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BREVES REFLEXIONES SOBRE LA REGLA DE ORO


Para los lectores habituales de los Santos Evangelios, el versículo del Evangelio según San Mateo al que se da tradicionalmente el nombre de “la Regla de Oro” (7:12) (1) es uno de los más conocidos:

Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.

La idea fundamental que expresa Jesús con estas palabras, contenida en la primera parte del versículo (2), no es algo exactamente original de la enseñanza del Señor. Se halla presente en la literatura deuterocanónica (3), así como en el judaísmo contemporáneo (4) e incluso en el pensamiento clásico griego (5). Y es también, como sabe el amable lector, una de las máximas de la filosofía oriental (6). Pero sí parece ser un rasgo propio de la formulación que hace Jesús el hecho de que venga expresada de forma positiva. Las demás fuentes mencionadas, cada una con su estilo propio, tienen en común su enunciación en forma negativa: “No hacer a los demás lo que no se quiera que nos hagan”. Ello, pese a la opinión contraria de algunos estudiosos y exegetas de nuestros días (7), no carece de importancia, incluso desde el punto de vista teológico.

El pensamiento de Jesús, tal como lo encontramos, en líneas generales, en los Evangelios, se mueve en torno a dos puntos capitales:

El primero de ellos es la centralidad del ser humano en el propósito de Dios. Por decirlo de otro modo, la teología de Jesús es más bien una antropología (8), en la que el valor del hombre como tal, como individuo y como conjunto, permea toda la realidad religiosa. De ahí el imperativo ético y moral expresado por la Regla de Oro. Puesto que el individuo humano —hombre o mujer, judío o griego, esclavo o libre (9)— está por su propia naturaleza llamado a vivir en comunidad (10), ha de procurar mantener una buena relación con sus semejantes, y ello no es posible si se cultiva una actitud beligerante o egoísta para con los demás. El trato adecuado con el prójimo, sea quien sea (11), teniendo en cuenta sus necesidades y equiparándolo con uno mismo, alcanza así el “status” de principio divino. A lo largo de los Evangelios hallamos la aplicación e ilustración de esta máxima en la forma en que Jesús se refiere a los otros, e incluso en la manera en que concibe a Dios. Dios cede su lugar al hombre en tanto que centro neurálgico del pensamiento cristiano porque es impensable concebirlo fuera del hombre o ajeno a él. El teocentrismo veterotestamentario (12) alcanza así una dimensión humana imposible de imaginar para el judaísmo de la época. El Dios-con-nosotros de Isaías 7:14 y San Mateo 1:23 no es otro que aquel cuya realidad es inseparable de la experiencia humana.

El segundo es el enfoque de la religión como una realidad positiva que ha de impregnar al creyente y se ha de proyectar en la vida de cada día. La proclamación de Jesús sobre el Reino de Dios es siempre una proclama de gozo. El propio Sermón del Monte (13), pese a sus tonos, a veces, de controversia o de invectiva contra un pensamiento excesivamente legalista, está todo él marcado por el gozo de la pertenencia a Dios. En este sentido, el Espíritu de Cristo es lo más diametralmente opuesto a esas concepciones populares de la religión como algo más bien oscuro o triste, de tonos lúgubres y saber de muerte, tan caras a las culturas católicas. Y desde luego, nada tiene que ver con las prédicas catastrofistas y los nuevos legalismos y vidas sombrías de las sectas evangélicas, en las que se cultiva una religión de odio, de rechazo, de exclusión de quien no se acomoda a un patrón previamente establecido. El cristianismo de Jesús no es un cristianismo de muerte ni de camposantos; ni tampoco de “elegidos” que viven apartándose del mundo por temor a contaminarse con él. Jesús hace de las relaciones humanas, del respeto a las necesidades de los demás y del buen trato con el prójimo, positivamente planteados, un principio fundamental.

Nada, pues, tiene de extraño, que San Mateo 7:12 concluya con la declaración lapidaria de que “esto es la ley y los profetas”. Aunque algunos maestros judíos de renombre llegarían a la misma conclusión (14), las palabras de Jesús tienen un claro sabor de desafío. Lo que realmente quiere Dios, lo que a él le interesa por encima de todo, es que exista entre los hombres un estado de paz permanente, de buenas relaciones, de respeto y servicio mutuo. Toda la casuística legal que hallamos en las formulaciones del Pentateuco y en el judaísmo posterior son algo muy secundario, e incluso pasajero (15). De hecho, hasta podrían adquirir tintes negativos al concebirse como rasgos distintivos propios de un grupo humano y excluyentes de los demás (16). No le interesa, pues, a Jesús, toda esa parafernalia sacrificial destinada a desaparecer con el propio santuario de Jerusalén, ni las minuciosas prescripciones de la ley que hacían de la vida humana, hasta de las fiestas prescritas, una carga pesada (17). La comprensión que muestra Jesús de las antiguas Escrituras viene siempre enfocada desde el punto de vista de las necesidades y las prioridades básicas humanas. Jesús, con esta declaración magistral que concluye la Regla de Oro, apunta, no a la letra, sino al espíritu de los textos sagrados, en lo cual marca una importante pauta de interpretación que hoy, desgraciadamente, está muerta en amplios sectores del mundo cristiano y espera, ¡ojalá sea así!, una gloriosa resurrección.

Nuestro deseo y nuestra oración es que la Iglesia, en tanto que cuerpo universal de Cristo, regrese al espíritu de la Regla de Oro, el verdadero y auténtico Espíritu del Señor.

Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga

Presbítero y Delegado Diocesano para la Educación Teológica

Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE, Comunión Anglicana)

  1. En San Lucas 6:31 se recoge de otra manera.

  2. Pese a las objeciones que presenta R. Bultmann contra la atribución al propio Jesús de estas palabras, en las que el exegeta de Marburgo ve una simple declaración de moral popular esencialmente egoísta y ajena al espíritu cristiano (Cf. las diversas alusiones y comentarios a San Mateo 7:12 recogidos en su Salamanca: Sígueme, 2000, para la edición española).

  3. Concretamente en Tobías 4:15.

  4. Filón de Alejandría, el rabbí Hillel.

  5. El orador Isócrates.

  6. Confucio, entre otros.

  7. Ver las anotaciones correspondientes en el volumen III del conocido

  8. No un mero “humanismo” en sentido peyorativo.

  9. No es preciso hacer hincapié en las connotaciones revolucionarias que supone en la época de Jesús esta concepción del ser humano, diametralmente opuesta a las prescripciones del derecho romano, a la casuística legal judía y a toda una mentalidad ampliamente extendida por el mundo antiguo… ¡y a veces moderno!

  10. Recuérdese la máxima aristotélica según la cual el hombre es un animal político, es decir, que vive en la polis, el conjunto humano, la sociedad, que diríamos hoy.

  11. En este sentido, el pensamiento de Jesús va mucho más allá que el simple enunciado del mandamiento de Levítico 19:18, como mostrará el conjunto del Nuevo Testamento.

  12. Que es, en realidad, menos real que aparente. El mensaje del Antiguo Testamento también está centrado en el hombre y sus necesidades.

  13. O Sermón de la Montaña en otros medios y tradiciones.

  14. Véase el tratado Shabbath del Talmud. Se discute entre los estudiosos si la declaración de Jesús precedió a la sentencia talmúdica o si fue posterior. En cualquier caso, el Talmud, como queda dicho, formula de manera negativa este asunto: “La ley y los profetas consiste en NO hacer tal o cual a los demás”.

  15. Ver San Marcos 12:33.

  16. No hay más que leer la opinión negativa que sobre los judíos, su historia y sus ritos religiosos tenían los romanos. Véase, entre otros, el capítulo inicial del libro V de las Historias de Tácito.

  17. Pese a las teorías tradicionales, es evidente hoy para la inmensa mayoría de los eruditos, judíos y cristianos, que los escritos del Pentateuco ven su redacción definitiva en la época de la restauración de Esdras y Nehemías, cuando nace el judaísmo propiamente dicho como un sistema religioso que busca sus orígenes en el antiguo pueblo de Israel, ya desaparecido, y pretende marcar bien las diferencias con aquellos que no lo profesan.

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