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EL PRIMER RELATO DE LA TUMBA VACÍA


O ASOMÁNDONOS AL GRAN MISTERIO



Si es cierto, como indican hoy la mayoría de los especialistas[i], que el Evangelio según San Marcos es el primero de los cuatro evangelios canónicos en ver la luz, y en una fecha tan temprana como los años 40 del siglo I d. C.[ii], el relato de la tumba vacía[iii] que hallamos en su cap. 16, vv. 1-8 ha de ser considerado el primer testimonio de la resurrección de Cristo puesto por escrito, contemporáneo sin lugar a dudas de las tradiciones (orales) más antiguas recogidas por San Pablo Apóstol en 1 Co. 15:3-8. Bien merece, pues, que le dediquemos nuestra atención en estas fechas en las que nos encontramos. El texto sagrado reza así:

“Cuando pasó el día de reposo, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle[iv]. Y muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, ya salido el sol. Pero decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande. Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron. Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo. Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo”[v].

Con estas palabras concluye de forma abrupta, conforme al parecer de los eruditos más destacados de nuestra época, el Evangelio según San Marcos[vi], dejando un gran interrogante, una gran puerta abierta a la conclusión de la historia, asunto que lleva tiempo haciendo correr ríos de tinta y en el que nosotros no vamos a entrar. Lo que nos interesa destacar de este pasaje son tres ideas fundamentales, que ya desde el principio supusieron un desafío de enormes proporciones para la comunidad de discípulos de Cristo, y así lo son hasta el día de hoy. Helas aquí:

La primera de todas ellas es LA RESURRECCIÓN DE CRISTO ENTENDIDA COMO UN MISTERIO TRASCENDENTAL PARA LA FE CRISTIANA. No se entiendan estas palabras como una exageración retórica. San Pablo Apóstol lo afirma con rotundidad:

“Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”. (1 Co. 15:16)

Dicho de otro modo, si no hay Resurrección de Cristo, no hay fe cristiana, no hay Iglesia, no hay razón de ser para nada de cuanto hemos creído y profesado. Pero ello no implica que seamos capaces de dar una razón o una prueba “científica”, histórica o arqueológica de este evento portentoso. De hecho, no lo somos. Más aún, no podemos serlo. La Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos es un hecho metahistórico, sin testigos presenciales humanos, y por tanto imposible de computar o medir. Puede parangonarse, en este sentido, con la Encarnación del Verbo de Dios en la Virgen María o incluso con la propia Creación del universo y de la tierra y sus seres vivientes. Son asuntos sobre los cuales la mente humana puede especular cuanto quiera, pero que jamás se podrán probar con evidencias irrefutables[vii]. Tal como presenta su escena final, el Evangelio según San Marcos, al plantear el hecho de la Resurrección del Señor como una realidad acaecida fuera de toda medición humana, pone ante los ojos de sus oyentes/lectores un gran misterio, bien simbolizado en el sepulcro vacío abierto por una fuerza ajena a este mundo, un misterio que convida al recogimiento, a la introspección, y que, como sucede en el Evangelio marcano, podría generar temor (¡miedo!) por sus implicaciones. La pregunta viene de por sí: entonces, ¿cómo puede el hombre intuir la realidad de la Resurrección?

La respuesta la tenemos en la segunda idea que nos sugiere el sagrado texto: EL HECHO DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO SOLO NOS ES ACCESIBLE POR UNA ESPECIALÍSIMA REVELACIÓN DIVINA. La fe en la Resurrección de Jesús, según afirman los especialistas[viii], se generó en el círculo de sus seguidores a partir de las apariciones del Señor Resucitado. No se trata, por tanto, de una deducción “lógica” de los primeros discípulos, ni siquiera de una derivación exegética extraída por ellos de las Sagradas Escrituras veterotestamentarias tras arduo estudio. La constatación que los cuatro evangelios nos permiten comprender en relación con este asunto es que los discípulos del Nazareno no comprendieron nunca lo que él les predijo acerca de su Resurrección. No la esperaban porque no la creían posible, porque no formaba parte de su horizonte de expectativas en relación con él. El relato marcano tampoco infiere la idea de que Jesús hubiera resucitado a partir del hecho del sepulcro vacío. En realidad, son muchos los sepulcros vacíos que han existido y existen en el mundo, pero ninguno de ellos permite deducir que los cadáveres que contuvieron hayan resucitado. Quienes hallaron el sepulcro vacío recibieron la noticia de la Resurrección del Salvador de la extraña figura del joven[ix] sentado en el interior del sepulcro. Algo similar sucede en los otros evangelios, donde, a renglón seguido, se narra alguna aparición del mismo Resucitado. Es decir, que se precisa de una intervención sobrenatural para poder aceptar un suceso como este, que queda más allá de los límites de nuestras concepciones espacio-temporales. Se llegó a decir en las comunidades cristianas primitivas que Cristo había resucitado porque aquel ángel lo proclamó, porque su palabra era de autoridad, porque venía comisionado de lo Alto para compartir aquella buena nueva. Cuando hoy proclamamos como Iglesia que Cristo ha resucitado, lo hacemos fundamentándonos en la autoridad del testimonio escriturario, de la antigua tradición de los Apóstoles enseñada en las primitivas comunidades cristianas, no por otras razones. El misterio no apela a la razón, sino a la fe.

La tercera y última idea que nos sugiere este pasaje marcano es la gran paradoja de que LA RESURRECCIÓN DE CRISTO SE PRESENTA COMO UN MISTERIO REVELADO A LOS SOCIALMENTE MENOS FAVORECIDOS. En efecto, las dos Marías del relato (la Magdalena y la de Jacobo) y la Salomé mencionada junto a ellas eran mujeres. Todos entendemos, sin duda, lo que ello implicaba en una sociedad como la judía del siglo I, una buena evidencia de lo cual es que la tradición arriba mencionada transmitida por San Pablo en 1 Co. 15 ni siquiera las menciona: el testimonio de una mujer carecía de valor legal entre los judíos[x]. Resulta, pues, estremecedor que el Señor Resucitado quisiera que sus primeros testigos fueran precisamente mujeres, aun a riesgo de que pudieran ser tenidas en nada o incluso rechazadas como locas, lo que en principio pareciera que sucedió (ver Lc. 24:11). Tan solo cuando el Señor Resucitado se hizo presente entre sus discípulos, estos creyeron. Sin embargo, persiste el hecho, y así será hasta el fin de los tiempos, de que los primeros heraldos de la Resurrección enviados por el Señor fueron mujeres, un elemento social débil y desprestigiado que además mostró temor, no se atrevía a cumplir con su misión. Este hecho comporta una buena invitación a que reflexionemos sobre ello, pues la tónica del evangelio de Cristo ha sido y es una clara preferencia por aquellos a quienes los hombres desprecian. No podemos afirmar que aquellas pobres mujeres estuvieran predispuestas a aceptar la Resurrección de Jesús más que los discípulos, o que creyeran en ella de antemano. Todo da a entender que no era así. Más aún, la reacción de ellas, como indicábamos más arriba, fue de auténtico temor, un temor con el que concluye el texto marcano y que, como decíamos, deja abiertas las puertas a múltiples conjeturas. Pero el temor ante una revelación sorprendente no implica que aquellas mujeres no cumplieran finalmente con la misión encomendada. Al contrario, la cumplieron con creces, aunque en principio no las creyeran. De hecho, si la Iglesia universal hoy proclama la Resurrección de Cristo es porque ellas recibieron en primer lugar la buena noticia de boca de un ángel.

En nuestros días la Resurrección de Cristo sigue constituyendo el gran misterio sobre el cual se cimenta nuestra fe, que requiere del auxilio celestial para ser creído y para ser proclamado por quienes, aun con temor y temblor, estamos llamados a transmitirlo al mundo.

Y decimos, para concluir, la antigua letanía:

¡CRISTO HA RESUCITADO!

¡SÍ, VERDADERAMENTE HA RESUCITADO!

¡ALELUYA, ALELUYA!



Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga

Decano Académico y estudiante perpetuo




[i] Cf. a guisa de muestra los artículos introductorios del vol III del conocido Comentario Bíblico San Jerónimo, publicado por Ediciones Cristiandad. Asimismo, FRANCE, R. T., The Gospel of Mark. A Commentary on the Greek Text. Grand Rapids, Michigan/Cambridga, U.K.: William B. Eerdmans Publishing Company, 2002, pp. 35-45. También nuestra disertación doctoral (inédita), Los semitismos en el Evangelio según San Marcos. La lengua en que vio la luz la Buena Nueva, aprobada por la Theological University of America (TUA, Iowa, EE.UU) el 7 de agosto de 2013.


[ii] Ver O’CALLAGHAN, J. “Los descubrimiento del Qumrán” in PUIGVERT, P. (Comp.). ¿Cómo llegó la Biblia hasta nosotros? Terrassa (Barcelona): CLIE y Unión Bíblica, 1999, pp. 111-127.


[iii] Preferimos hablar de un “relato de la tumba vacía” antes que de un “relato de la Resurrección de Cristo”, pese a los encabezamientos que llevan las biblias al uso en los epígrafes correspondientes. En realidad, ningún evangelista narra la Resurrección porque es un hecho del cual nadie fue realmente testigo presencial. De ahí que, ya en fecha temprana, la literatura apócrifa cristiana (de manera especial el llamado “Evangelio de San Pedro”, del siglo II, y los que le siguieron) intentó llenar este vacío informativo forjando una serie de historias piadosas a cual más fantástica que han dejado su huella en la iconografía cristiana tradicional.


[iv] El cuerpo del Señor, evidentemente.


[v] RVR60, como todos los textos bíblicos citados literalmente en esta reflexión.


[vi] Así lo indican, además de los comentarios y obras eruditas que se hallan en el mercado, las mejores ediciones que hoy se publican de la Santa Biblia. Una de ellas, la llamada Biblia Textual (BTX) incluso omite los versículos siguientes (9-20), el llamado “final largo” o “final canónico” de San Marcos, a todas luces una interpolación muy posterior, probablemente de comienzos del siglo II.


[vii] Recordemos las geniales aportaciones del recientemente fallecido Stephen Hawking sobre el origen del universo, que constituyen interesantes teorías pero que no pueden pasar de ese estadio. En relación con la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen María, recordamos las absurdas discusiones habidas entre docentes y discentes de un seminario español en una clase bíblica acerca de la posibilidad de que el nacimiento de Jesús hubiera sido un caso de partenogénesis.


[viii] Ver VON ALLMEN, D. L’Évangile de Jésus-Christ. Yaoundé (Cameroun): Éditions Clé, 1972. Un pequeño clásico de la literatura teológica en lengua francesa del cual, desgraciadamente, no tenemos constancia de que haya una edición en castellano.


[ix] “Neaniskos” en griego. Para la representación de seres angélicos como jóvenes, cf. el deuterocanónico 2 Mac. 3:26ss.


[x] No por prescripción directa emanada de la Ley o las disposiciones del Antiguo Testamento, sino debido al desarrollo de la casuística posterior materializada en la Mishnah.

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