El salmo olvidado, por Rvdo. Juan María Tellería
EL SALMO OLVIDADO
Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga
Cualquier lector habitual de la Santa Biblia a quien preguntemos cuántos salmos contiene el Salterio, nos responderá de inmediato: “ciento cincuenta”, cifra que es de muy fácil comprobación en cualquier versión al uso de las Sagradas Escrituras, ya sea católica, protestante o interconfesional, al menos en nuestro idioma (1).
La sorpresa se dibuja, no obstante, en los rostros de muchos cuando descubren en la Septuaginta griega o Versión de los Setenta (LXX), así como en ejemplares antiguos de la Vulgata latina, en algunos manuscritos de la versión siríaca o Peshitta, en ciertas liturgias católicas hoy en desuso y en ediciones de la Biblia empleadas por las iglesias orientales de nuestros días (2), la existencia de un Salmo 151, del cual no hay rastro alguno en el Texto Masorético hebreo (TM).
Se trata de una composición breve, de tan solo siete versículos, que citamos a continuación a partir de la Septuaginta (3):
1a. Este salmo autógrafo de David y fuera de número [trata de] cuando peleó con Goliat.
1. Yo era el menor (4) entre mis hermanos, y el más joven en la casa de mi padre. Pastoreaba las ovejas de mi padre.
2. Mis manos ejecutaron música con el instrumento y mis dedos tocaron el arpa.
3. ¿Y quién lo anunciará a mi Señor? El Señor en persona, él mismo lo oirá.
4. Él mismo envió su ángel y me sacó de las ovejas de mi padre, y me ungió con el óleo de su unción.
5. Mis hermanos eran hermosos y grandes, pero no se complugo en ellos el Señor.
6. Salí al encuentro del adversario (5) y me maldijo por sus ídolos. (6)
7. Mas yo saqué su espada de junto a él y lo decapité, y quité el oprobio de los hijos de Israel. (7)
Aunque tanto para judíos como para cristianos occidentales esta composición se encuadra dentro de la literatura apócrifa, dados sus rasgos evidentemente tardíos y su no inclusión en el Salterio, lo interesante del caso es que no se trata, pese a lo que en otros tiempos se había afirmado, de un poema o cántico que viera la luz en los círculos judíos alejandrinos de habla griega, donde se originó la LXX, sino de un salmo de origen palestino con una más que probable prístina redacción en hebreo, como han atestiguado los hallazgos de Qumrán. En efecto, el rollo 11QPsa (11Q5) presenta en su columna XXVIII dos poemas que evidencian muy bien su parecido con el Salmo 151. Rezan así:
Aleluya de David, hijo de Jesé.
Yo era más pequeño que mis hermanos
y más joven que los hijos de mi padre;
él me estableció pastor de su rebaño
y jefe de sus cabritillos.
Mis manos construyeron una flauta,
mis dedos una cítara
y di gloria a YHWH.
Me dije a mí mismo:
las montañas no testimonian a su favor
ni las colinas proclaman a su cuenta
ni los árboles sus palabras
o los corderos sus obras.
¿Quién, pues, irá a proclamar,
quién dirá
y quién contará las obras del Señor?
Dios lo ve todo,
él todo lo escucha
y presta oído.
Envió a su profeta para ungirme,
a Samuel, para hacerme grande.
Mis hermanos salieron a su encuentro:
de buen tipo,
de bella presencia.
Eran de gran estatura,
eran de hermosos cabellos,
pero YHWH Dios no los escogió,
sino que envió para tomarme de detrás del rebaño
y me ungió con el óleo santo
y me estableció líder de su pueblo
y jefe de los hijos de su alianza.
Comienzo de la hazaña de David,
después de que le ungiese el profeta de Dios.
Entonces vi un filisteo
amenazando desde [...]
yo [...] (8)
Una simple lectura, incluso superficial, del primer poema hace bien patentes las ideas y las imágenes expresadas en los primeros cinco versículos del Salmo 151; el contenido del segundo, del que no se han conservado más que dos versos y una palabra suelta, se correspondería, probablemente, con los versículos 6 y 7, sin que podamos añadir mayores detalles. Pero ello es más que suficiente para que se plantee con total naturalidad la pregunta de si el Salmo 151, tal como aparece en la LXX, sería la traducción al griego de un resumen en hebreo de estos dos poemas qumranitas o si, por el contrario, los poemas hallados en 11Q5 se inspirarían más bien en el Salmo 151 en una primera versión original hebrea de la cual el texto de la LXX sería la traducción, pudiéndose aportar argumentos a favor y en contra para ambas posturas.
Lo cierto es que el texto del Salmo, según lo hemos leído en la LXX, y aun admitiendo estar “fuera de número” (versículo 1a), atribuye directamente su composición al propio rey David y presenta el tema de su victoria sobre el gigante filisteo Goliat (9) como una, al menos aparente, autoexaltación personal; la composición viene narrada, efectivamente, o bien con formas verbales en primera persona del singular que presentan al cantor de Israel como el sujeto de la acción referida (10), o bien con claras alusiones al “yo” del compositor-protagonista por medio de pronombres personales o posesivos en funciones sintácticas complementarias (11), todo lo cual encaja sin mayores dificultades con lo que leemos acerca de David en los libros 1 y 2 Samuel. Al igual que sucede con otras muchas composiciones del Salterio, nos encontramos en el Salmo 151 con una clara ficción literaria que hace de David, el gran rey y cantor de Israel por antonomasia, su autor (12).
Pero, por encima de la ficción literaria en relación con su autoría y más allá de todas las cuestiones referentes a su lugar o fecha de composición, es decir, todo aquello que tiene que ver con su reconocimiento o no como texto canónico, el Salmo 151 rezuma una espiritualidad auténticamente veterotestamentaria, genuinamente bíblica, dentro de la más pura ortodoxia del pensamiento israelita, si se enfoca sin a prioris ni prejuicios de ningún tipo. Las alusiones a la presencia del Señor, Dios de Israel, que todo lo oye —dicho de otra manera, que todo lo conoce (v. 3)— o a la unción efectuada sobre David sin mención alguna de la intervención del profeta Samuel (13), hacen hincapié en la realidad divina como fundamento de la vida de David, siempre con la finalidad de beneficiar a Israel. Dios unge directamente a David en esta composición, sin indicarse mediación humana alguna, porque la mano del joven cantor ha de ser la que quite el oprobio, la deshonra de su pueblo, eliminando de un solo golpe de espada al gran enemigo (14). Se inscribiría, pues, esta breve y sencilla composición en el ámbito de toda la literatura davídica veterotestamentaria que hace de la figura del rey-salmista un personaje esencial en la historia de Israel, protagonista de la gran hazaña de la unificación de las tribus hebreas septentrionales y meridionales, además de conquistador de la ciudad de Jerusalén, y de manera muy especial objeto de la elección divina y digno de alcanzar la bendición de una alianza muy concreta que tiene proyección eterna, mesiánica, como se lee en las tradiciones davídicas recopiladas en los libros de Samuel y de manera muy especial en 1 Crónicas, obra de la restauración y ejemplo preclaro de todo un proceso de mitologización nacionalista del nombre de David, el gran rey de tiempos pasados.
Rasgo específico de la teología de este salmo es la presencia del Ángel del Señor (v. 4) a quien Dios envía para sacar a David de las ovejas y ungirle, retomando una imagen muy propia de las antiguas tradiciones israelitas recogidas básicamente en el Pentateuco y la literatura deuteronomística en tanto que hipóstasis del propio Señor (15), con alguna mención posterior de claro sabor arcaizante (16). En este sentido, podemos decir, la aparente centralidad del presunto compositor-protagonista del salmo cede su lugar a la presencia y la acción de Dios a favor de su pueblo. La victoria sobre el enemigo pagano no es tanto una proeza de David como una clara manifestación de las magnalia Dei, de las grandes gesta Dei que buscan siempre la redención de Israel. El Salmo 151 ha de ser considerado, por tanto, un cántico esencialmente teocéntrico, una esmerada composición que se inscribe, sin apartarse a la derecha ni a la izquierda, dentro de la corriente de pensamiento de la Historia de la Salvación o Heilsgeschichte que colorea el conjunto protocanónico del Antiguo Testamento y también la literatura deuterocanónica comúnmente reconocida como tal por ciertos sectores del cristianismo de Oriente y Occidente.
Digámoslo sin ambages: es una lástima que este hermoso ¿y por qué no? inspirado e inspirador salmo no forme parte del Salterio que todos conocemos en nuestras biblias occidentales (17). No nos compete, por supuesto, cuestionar los principios que guiaron a quienes decidieron en su momento los límites del canon sagrado del Antiguo Testamento, pero sí reivindicar ediciones de las Sagradas Escrituras que no dejen de lado ni desdeñen piezas literarias y teológicas de envergadura que otrora formaron parte del conjunto considerado como textos sacros, al menos en determinados círculos judíos, antes de que el mítico concilio de Jamnia (o Yavné, según los transcriptores) decidiera de una vez por todas el número exacto de libros canónicos veterotestamentarios tal como lo encontramos en nuestras ediciones protestantes actuales de la Biblia (18).
Del Salmo 151, con su belleza literaria, la claridad de su expresión, y sobre todo, con su profunda sencillez y su sencilla profundidad teológica, podemos en definitiva decir lo mismo que de otras obras literarias bíblicas que el mundo protestante considera extracanónicas: es una composición buena para leer e inspiradora para la piedad cristiana.
(1) No sucede así en versiones ecuménicas en idiomas distintos del nuestro como, entre otras, las inglesas RSV (Revised Standard Version) y NRSV (New Revised Standard Version).
(2) Coptos, armenios y malabares, básicamente.
(3) Tenemos ante nuestros ojos la edición clásica de Alfred Rahlfs, publicada por la Deutsche Bibelgesellschaft en Stuttgart, 1979.
(4) La traducción de estas palabras en la Vulgata, pusillus eram, está tomada literalmente de la Vetus Latina.
(5) Literalmente, “del extranjero”, entendido como sinónimo de “enemigo”.
(6) La Vulgata añade un versículo 7 que reza: “En el poder del Señor le lancé tres piedras. Le di en la frente y cayó a tierra”. Curiosamente, 1 Samuel 17, 49 menciona una sola piedra.
(7) La traducción es nuestra. Nos hemos ajustado al texto lo más literalmente posible. El corchete del versículo 1a lo hemos añadido para mejor comprensión del conjunto.
(8) GARCÍA MARTÍNEZ, F. Textos de Qumrán. Trotta, 1992, p. 348.
(9) 1 Samuel 17. En realidad, el Salmo 151, como hemos visto, no contiene ninguna de estas tres palabras: “gigante”, ”filisteo” o ”Goliat”; las hemos hecho constar solo porque forman parte del texto de 1 Samuel 17 y porque de tal modo se conoce a este legendario personaje abatido por David.
(10) “Yo era” (v. 1); “Salí” (v. 6); “yo saqué”, “decapité”, “quité” (v. 7).
(11) “Mis manos”, “mis dedos” (v. 2); “Mis hermanos” (v. 5); “me sacó”, “me ungió” (v. 4); “me maldijo” (v. 6).
(12) Ver a tal efecto la introducción al Salterio del clásico de clásicos Comentario Bíblico San Jerónimo, vol. II, publicado por Ediciones Cristiandad.
(13) En contraste con lo que se lee en los poemas qumranitas y en 1 Samuel 16.
(14) Recuérdese que la alusión a las piedras lanzadas por David contra el filisteo no consta en el texto griego del salmo, sino en una interpolación recogida en la Vulgata. Cf. supra nota 6.
(15) Cf. Génesis 16, 7.9.10.11; Éxodo 3, 2; Números 22, 22-27.31-35; Jueces 6, 21.11; etc.
(16) Cf. 1 Crónicas 21, 15.16; Zacarías 1, 11-14; etc.
(17) No debe confundirse la cuestión de la inspiración de un texto con su canonicidad. Se trata de conceptos distintos.
(18) Cf. MIMOUNI, S. C. Les Chrétiens d’origine juive dans l’Antiquité. Albin Michel, 2004.
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