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HYPATIA




Es del todo indiscutible que la imagen es fuente de cultura. Con retraso – y “ayudado” por unos cuantos días de gripe que dan para mucho – acabo de ver la película Disobedience (2017), una realización angloamericana con guion y dirección del detallista Sebastián Leilo producida y a la vez protagonizada por la siempre sugerente Rachel Weisz.

De manera brillante y con el estilo voluntariamente pausado y envolvente característico de Leilo el filme narra la historia de Ronit y Esti, dos lesbianas que se aman profundamente pero que contemplan permanentemente truncado su amor por culpa de un contexto vital en el cual la incomprensión y la intolerancia de una comunidad judía londinense de corte ortodoxo conservador y cuasi sectario imperan.

La extraordinaria interpretación artística de Rachel Weisz me conduce a otra película por ella misma protagonizada que guardo en formato “Blu-ray” en mi fondo de armario: “Ágora”. ¿La miro? … ¡Uf! ¡No! … ¡Fetén! ¡Qué azote! Imposible verla otra vez ...

Y, a pesar de los pesares, supongo que, impulsado desde esta situación a la vez febril e inspiradora, finalmente la visiono y elaboro estas pocas reflexiones en mucho subjetivas y probablemente erradas a manera de simple repaso, no diciendo nada que no se haya seguramente dicho, pero que tal vez merezca la pena recordar.


Ágora, espacio público abierto donde se realizaban ciertas manifestaciones culturales y políticas de los estados - ciudad helenísticos es el nombre del quinto filme del chileno – español Alejandro Fernando Amenábar Cantos (31 de Marzo de 1972).


Rodada íntegramente en lengua inglesa y estrenada en España en el año 2009 fue calurosamente recibida por la crítica obteniendo un total de 7 premios Goya.[1]

La película se filmó fundamentalmente en la Fortaleza de Fort Ricasoli (Malta). La acción se desarrolla en la Alejandría de los siglos IV y V teniendo como protagonista a la filósofa y matemática Hypatia ( “la más grande” ), hija del gran matemático y astrónomo alejandrino Theon, asesinada probablemente en Marzo del año 415 durante el período pascual.

Dado que Alejandro Amenábar rechazó siempre categóricamente el carácter novelesco y panfletario de la película, circunstancia que justificaría la licencia histórica, y que entiende su obra precisamente como “histórica, auténtica y dirigida contra el fanatismo religioso”, analizaremos si antedichas afirmaciones (Cannes, Madrid) son veraces. Si por el contrario no lo son, podría sospecharse entonces que manifiestan posturas tendenciosas. De manera que más que relatar asépticamente, en realidad impostarían una determinada filosofía de la historia y una antropología manifiestamente anticristianas.

Veamos para empezar: un filme presupuestado en su época en más de 60 millones de euros no puede permitirse errores históricos de gran calado como lo es sin duda el hecho de representar en el pretorio la escultura de la loba capitolina amamantando a los infantes Rómulo y Remo, añadidos éstos sin embargo muchos siglos más tarde, concretamente en el Renacimiento, por el escultor italiano Antonio Pollaioulo (+ 1498). Así como tampoco es procedente la presencia de soldados romanos anacrónicamente vestidos cuando ya desde los tiempos de Constantino el Grande lucían obligatoriamente un crismón en el pecho y en el “escutum”.

El esclavo Davo jamás existió ni es en absoluto verídico el interés erótico de Orestes hacia Hypatia quien, por cierto, cuando murió tendría cerca de 60 años, nada que ver con la joven atractiva protagonista (recordemos la británica Rachel Weisz) asesinada en la película.

Alejandría fue fundada por Alejandro Magno. De hecho, Alejandro fundó más de 50 ciudades así denominadas a lo largo y ancho de toda Asia de entre las cuales destacó la erigida en segundo lugar, en el año 331 a.C., ubicada en la costa norte de Egipto tras derrotar y expulsar de allí a los persas.

De entre todas las ciudades populosas solamente Roma, Antioquía y Constantinopla podían igualar la relevancia de Alejandría en el orbe de la Antigüedad. A su gloria contribuyó sin duda el hecho de poseer la Biblioteca más importante del mundo contando aproximadamente con un millón de volúmenes, algo hoy discutido, pero no por ello sorprendente e insólito en su época.

Bullía en Alejandría un acerbo fértil de diferentes cosmovisiones: el paganismo, el judaísmo y el cristianismo, normalmente siempre en pugna.

La Ciudad estaba consagrada al dios Serapis. Coronado con el "modius", portador de un cetro y yaciente a sus pies el can Cerbero y en ocasiones una serpiente representando la omnisapiencia.

Serapis resumía y concentraba el espíritu del sincretismo de las culturas griega y egipcia aunando a los dioses egipcios Osiris y Apis, homologables en orden a su culto con los dioses griegos Zeus y Hades. Inteligente creación teológico - política del general greco macedónico, amigo de Alejandro Magno y posteriormente rey faraón Ptolomeo I Sóter, quien proclamó a Serapis dios protector de la ciudad, así como también dios máximo oficial en todo Egipto, pretendiendo de este modo fomentar la vinculación cultural de carácter sincrético existente entre antecitadas culturas.

Su hijo, Ptolomeo II Filadelfo, profundizó la idea original paterna de manera que las cotas de popularidad del dios Serapis fueron enormes llegando finalmente a ser muy apreciado por parte de la población pagana de Alejandría y de todo Egipto. Serapis era adorado en el templo del Serapeum, construido por el mismo Ptolomeo I en Alejandría en el año 300 a.C.

Pero Amenabar, una vez más entre lo descuidado y lo poco conocedor, omite todos estos importantes elementos en su relato.

No existe mentira más mezquina que una verdad a medias: la Gran Biblioteca de Alejandría no existía en la época que la película contempla. Jamás fue devastada por los cristianos. Ni siquiera la conocieron en su máximo esplendor pues ardió en todo o en parte años antes de que Jesús naciera, concretamente bajo el consulado de Cayo Julio César (47 a.C.), quien defendiendo los intereses de Roma la habría quemado involuntariamente en el fragor de la batalla en su defensa contra el ataque del general egipcio Aquilas, tal y como se pronuncia Plutarco en su escrito sobre la vida de Julio César (Vita 49. 6).

No obstante, no están definitivamente claras las circunstancias que produjeron el incendio. Otras versiones, como por ejemplo la del geógrafo Estrabón, parecen señalar a César como causante de la quema y todavía otras como las de Dion Casio o Amiano Marcelino aluden al hecho de que el propio Gayo Julio ordenó el incendio de sus propias naves varadas en el puerto de la ciudad una vez llegado a Alejandría, lugar al cual había acudido con la finalidad de capturar al triunviro Pompeyo Magno, allí huido tras venir desde Rodas cuando fue derrotado definitivamente en la batalla de Farsalia un año antes (9 de Agosto del año 48 a.C.).

Con la quema de las naves Cayo pretendía que las mismas no pudieran ser robadas y posteriormente utilizadas en su contra por las fuerzas de Ptolomeo XII al cual había destituido de la dignidad de faraón en beneficio de su esposa y hermana Cleopatra, quien sería posteriormente entronada como Cleopatra VII Filopator, la última representante de la dinastía ptolemaica lágida.

Según esta versión, el fuego con el que habría quemado sus propias naves incendió involuntariamente un depósito de libros anexo a la Gran Biblioteca, circunstancia que habría provocado por contagio el incendio de la misma.

La Gran Biblioteca estaba ubicada en el barrio alejandrino de Bruquión, cerca del mar. Fue posterior y completamente saqueada por el Emperador Lucio Domicio Aureliano en el año 272, y después por Cayo Valerio Diocleciano, quien, influido por Galerio, desarrollara una gran labor persecutoria contra los cristianos.

El pogromo ordenado por Diocleciano contra los cristianos alejandrinos incluía la erección, durante el año 297, de una columna conmemorativa homenajeando las persecuciones contra los mismos cristianos precisamente en el Serapeo. Fue este templo y no la Gran Biblioteca el atacado por los cristianos durante el año 391 siguiendo el Patriarca Teófilo instrucciones del emperador Teodosio el Grande a causa del oprobio que dicho monumento provocaba.

Es más que dudoso, siguiendo a Hipólito Escolar [2], que durante esta acción se destruyeran manuscritos paganos en el Serapeión ubicados o en el pequeño edificio anexo que como biblioteca operaba, conociendo el carácter profundamente erudito del Patriarca Teófilo, gran amante y conocido conservador de los escritos clásicos. Con todo, el edificio fue reconvertido en una basílica cristiana dedicada a san Juan Bautista.

Es improbable, por otra parte, que biblioteca alguna hubiera sobrevivido en Alejandría hasta la época de la conquista musulmana, razón por la cual su definitiva destrucción por parte del posteriormente asesinado califa Omar en el siglo VII formaría parte de la leyenda.

Hypatia no descubrió jamás la teoría heliocéntrica. Ni por asomo el movimiento elíptico astral. Ni tampoco existe ninguna conexión de sentido entre ella, Galileo y Kepler, como sugiere tendenciosamente Carl Sagan (profesa y reconocidamente anticristiano) al cual Amenábar esconde, pero sigue sin reservas ni espíritu crítico. Su intención profunda es hacer de Hypatia una santa laica aunque – eso sí faltaría más - preñada de los frutos del Espíritu Santo paulinos, feminista “avant la lettre”, martirizada por la intolerancia y por el machismo cristianos, pretendiendo ocultar “pequeños detalles” epocales tales como por ejemplo el hecho de que a la mujer de la Antigüedad pagana no se le reconocía ni tan siquiera la tenencia de alma (Aristóteles), ni poseía prácticamente derechos al depender absolutamente en todo del arbitrio y de la voluntad del "pater familias". La cosa no difería demasiado entre los judíos ... Sin embargo, la realidad es que fueron precisamente las mártires cristianas las primeras en auto determinarse frente a la sociedad, sus familias paganas y sus torturadores en cerrada defensa de su cristianismo. Ellas son realmente las primeras feministas.

El asesinato de Hypatia no es atribuible - como Amenábar pretende - a ningún ardid elaborado subrepticiamente por parte de las autoridades religiosas cristianas. De otro modo no se explicaría que el mismo obispo de Ptolemaida, Sinesio cirenita, a la sazón ex discípulo y admirador de la filósofa, la denomine: “madre, hermana, maestra y benefactora” (carta 16 de Sinesio), “un bien inolvidable” (Carta 18), o que le enviase todas las obras que escribía para conocer su crítica personal y que mantuviera correspondencia ininterrumpida con Hypatia durante toda su vida, como bien puede leerse en el tenor de su mutua correspondencia epistolar, aunque es cierto que su relación se deterioró algo al final de su vida probablemente por opiniones discrepantes. Ni tampoco tendría sentido alguno que el mismo Patriarca san Cirilo alejandrino la considera como “fuente de veraz conocimiento” (Carta 20).

El asesinato de Hypatia obedece en realidad a razones políticas. El Prefecto imperial de Alejandría y Gobernador civil de Egipto, el hispano Orestes, quien también fuera alumno de la matemática y que todo se lo consultaba según consigna el historiador cristiano Sócrates Escolástico (Historia Eclesiástica VII, 15) estaba enfrentado al Patriarca Cirilo porque el primero no había castigado la lapidación de ciertos monjes nítridas por parte de unos judíos cuyos nombres no nos ha legado la posteridad. Tampoco había Orestes intervenido en orden a la prohibición imperial contra ciertos cultos paganos secretos que incluían el sacrificio de infantes y de vírgenes. Además, había condenado a muerte a Amonio, un monje parabolano, por una indemostrada agresión. Orestes era cristiano, pero no por convicción personal sino por interés dado que Teodosio II exigía la confesión cristiana como condición previa para poder detentar cargos políticos. Orestes rechazó al menos en dos ocasiones la reconciliación con Cirilo habiéndosela el Patriarca propuesto personalmente.

Su enemistad hacia Cirilo lo condujo a apoyar a los judíos contemplando con esta acción una manera sencilla de desgastar al Patriarca sin importarle que jamás los cristianos hubieran matado a judíos en Alejandría.

La situación se tensionó rápidamente y ello condujo a la constitución de dos facciones abiertamente enfrentadas. Una facción que apoyaba al Prefecto Orestes y otra facción que apoyaba al Patriarca Cirilo. Ambas eran evidentemente numerosas.

Es mentira que Hypatia nunca entrara en política como sugiere el filme pues, efectivamente, lo hizo y además muy vivamente apoyando al bando del Prefecto. Entonces el pueblo, preocupado por las desavenencias existentes entre los líderes y por los violentos tumultos que se habían producido, hizo responsable intelectual de los enfrentamientos y de las algarabías a Hypatia, al tiempo que surgía la creencia probablemente falsa de que, practicando brujería y ciertas artes nigromantes [3] , había hechizado a Orestes para lograr con ello el sometimiento de su voluntad.

Fue precisamente en este contexto cuando una masa indeterminada de personas, entre las cuales cristianos fanáticos, paganos, descontentos ... liderados per un tal Pedro, probablemente un lector, arrastraron contra su voluntad a Hypatia hacia la Iglesia del Caesarion y tras golpearla y vejarla la descuartizaron asesinándola indignamente. Luego quemaron sus despojos en el Cinnerion. Se trata sin duda de un terrible e injusto final para una mente tan preclara.

Del carácter levantisco de los alejandrinos se queja no sin razón san Cirilo, carácter que por cierto se evidenciará en los posteriores asesinatos de los obispos Jorge el Capadocio, un obispo arriano desmembrado en el año 361 y Proterio, incinerado vivo en el año 457. Todo ello simplemente por ser sospechosos de episcopalía indigna …

Cromáticamente el filme es muy despectivo contra los cristianos. Los representa siempre vestidos de negro, maquinadores, intolerantes, con sed de sangre y aspecto feroz, enemigos en suma de la paz y del orden social. Con cara de pocos amigos en los planos cortos y asimilados en varias secuencias de zoom invertido a los insectos, concretamente a las hormigas que solamente se preocupan por medrar.

Ni los judíos ni los paganos salen tampoco airosos de los envites del director de la película que comentamos. En efecto, pues para Amenábar todas las religiones son definitivamente alienantes al no permitir el avance de la razón oponiéndose con cualesquiera insospechados medios al desarrollo de la misma: “Yo creo en la filosofía”, responde Hypatia al Obispo de Cirene ... como si la religión y su discurso teológico no hubiese, especialmente desde el advenimiento de los Padres apologistas griegos del siglo II en contexto cristiano, utilizado la filosofía como vehículo prioritario y prácticamente exclusivo de su pensamiento ...

La primera fuente que sugiere a Cirilo como autor intelectual del linchamiento de Hypatia proviene curiosamente de la propia historiografía cristiana, empero en versión marginal favorable a Nestorio, recuérdese un heresiarca finalmente desautorizado por el Concilio efesino desarrollado en el año 431.

No cabe duda de que de entre todos los personajes que aparecen en el filme es sin género de dudas el Patriarca de Alejandría el más severamente atacado. Siempre vestido de negro, parangonando la oscuridad y la malevolencia de su corazón, intrigante, calculador, vengativo y profundamente misógino. Sorprende sin embargo mucho y especialmente esta última acusación ya que, en realidad, y como corolario de su cristología hipostática del Logos, una mujer, María, la “Theotokos” o “Deipara”, se ubicará, en el dogma católico de la comunión de los santos, por encima de cualquier criatura humana.

La conclusión se impone por sí misma: “Ágora” no es una película neutral ni aséptica. Pretende transmitir el mensaje de que la religión, en cualquiera de sus formas, pero especialmente la cristiana, siempre ha sido, por definición, históricamente intolerante y permanentemente tiránica y manipuladora.

Propone una visión de la jerarquía eclesial rufianesca, cruel, sanguinaria y conspiradora. No en vano al final del filme una leyenda consigna que Cirilo fue proclamado posteriormente “Doctor de la Iglesia”. Mensaje evidente: ¿como no habrían de proclamarlo así cuándo toda esta fatría de jerarcas denominacionales están tallados por idéntico patrón? … Hoy lo volverían a hacer, volverían a “crucificar” a Hypatia. Su figura es, pues, pretexto para justificar la irracionalidad absoluta de la religión cristiana, la incompatibilidad maniquea entre fe, razón y ciencia. Éste es el motivo de su sacrificio crístico, el cual redime del obscurantismo de la religión y guía cual alejandrino faro hacia el pensamiento a las personas de todas las épocas.

En consecuencia, el cristianismo es una superchería, una superstición absurda que necesariamente hay que abandonar. No conduce a la felicidad, sino que, al contrario, la ahuyenta. De manera que su práctica no es fiable, más: es absolutamente desaconsejable. Ha fracasado históricamente y carece de crédito. Mejor no creer “religiosus modus”, mejor depositar la confianza en la razón científica representada por la crucificada, introito a un nuevo orden de cosas en el cual finalmente la laicidad – que no lo deseablemente laico - imperará.


Miquel Àngel Tarín i Arisó

+ Per semper vivit

 

[1] Mejor guion original: Alejandro Fernando Amenábar Cantos y Francisco Mateo Gil Rodríguez. Mejor dirección de producción: José Luis Escolar. Mejor dirección de fotografía: Xavi Giménez. Mejor dirección artística: Guy Hendrix Dyas. Mejor diseño de vestuario: Gabriella Pescucci. Mejor maquillaje y peluquería: Jan Sewell y Suzanne Stokes – Munton. Mejores efectos especiales: Chris Reynolds y Félix Bergés



[2] Hipólito Escolar Sobrino, La Biblioteca de Alejandría, Madrid: Gredos, 2003.


[3 ]Sin embargo, no hay que olvidar la naturaleza profunda de las enseñanzas realizadas por Hypatia en su academia. Como muy correctamente ha señalado Charles Haas, (“Alexandria in Late Antiquity. Topography and Social Conflict”, Baltimore - London, 1997) en su profundo estudio acerca de la escuela de Hypatia en Alejandría, la filósofa enseñaba efectivamente a sus alumnos no solamente el medio platonismo, la geometría y las matemáticas, sino, además, y muy profusamente, el misticismo de Jámblico junto a los oráculos ocultos caldeos, el Hermeticismo y las ciencias ocultas o nigrománticas. Ello era algo de dominio público razón por la cual la acusación de hechicería respecto al dominio de la voluntad de Orestes podía ser falsa pero no por ello carente de condición de posibilidad a ojos del pueblo llano al ser la nigromancia docencia habitual en el método de enseñanza desarrollado por Hypatia. Por otra parte, no hay que olvidar que, como muy acertadamente señala René Remond en su estudio acerca de la crisis del imperio romano desde Marco Aurelio hasta Anastasio (Barcelona: Herder, 1973 pp. 83 y ss.) desde la época de Constantino el Grande la nigromancia fue perseguida a través de la legislación romana de manera progresiva pero sistemática. Desde esta misma perspectiva hay que considerar la noticia consignada por el obispo egipcio Juan de Nikiu (Chron. 84, 87 - 88), según la cual Hypatia habría acudido a la magia para hechizar a Orestes logrando así tanto que dejara de asistir a la iglesia como que el Prefecto la honrara y la ponderase por encima de cualquier persona, razón por la cual no tan solo la consultaba, sino que también la obedecía dócilmente en todos los asuntos, especialmente en los relacionados con la política.

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