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EL NIHILISMO ACTUAL





Asistimos a un difundido y difuso nihilismo actual, caracterizado por cierta vacuidad e incierta nadería, por una situación difuminada de pérdida de la verdad y descarrilamiento del sentido, de inseguridad cósmica. Cierto, la globalización nos acompaña como un salvavidas, pero es un globo flotante e inestable. El ser parece reflotar hoy en una nada indefinida, la unidad parece diluirse en la diversidad, la proclamada muerte de Dios obtiene crédito. Ya no creemos en casi nada, incluso empezamos a creer en la nada, al tiempo que nos lo tragamos casi todo. Así que, como dijo Nietzsche, el desierto crece, a veces mediante su propia aportación o deportación nihilista.


El nihilismo actual y su culto a la nada proviene de una fuerte crisis de valores religiosos o trascendentes, esenciales o fundamentales, significativos. Afrontamos una crisis humana del propio humanismo, en nombre de la ciencia y la tecnología positivas y positivistas, cuya afirmación de inmanencia radical resulta escandalosa filosóficamente. El actual positivismo reinante reduce lo alto a lo bajo y lo sublime a lo subliminal, la conciencia al cerebro y el amor romántico al sexo, el espíritu a la materia y el alma al cuerpo. Por supuesto, se trata de una reacción explicable a viejos idealismos o trascendentalismos, espiritualismos o ilusionismos. Pero también se trata de una revisión más realista de la realidad real y del mundo con sus mecanismos físicos y químicos.


Yo diría que el nihilismo actual es una reacción a la visión del mal en el mundo y de los males del hombre, de la contingencia y los límites de nuestra realización de la realidad, con una dosis de escepticismo tras tanta hecatombe, guerras y siniestros. El nihilismo actual comparece como una mezcla de agnosticismo o no-saber, de imposibilismo o no-poder, y de indiferentismo o no-querer. Hay pues resignación y conciencia de la finitud, un descrédito de toda creencia o confianza, un nadismo que nada en la nada nuda o desnuda, lo que comporta una obvia desesperanza. El propio cristianismo eclesiástico, la Iglesia, es testigo de semejante nihilismo dentro y fuera de sus fronteras; pero el tema no atañe solo a occidente sino al propio Oriente contagiado por el nihilismo occidental a través del capitalismo, el marxismo o una mezcla de ambos como en la China actual.


Sin embargo, está la gran tradición oriental, de Buda a Laotsé, que no se encierra en la nada de nuestro nihilismo negativo, sino que funda un nihilismo positivo, en el que la nada no es nada, como entre nosotros, sino el vacío abierto del universo. Occidente ha defendido el ser frente a la nada, recayendo en esta nihilistamente, mientras que Oriente ha defendido la nada como origen del ser y su último depósito o refugio. Así que nuestra nada occidental es literal y cósica, absurda y sin sentido, pero la nada oriental es simbólica y mística, significativa y trascendental. El ser no lo es todo, hay el ser y el no-ser, el cual es tan importante como el ser porque nos afecta tanto como él mismo. Así que somos y no somos, y ese no-ser no es nada sino ausencia o realidad surreal. La nada forma parte de nuestro ser, por cuanto es su envés inicial y su revés final, el silencio del transer.


Confío en la nada que me trajo a la vida, canta la mexicana Renée Acosta. Ya nuestra Teresa de Jesús sentenció que todo es nada, otorgando a la nada una connotación no nihilista sino mística. El propio Cioran nos ofrece un nihilismo positivo o misticoide, ya que en su obra la nada es la puerta a una religación cuasi religiosa a la otredad radical. Por eso la muerte no es el portón de la nada fútil y fatal, sino de una nada cromática o colorista que suena a la música de Bach en fuga. Y es que la nada está preñada de ser, como comparece en la nada o vacío cuántico que da origen al big-bang o explosión inicial del universo en la física contemporánea.


He aquí que el ser dice patencia, pero la nada dice potencia. En donde el ser es la aparición o apariencia de una nada inaparente y paradójica. Mientras que occidente ha inventado la evolución y expansión del universo, Oriente ha inventado la involución e impansión del universo, hasta acceder al silencio de fondo de nuestro ruido mundano. De esta forma, el ser aparece como el exterior del no-ser interior, el tiempo lineal enroscado en un espacio cíclico o circular. El propio Nietzsche positivo, que no positivista, afirmaba que vivir es sufrir la vida: pero sobrevivir es encontrarle una significación o sentido, ya que el hombre es el animal que evalúa o valora y aprecia o ama. En todo ello occidente nos ha dado la clave existencial de la vida, pero Oriente nos ha dado su clave esencial.

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