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Las cartas de Ignacio de Antioquía (II), por Miquel - Àngel Tarín i Arisó







“Cada día sabemos más y entendemos menos”

Albert Einstein



En una primera y reciente entrega (“Escritorio Anglicano”, enero de 2022) tratamos de concretar el escenario vital en el que se movió Ignacio de Antioquía, así como dimos noticia de su obra. Una obra a la sazón más que discutida en orden ya no solo a su autoría, topografía y datación sino - especialmente - a su contenido. Efectivamente, pues a partir del mismo la Iglesia Católica Apostólica Romana extrae en gran parte la justificación teológica del denominado “episcopado monárquico”.


De los tres epistolarios de las cartas ignacianas que poseemos, recordemos las denominadas recensiones Larga (L), Media (M) y Corta (C), la posición que desde antiguo ha venido denominándose tradicional, influida y guiada especialmente por los estudios del eminente profesor Adolf Karl Gustav Von Harnack, acuerda en considerar como auténtica o “textus receptus” la denominada recensión Media (M), también conocida con el nombre de recensión eusebiana, por mor del insigne historiador Eusebio de Cesearea (s. IV), quien fuera el más antiguo escritor eclesiástico en compulsarlas.



Recordemos que la recensión Media (M) está compuesta por un total de siete cartas, aunque con un texto cada vez más reducido que el escrito en la primera recensión.


Antedicha recensión la forman las epístolas a:



Magnesios

Trallanos

Filadelfios

Esmirnios

Efesios

Romanos

Policarpo de Esmirna


Decíamos también que más de medio milenio contempla una pugna, en ocasiones dramática y hasta algo draconiana, permítasenos la expresión, alrededor de absolutamente cualquier temática relacionada con el pensador antioqueno, de manera que no es posible el abordaje del mismo sin penetrar, ni que someramente fuera, en antedicha temática.


Nosotros lo haremos a partir de lo que consideramos nuclear; A saber: las informaciones que habrán de proporcionarnos tres estudios contemporáneos, abordadas todos ellas desde diferentes perspectivas, que contestan no obstante al unisón la posición tradicional proponiendo a la vez nuevas soluciones con las cuales resolver el complejo dossier de las cartas del obispo antioqueno.[1]


Creemos necesario, por su especial interés y actualidad, proceder en las páginas siguientes a una revisión de sus más significativas conclusiones.


El primero de los estudios en orden temporal (1969) fue el propuesto por el franciscano holandés Reinoud Weijenborg,[2] erudito que aceptó la posibilidad de que Ignacio, tal y como quiere Eusebio, desarrollara su actividad literaria en el segundo siglo cristiano, componiendo en su itinerario martirial hacia Roma sendas cartas dirigidas a diferentes comunidades insertas en el Asia Menor cristiana.


No obstante, tales cartas únicamente habrían llegado hasta nosotros a través de un complejo proceso de interpolación, experimentando, en consecuencia, numerosas amputaciones y añadidos. En opinión de Weijenborg el “corpus” final habría que considerarlo definitivamente muy tardío, concretamente del siglo IV.


La primera recensión contendría trece epístolas, la segunda también trece en su primera forma, aunque finalmente solamente permanecieran siete. La tercera recensión estaría formada únicamente por tres cartas. Todas y cada una de las tres recensiones antecitadas habrían sido compuestas - como ya dijimos - en la segunda mitad del cuarto siglo o, como máximo, en la primera mitad del quinto.[3]


Lo verdaderamente novedoso que ofrece el estudio del erudito profesor franciscano holandés radica en el hecho de haber invertido completamente el enfoque tradicional del dossier ignaciano, apuntando por vez primera la posibilidad de que la Recensión Media (M) estuviera formada a partir de la Larga (L) y viendo en la persona de Evagrio Póntico su creador.[4]


El segundo autor que debemos considerar es el profesor emérito de autores antenicenos y de patrología de la Facultat de Teologia de Catalunya, Barcelona, Josep Rius-Camps quien fuera a la sazón nuestro formador.



[ Profesor Josep Rius-Camps ]


Este brillante y original autor sorprendió en el año 1977 a toda la comunidad patrística sin excepción con sus tesis.[5] Para Josep Rius, únicamente una epístola de entre todo el “corpus ignatianus” nos habría sido legada originalmente, es decir, completamente tal y como fuera concebida y escrita por Ignacio de Antioquía: se trata de la “Epístola a los Romanos”.


El hecho de estar dirigida a los fieles de la comunidad de Roma, un territorio muy lejano geográficamente del lugar donde opera realmente el interpolador - o refundidor si obedecemos a su específica terminología - unido al hecho de haber experimentado un proceso de transmisión independiente del resto de cartas, salvó, por así decirlo, a nuestra carta de una más que probable adulteración.


De todas las cartas que van dirigidas a comunidades asiáticas, solamente tres contarían a Ignacio como su verdadero artífice. Nos referimos a las destinadas a los fieles magnesios, trallanos y efesios. No obstante, a pesar de ello, tales cartas tampoco podrían asimilarse a los textos tradicionales de la Recensión Media (M) que la historia nos ha legado. Por esta razón el profesor Josep Rius i Camps se esforzará, ayudado de un rigor filológico crítico poco habitual, en aras de la elucidación del verdadero texto de anteriores cartas librándolo así a la comunidad científica.


Absolutamente todas las epístolas habrían sido redactadas antes del final del siglo primero, concretamente en el veintenio que transcurre entre los años 80 - 100. Ello es así porque todas ellas reflejarían una temática similar a la comprendida en los escritos de los apóstoles Pablo y Juan. La anterior, se trata de una idea que progresivamente ha ido generando cada vez un consenso más amplio entre los especialistas. Valga como ejemplo mentar aquí al insigne erudito Raymond Winling.[6]


El refundidor, operando siempre en los límites geográficos inherentes al Asia Menor, habría desarrollado su actividad en alguna fecha del tercer siglo. Esto se explicaría fundamentalmente – entre otras numerosas razones que Rius i Camps aporta y que nosotros ahora por razones de espacio obviamos – por el hecho de que el resto de las cartas:


(1) Poseen un contenido manifiestamente antidoceta y antijudío.[7]


Hay que señalar que para Josep Rius i Camps la polémica de Ignacio en contra de los docetistas es muchísimo más viva y virulenta que la desarrollada contra los judaizantes, puesto que los primeros cuestionaban abierta y radicalmente la encarnación, aparte de la unidad, el tema ignaciano por excelencia.


Así resume el profesor Rius su visión acerca de la cuestión docética:


Los docetas reducían a uno solo los hechos salvíficos del Salvador, a saber, a la venida del Salvador sobre Jesús en el bautismo del Jordán, momento en que Jesús tuvo la gran experiencia del Espíritu. Los demás hechos (incluida la muerte en la cruz) no tenían para ellos valor ‘salvífico’ alguno, ya que el Salvador los realizó solo en apariencia (to dokéin)[8]”.


Un decenio más tarde el profesor catalán definirá más exactamente las características fundamentales del sistema gnóstico docético contra el cuál debió enfrentarse Ignacio:


El común denominador de dichos sistemas (gnósticos) consistiría en una propuesta de salvación integral del individuo por medio de la gnosis o conocimiento experiencial alcanzada gracias a la iluminación obrada en ellos por el Salvador. Éste, procedente de la esfera divina, habría venido a revelarles su pertenencia al mundo superior sin contaminarse para nada con la materia”. [9]


2) Utilización sistemática de un vocabulario tardío


3) Defensa de un modelo organizativo eclesial excesivamente vertical y jerarquizado, de carácter tripartito: obispo, presbítero y diácono, a todas luces inexistente en la época en la que escribió el verdadero Ignacio.


En relación con el resto de las epístolas, a su juicio no deben ser consideradas más que añadidos y/o retoques a las ya anteriormente mencionadas.


La pregunta entonces aparece por sí misma: ¿por qué razón el interpolador se esforzó tan intensamente en su labor? Probablemente porque su propia condición de obispo de la ciudad de Filadelfia así se lo “exigió”, ya que con este proceder alcanzaba importantes logros:


1) Dotar de mayor fuerza y carisma a las estructuras eclesiásticas ya tardías y operantes en su época


2) Convencer, desautorizar y silenciar la oposición de determinados sectores contestatarios pertenecientes a la iglesia de Filadelfia y adláteres


3) Defender a su comunidad y demás áreas de influencia de las corrientes gnósticas y judías


4) Potenciar el nacimiento de una nueva tipología teológica que progresivamente habría de afianzarse sólidamente en la Iglesia primitiva: la martirial


5) Defender la teología de la intercesión al proponer rogar a todos sus destinatarios para que realizasen oraciones intercesoras en favor de la comunidad siria


Por todas estas anteriores razones aludidas, el interpolador – refundidor, “Ignacio de Antioquía”, se esforzó lo más esmeradamente que supo en aras de hacer creíble a sus lectores todo un extenso y pretendido “corpus” epistolar cuya autoridad monárquica se asentaba en Ignacio, el celebérrimo obispo de Siria.


Sin embargo, a ojos de Josep Rius i Camps, Ignacio jamás habría sido realmente obispo monárquico de la ciudad de Antioquía. Esta opinión es también compartida por un elevado número de eruditos, así por ejemplo Bernard Dupuy, quien además precisa que más exacto fuera considerar el episcopado de Ignacio antioqueno como un carisma o vocación de llamado, pero no como una función ministerial en el sentido estricto del término.


De otra manera dicho, es más correcto identificar a Ignacio de Antioquía no como un obispo monárquico sino antes bien como un servidor. Así mismo es de hecho como él mismo se califica. Es decir, un conocido y prestigioso diácono preocupado por las amenazas heréticas que rondaban a su propia comunidad y a las que le son circunvecinas:


“(El refundidor) hace que se solidarice con los diáconos; asigna al mártir Ignacio el grado mínimo de diácono y lo circunscribe a Antioquía de Siria (esto) prueba que cuando Ignacio pasó por Asia no se valoraban los títulos eclesiásticos sino la fidelidad al evangelio rubricada con el martirio”.[10]


No puede pasarse bajo capa de silencio el hecho de que ni un estado tan monarquizado del episcopado, dividido como ya se dijo en tres grados: obispos, presbíteros y diáconos, ni una eclesiología tan evolucionada hubieran sido imaginables en el período cronológico comprendido entre los años 80 y 100:


“El falsificador presupone una eclesiología mucho más evolucionada, por cuanto sitúa obispos en todas las ciudades importantes de las provincias de Siria y del Asia”. [11]


[Maria Grazia Mara]

Recientemente, en un libro que homenajea la trayectoria profesional de la destacada profesora italiana Maria Grazia Mara, Josep Rius i Camps señala la figura de Ignacio de Antioquía no solamente como un destacado campeón de la lucha contra los docetas, sino también siendo un testigo ocular de la resurrección de Jesús.[12]

En efecto, puesto que únicamente un testigo ocular de la resurrección de Jesucristo podría afirmar - contra los docetas – haber conocido a Jesús “en sarki”, es decir, en un cuerpo, después de la resurrección. Además, esta afirmación podría poseer base bíblica ya que según el apóstol san Pablo (1Co 15, 6 - 7), los testigos de la resurrección de Jesús no se limitaron únicamente a los doce apóstoles y a sus familiares, sino que también incluyeron a esos “quinientos hermanos” o apóstoles misioneros itinerantes que cita el texto bíblico, entre los cuales bien podría haberse hallado Ignacio.



 


[1] CHARLES MUNIER, “A propos d’Ignace d’Antioche”, en: Revue des Sciences Religieuses 54 (1980) 55 - 73, realiza un excelente resumen crítico de los trabajos de Robert Joly y del profesor Josep Rius i Camps. Será el mismo Munier quien resuma también el itinerario histórico del debate ignaciano en: Où on est la question d’Ignace d’Antioche?, 359 - 484. Nosotros - no obstante - no lo seguiremos en nuestro abordaje. [2] Les Lettres d’Ignace d’Antioche, Étude Critique, Littéraire et de Théologie, traducido del holandés al francés por B. Héroux, Leiden. [3] Id. 17 - 19. [4] Para su hipótesis de autoría consultar el artículo del mismo REINOUD WEIJENBORG: “Is Evagrius Ponticus the Autor of the Longer Recension of the Ignatian Letters?”, en: Antonianum 44 (1969) 339 - 347. [5] JOSEP RIUS i CAMPS, “Las Cartas Auténticas de Ignacio, el obispo de Siria”, en: Revista Catalana de Teologia 2 (1977) 31 - 149; “La Interpolación en las Cartas de Ignacio. Contenido, Alcance, Simbología y su Relación con la Didascalia”, en: Revista Catalana de Teologia 2 (1977) 285 - 371. Todos estos artículos fueron posteriormente refundidos y completados en el libro titulado: The Four Authentic Letters of Ignatius, the Martyr. A Critical Study based on the Anomalies Contained in the Textus Receptus, Roma, 1979. [6] “Datation des lettres d’Ignace d’Antioche. Notes de Lecture, Recherche Thématique”, en: Revue des Sciences Religieuses 54 (1980) 262. [7] JOSEP RIUS i CAMPS, “Indicios de una redacción muy temprana de las cartas auténticas de Ignacio (c. 70-90 d.C.)”, en: Studi Sul Cristianesimo Antico e Moderno, in Onore de Maria Grazia Mara, M. Simonetti y P. Siniscalco, (eds.), t. I: Temi di Esegesi, Questioni di Letteratura Cristiana Antica, Roma, 1995 (Augustinianum 35) 212. [8] “Ignacio de Antioquia, ¿Testigo Ocular de la Muerte y Resurrección de Jesús?”, en: Bíblica 70 (1989) 452. [9] El protognosticismo de los docetas en las cartas de Ignacio, el obispo de Siria (Ieph – Ism e Itr), y sus conexiones con los evangelios contemporáneos, en: Studia Patristica XXXI, Louvain, 1997, 173. [10] JOSEP RIUS i CAMPS, “Las cartas auténticas de Ignacio..., 134 - 135 [11] Id. 134. [12] “Indicios de una redacción muy temprana..., en: Augustinianum 35, 207 - 208. Este punto de vista está ampliamente desarrollado por el propio erudito catalán en el artículo: “Ignacio de Antioquía, ¿testigo ocular de la muerte y resurrección de Jesús?”, en: Bíblica 70 (1989) 449 - 473.



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