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Celebración del valor humano, por el Rev. Mark Oakley



Mark Oakley lleva la lente de la fe a los sonetos de Shakespeare

Soneto 1, de William Shakespeare (impresión c.1910)





Fué un sacerdote, Francis Meres, un hombre muy familiarizado con la escena literaria, quien, en su Tesoro del ingenio de 1598, elogia a Shakespeare como poeta y como dramaturgo, refiriéndose a sus "sonetos azucarados entre sus amigos privados". Sin embargo, no fue hasta 1609, cuando Shakespeare tenía 45 años y era un conocido autor de unas 30 obras de teatro, que sus sonetos se imprimieron por primera vez como una colección.

No sabemos cómo cayeron, los sonetos para el gusto de la época entonces quizás estaban un poco pasados de moda, pero, con el tiempo, se volvieron (aunque a veces difíciles de leer) profundamente amados, admirados, estudiados, conservados y recitados por generaciones. Escrito a lo largo de 20 años de la vida de Shakespeare, aunque los grupos de sonetos tienen temas superpuestos o ecos entre sí en sonido o enfoque, no forman una secuencia continua. Cada uno puede disfrutarse en sí mismo: invitaciones a las intimidades de la relación de la humanidad con el tiempo y consigo misma; con el corazón humano, el deseo y la sexualidad; y la gama de pasiones y confusiones que llenan nuestras noches inquietas y nuestros días ocultos.

Algunos piensan que los sonetos son solo sobre el amor, y los sonetos son, de hecho, sobre el amor, desde muchos ángulos y en muchas formas, pero también tratan sobre muchas más cosas.


Se debate si los sonetos son transparentemente autobiográficos y, como creía Wordsworth, eran la llave con la que Shakespeare "abrió su corazón". Sin embargo, lo que está claro es que siguen siendo una llave que puede abrir nuestros corazones. Mientras los leemos, una y otra vez, a veces luchando por comprender, persistimos porque, aunque no siempre podemos entenderlos de inmediato, sabemos que ellos nos están dando un sentido que requiere paciencia para ser plenamente comprendido.


Penetran tanto en los horizontes lejanos como en los rincones de nuestros corazones, nos susurran palabras y aliento en una misteriosa asociación, haciéndonos visibles a nosotros mismos; son ejercicios meditativos para una destilación que tantas veces anhelamos y no encontramos.


A menudo los Sonetos dicen cosas similares de las parábolas de Jesús. Una en el Evangelio de Lucas (12:16-21) que trata sobre un hombre que ha olvidado que las mejores cosas de la vida nunca son cosas. Como muchos de nosotros, parece haber sido dominado por la adicción a acumular, poseído por la posesión, dejándolo con mucho para vivir pero no tanto para vivir. Se dirige a su alma: “Alma”, dice, “relájate, come, bebe, regocíjate”.

El soneto 146 también se dirige al alma, pero, se siente, más adelante, después de que ha aprendido que la vida no es para principiantes y que sus pérdidas, ya sean de amor, de salud o de las personas que más amamos, duelen; y nos proporciona una lente diferente para ver a través de esas pérdidas. Shakespeare se dirige al alma, pero ahora es “Pobre alma”. Registra el “árbol interior”; ve cómo, aunque la vida es “un alquiler tan corto”, pinta las paredes de sí mismo mientras por dentro se desmorona.

Por el amor de Dios, casi puedes oírlo decirse a sí mismo, actúa con calma: “Compra conceptos divinos en la venta de las horas; alimentate interiormente, fuera de tí no seas rico nunca más.” La idea es evangélica: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”.

Una de las muchas cosas que hemos aprendido de la pandemia que estamos viviendo es que el virus no discrimina; ha dejado a trabajadores mal pagados en morgues improvisadas, y la propia Reina, sola en su banco, de luto. El dramaturgo contemporáneo de Shakespeare, Thomas Dekker, señaló lo mismo sobre la plaga de su tiempo. En la tumba, escribió: "Siervo y amo, sucio y hermoso. Uno viste librea, y los dos compañeros son. Esposos, esposas, hijos, viejos y jóvenes, son conducidos a la tumba, “como si”, —dice—, “se hubieran ido a la misma cama”.


El soneto 60 tiene los ojos y el corazón abiertos al hecho de que la vida es frágil y corta. En la parábola de Jesús, es de noche cuando Dios exige el alma del hombre; en la publicación de 1609 de este soneto, la segunda línea "así nuestros minutos se apresuran a su fin" ve "minutos" escrito con una "i" extra, jugando con un juego de palabras francés, tal vez, convirtiendo minuto en "minuit (e)". - medianoche. Así se apresuran nuestras medianoches, y nuestras almas son requeridas. Se nos ha dado el don de nuestro ser. El regalo que podemos devolver es nuestro devenir. Entonces, suena la campana y se nos pregunta precisamente eso: "¿En quién te has convertido?"

En el soneto, "nos arrastramos hacia la madurez", y luego el Tiempo "se alimenta de las rarezas de la verdad de la naturaleza" y nos quita el regalo que nos dio. Pero es el pareado del soneto lo que nos da algo que necesitamos creer con urgencia, en nuestros propios tiempos doloridos, y que también, para mí, resume algo del don mismo del propio Shakespeare. Ese soneto, creemos, está dirigido a la “hermosa juventud”. Y, sin embargo, no es indignante leerlo dirigido a todos nosotros: “Y sin embargo, en tiempos de esperanza, mi verso se mantendrá, Alabando tu valor, a pesar de su mano cruel”. O, "Para futuros solo soñados, esta poesía permanece, expresando tu valor a pesar de todas las crueldades del tiempo".

El trabajo de SHAKESPEARE, sus obras de teatro y poemas, siempre, me parece, alaba nuestro valor como seres humanos, celebra nuestra dignidad en todo nuestro misterio y desorden; y, aunque muy consciente de la mano cruel, tanto del tiempo como de muchos seres humanos torturados, nunca se da por vencido con nosotros, contra viento y marea, alaba nuestro valor. Hemos visto este valor: la anciana tocando la mano de su hija a través de una ventana; el hombre que se despide de su familia mientras un enfermero sostiene su teléfono; el sacrificio hecho por los cuidadores y curanderos; el trabajo incansable del científico; el hijo en India buscando desesperadamente oxígeno para salvar a su madre; el abrazo amplio e imparable que reúne a los padres con su hijo con discapacidad intelectual en su residencia. Todos nos dicen, y todos elogian nuestro valor, tu valor, como la persona que eres.

Doy gracias a Shakespeare por muchas cosas: la belleza y la aventura del lenguaje; la puerta que él abre en nuestra psique; ese sexto sentido suyo; la precisión del punto; y las ambigüedades en capas cuando hace el diagnóstico de nuestra condición humana. Pero, sobre todo, le agradezco que elogie, defienda y celebre nuestro valor, a pesar de todo. Nuestro momento necesita su monumento, pero, “a los tiempos de la esperanza”, necesita más que nunca su imaginación compasiva y sus simpatías humanas.

Publicado en Church Times 09 JULIO 2021 Esta es una versión abreviada del sermón pronunciado en el servicio de Shakespeare de este año, A Moment's Monument, en Holy Trinity, Stratford-upon-Avon, por el canónigo Mark Oakley, decano de St John's College, Cambridge.




Traducido por Javier Otaola y publicado en Escritorio anglicano, benévolamente, sin interés comercial.


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