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El secreto de existir

OBERTURA: EL SECRETO DE EXISTIR

Decía Dostoievski que el secreto de existir está en saber para qué se vive, yo diría que para qué y por qué y qué se vive. El humano vive una vida que es existencia, la cual se define como la vivencia exterior de una esencia interior o intimidad, manifestando así un secreto o secreción íntima. La propia vida es una secreción de la naturaleza, una secreción que en la vida humana o existencia obtiene el sentido de un cierto secreto. El sentido de nuestra vida humana es un secreto existencial, algo segregado o sagrado aunque profanado o desacralizado por nuestra coexistencia humana en su exterioridad.


La minoría humana realmente consciente de su trama y drama en este mundo está estupefacta ante la vida y nuestra existencia, a qué viene todo este despliegue cósmico y mundano, esta oscilación entre la angustia de vivir y el éxtasis de sobrevivir, este desconcierto por la desmesura física del cosmos, por la desmesura política del poder y por la desmesura del mal que corroe y corrompe el bien. El secreto de la vida parece replegarse de la propia vida y albergarse y ocultarse finalmente en la muerte, la cual recupera nuestra preexistencia en su apertura y silencio trascendental, tras transitar su límite ilimitado. Decía Eduardo Punset que la muerte no está científicamente demostrada, pero tras su muerte me temo que ha quedado democráticamente comprobada de nuevo en su plena efectividad: es un secreto a voces.


Decía también nuestro divulgador científico que en nuestro tiempo Dios se ha vuelto más pequeño y la ciencia más grande, pero la ciencia no ha dado más de sí ante la muerte y su secreto radical. El peligro de la ciencia está en ser el cuerpo de una razón sin alma o espíritu, así como el peligro de la religión está en ser el alma de un espíritu sin cuerpo ni razón. Y sin embargo, la auténtica ciencia penetra en los secretos físicos del universo, lo mismo que la religión penetra en los secretos místicos de la existencia. Pues bien, ante el desconcierto de la humanidad se trataría de concertar la razón y el corazón, la ciencia evolutiva y la religión involutiva, el funcionamiento de lo real y la fundación de lo real, en donde la auténtica filosofía tiene algo que decir.


En realidad todos tenemos algo que decir y decidir, revelando o desvelando con cuidado y reserva el secreto o secretos de la vida y de nuestra existencia, su problemática presencia, su enigmático ser y su misteriosa ausencia. El secreto de la vida acaba resguardado en la muerte, el secreto del ser se coimplica o articula con la nada, el no-ser o vacío cuántico, el secreto de la existencia remite a su íntima esencia abierta, el secreto de la materia y del cuerpo se proyecta en su alma o espíritu, el secreto del mundo se simboliza en el Dios, símbolo del sentido frente al diablo del sinsentido. Así que el secreto del existir estaría en su interioridad, descubierta por la experiencia interior o vivencia íntima, cuya máxima expresión es el amor y su complicidad trascendental. Pero como aducía G.Bataille, todo conocimiento y especialmente el amoroso accede a lo desconocido, de modo que la realidad de lo real acaba siendo surreal, incógnita, secreta.


Hay un mundo plano y un plano profundo del mundo, hay una evolución creadora de la vida y una involución descreadora de la misma, una expansión y una impansión, retorno o repliegue al origen, hay un devenir de lo real y su revenir surreal, hay el tiempo del amor que fluye y el espacio del amor que refluye. Como dice P.Florenski, el amor en cuanto sentido existencial representa musicalmente la consonancia humana de la disonancia inhumana, simbolizado por el corazón como centro mediador entre la razón y la pasión, la cabeza y el sexo o la libido. Así emerge la magia perdida en medio de nuestro mundo desencantado y secularizado, segregando el secreto sagrado del amor, personificado por un Dios encarnado que, como decía graciosamente nuestra folclórica, cohabita el “interiós”.

En esta perspectiva abierta hoy con dificultad y a duras penas, la negatividad del sufrimiento y la enfermedad comparecen como el secreto de una travesía oscura y subterránea que desemboca en la apertura final. En efecto, como afirmaba Kierkegaard, la misma angustia y la desesperación son negatividades que abren una brecha por la que se cuela cierta luz secreta, son apreturas que acaban en aperturas, son el límite revertido en confín y, por tanto, transitado y traspasado siquiera dolorosamente. Pero hay tantas personas que observan el final como un cierre u oclusión nihilista, y comprendemos demasiado bien su negación del sentido en nombre del sinsentido y su rebelión contra el mal universal. Sin embargo, nada ni nadie debería encerrarnos/enterrarnos antes de secretar el secreto de nuestra existencia, el cual es un secreto segregado y sagrado, amoroso y mistérico, paradójico y ambivalente, abierto y trascendente. A pesar de todos los pesares, o quizás precisamente por ellos y su brecha abierta tan dolientemente. Porque en el fondo se trata de un dolor de amor, el cual constituiría el secreto profundo que posibilita nuestro existir y morir humanamente.


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