sucot”:
“Incluso hoy día se traen las palmas a Jerusalén desde Jericó. A causa de la mención joánica de las palmas algunos han sugerido que la entrada en Jerusalén tuvo lugar realmente en la Fiesta de los Tabernáculos, en la cual se traían una gran cantidad de palmas desde el valle del Jordán para construir las tiendas y para llevarlas en procesión (Lev 23, 40: 'El primer día [de la Fiesta de los Tabernáculos] tomaréis frutos de los mejores árboles, ramos de palmera, ramas de árboles frondosos y sauces del río…'; Neh 8, 15: 'Salid al monte y traed ramas de olivo, de pino, de mirto, de palmera …')”
(The Gospel according to John, London: Chapman, t. I, 1978, p. 457)
Tomado de manera global el relato de la Pasión debe ser sin duda considerado en su gran mayoría como histórico. Ello no obsta la presencia de antecitadas contradicciones, la mayor de entre las cuales habrá de ocuparnos posteriormente.
Recordemos que la Pascua fue la primera, más antigua e importante festividad litúrgica celebrada por los primeros cristianos. Ello mucho tiempo antes que otras festividades, hoy en día destacadas y entrañables, como podría por ejemplo ser la Navidad o Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, la Epifanía o la Teofanía ortodoxa. La Pascua representaba la fiesta anual más destacada, por encima de Shavuot y de Suqot, todas ellas fiestas como se ha dicho de peregrinaje obligado a Jerusalén como señala Levítico 23, 5-8:
5 En el mes primero, a los catorce del mes, entre las dos tardes, pascua es de Jehová. 6 Y a los quince días de este mes es la fiesta solemne de los panes sin levadura a Jehová; siete días comeréis panes sin levadura. 7 El primer día tendréis santa convocación; ningún trabajo de siervos haréis. 8 Y ofreceréis a Jehová siete días ofrenda encendida; el séptimo día será santa convocación; ningún trabajo de siervo haréis.
Aunque desconocemos el origen histórico de la Pascua judía, una fiesta seguramente enraizada con el carácter trashumante de los antiguos pastores judaitas nómadas politeístas que marcaba el equinoccio de la primavera y con ella el obligado movimiento de los ganados hacia nuevos y más fértiles pastos, estas ancestrales tradiciones pastoriles, propiciadas en realidad por el calendario de los ciclos de la naturaleza, habrían conducido hacia el sacrificio cruento de animales, cabras y corderos, seguramente en forma de jóvenes primicias sin mácula, como acción de gracias hacia las divinidades otorgantes de prosperidad, paz y fecundidad, así como protectoras de los malos espíritus acechantes.
Con el paso del tiempo, estas tan antiguas tradiciones habrían sido reelaboradas y teologizadas para ser consignadas en la narrativa de Moisés, un personaje perteneciente más a la memoria colectiva que a la historia científica tal y como la conocemos en nuestros días. De este modo el “Pésaj” cristalizaría como el pasaje desde el cautiverio egipcio hacia la libertad del pueblo elegido por Yahvé bajo el pacto de la Ley.
Al unisón, probablemente a partir de la sedentarización relacionada con el cultivo y con la cosecha del trigo, el “Pésaj” habría incorporado en su devenir la presencia de pan cenceño. Este tipo de pan sin levadura añadida a la masa es de hecho el más natural e instantáneo, dado que está constituido únicamente por harina y agua, siendo por lo tanto el primer pan que la humanidad conociera teniendo a Egipto “El granero del mundo” como su originario productor.
A esta festividad del pan ázimo, de carácter agrícola, se le añadió la más antigua fiesta del cordero, dando lugar con el tiempo al “Pésaj”. Ello probablemente sucedió en el siglo VII a.C., bajo el reinado del buen rey Josías, como explican detalladamente los profesores Rainiero Cantalamessa y Robert Martin – Achard.
La Pascua cristiana orienta hacia el pasaje de la muerte hacia la vida a través de la resurrección de Jesús que asegura la nuestra conllevando la derrota definitiva de la muerte. Por esta razón los elementos centrales de la Pascua son siempre la muerte y la resurrección.
Jesús habría establecido en el contexto de la santa cena un signo sacramental eucarístico comunicador de la gracia divina autodesignándose como el pan de vida venido del cielo. La ingesta del pan y del vino (su cuerpo y su sangre) son los elementos o especies (Lc 22,7-20; Mt 26,17-29; Mc 14,12-25; 1 Co 11,23-26).
La nueva Alianza se asienta en consecuencia en la Pascua hallando en Cristo su vicario cordero pascual. Es justamente durante una celebración judía pascual tradicional que Jesús pasa (“Pésaj”) y trasciende la tradición judía para inaugurar el nuevo camino de la fe que se basará exclusivamente en su persona. Compréndese ahora la razón profunda por la cual había profetizado Juan el bautizador (Jn 1, 29):
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”
Ante las novedosas palabras de Jesús en el cenáculo no es de extrañar la sorpresa de los apóstoles. Ellos, varones judíos calados, de pura cepa, habiendo participado de tantas cenas pascuales según el orden de la religión judía, nunca antes habían escuchado semejantes menciones ahora recitadas por el Maestro mismo. No será en realidad sino tras la resurrección – el “Pésaj” de Jesús al Padre – que comprenderán plenamente el sentido definitivo y plenificante de la nueva Pascua que incluirá hasta la creación, y que se distanciará, superándola, de la pascua judía para siempre. La nueva y definitiva Pascua encuentra en el cenáculo y en la eucaristía en este inaugurada la anticipación de los misterios pascuales y la degustación previa del definitivo Reino de Dios.
Las palabras de Jesús en los evangelios canónicos son muy significativas, apuntando hacia una invitación y una promesa:
Mt 26.26-29:
26 Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. 27 Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; 28 porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. 29 Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.
Mc 14.22-25
22 Y mientras comían, Jesús tomó pan y bendijo, y lo partió y les dio, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo. 23 Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio; y bebieron de ella todos. 24 Y les dijo: Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada. 25 De cierto os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo en el reino de Dios.
Lc 22.14-20
14 Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. 15 Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! 16 Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios. 17 Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; 18 porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga. 19 Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. 20 De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.
Bien podríamos hablar en consecuencia de un memorial[1] y de un deber de la lógica cristina ligada al anuncio, como bien entendió san Pablo:
1 Cor 11,26:
“Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”.
Y así es como desde sus inicios, ya en Jerusalén, los creyentes celebraban la eucaristía en las iglesias domésticas, y hasta hoy en las diferentes iglesias cristianas durante su singladura terrestre (¿Quién sabe si también en el Reino venidero?):
Hechos 2,42:
“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”
Y ello lo hacían “mia ton sabbaton” (acabado el sábado, el primer día de la semana) el día eucarístico por excelencia cuando los cristianos se reunían para “partir el pan”, es decir, para realizar la acción de gracias, como nos relata Lucas en su segundo evangelio en el contexto de su estancia en Troas:
Hch 20,7
7 El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba (...)
Parece, pues, demostrado que la Pascua de Jesús transcurre formalmente dentro del marco de una pascua judía convencional. Sin embargo, materialmente, dicha pascua se reconvierte y evoluciona hacia una celebración nueva de carácter absolutamente trascendental y escatológico que apunta plenamente hacia su persona como mediadora definitiva entre Dios y los hombres y a la eucaristía como signo de reconocimiento de la cristificación y de la hermandad del ser humano que incluye la creación donde éste habita, invitando a su repetición a la Iglesia de todas las épocas como sacramento nuevo de la fe en su persona.
Sentadas estas bases habremos ahora de preguntarnos por la fecha de la pascua bíblica de Jesús el Mesías, porque de la respuesta que ofrezcamos dependerán en mucho ciertos aspectos teológicos que deberemos considerar. A la vez, nos interrogaremos también acerca de la práctica celebrativa pascual en la Iglesia de los Padres, aspecto irrenunciable que nos informará del alcance de la recepción de la Pascua en la Iglesia antigua, así de cómo fueron interpretadas en dicha Iglesia las palabras de Jesús que asombraron en tanto a los Apóstoles. Aunque todo ello pertenece a otra historia que en breve abordaremos.

[1] El de su vida, su muerte y su resurrección siendo indisociables todas ellas de su amorosa labor intercesora a la diestra del Padre.
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