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¿Qué significa ser cristiano hoy?



Me pide un amigo y hermano anglicano qué significa para mí “ser cristiano hoy”, una cuestión nada fácil de abordar sobre todo desde la seguridad de la existencia y con recetas de antemano. No es fácil abordar la cuestión, la firmeza en la orientación última de la fe, apuesta por la humildad en lo concreto, siempre abierta a los nuevos desafíos y realidades, limitada en lo que en verdad podemos saber, debemos hacer o nos cabe esperar. No sé si llegaré con las manos vacías y poder dar respuestas de nuestro ser cristiano aquí ahora, en medio de nuestras sociedades del miedo y la indiferencia. Miedo al agotamiento y fatiga democrática, la cultura de la increencia, la insolidaridad frete al grito de los pobres y refugiados, frente al consumismo desorbitado. Frente al desafío que se encuentra la fe en nuestras sociedades plurales y secularizadas, parece pertinente hoy la pregunta de F. Dostoyevski: “Un hombre culto, un europeo de nuestros días, ¿puede creer, realmente creer, en la divinidad del Hijo de Dios, Jesucristo?”. Creer realmente, insiste el escritor, haciendo referencia a una fe auténtica y a la altura de las exigencias de la razón.


Tener fe es una experiencia de sentido que forma parte de la misma esencia del hombre, en relación directa con las preguntas que se hace la razón respecto a nuestro ser y existir. Esta experiencia comporta una relación consciente con lo incondicional (realidad absoluta, Dios) no circunscrita a acciones aisladas ni a meros sentimientos, sino que penetra toda la vida del hombre. El hombre creyente busca a Dios, a tientas en la profundidad de la existencia, ya que solo puede llegar a ser él mismo cuando se ha encontrado con creador. “Quien busca la verdad busca a Dios, sea o no consciente de ello”, nos recordaba magistralmente Edith Stein. Ser cristiano hoy, dependerá esencialmente de esa relación personal con Dios, en ella que ha puesto toda su confianza, como un niño en los brazos de su madre. Una relación que se produce en la hondura de la fe que es experiencia de Jesucristo en la oración, en la Sagrada Escritura, en los sacramentos o en el encuentro con otras personas que están llenas de Él.


Ese encuentro con Jesús, nunca responde con un discurso teórico, sino con hechos: “los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio” (Mt 11, 5). El amor de Jesús no es un amor explicado, debe estar manifestado en la cotidianidad de la existencia, en una forma concreta de vivir y de ser. Jesús no es patrimonio de nadie, ni de Iglesias ni santuarios, ni del norte ni del sur, es de todos aquellos que se encuentran con Él, cualquiera que le confiese como Hijo de Dios, y sobre todo los que andan buscando un sentido más humano a sus vidas.

Jesús manifestaba su poder haciendo el bien, sobre todo a los pobres y necesitados, las viudas, los huérfanos, los leprosos y enfermos, anunciando la buena nueva de que Dios está con el hombre con un amor tan profundo que se le conmueven las entrañas. No se manifestó como un mesías triunfante o apocalíptico, sino en la ternura curativa de su misericordia con los más necesitados y marginados de su mundo. El centro de su predicación de Jesús es el reino, identificándose ambas realidades, Jesús y el reino son una misma cosa. Su propuesta no quedó en la tumba, sus amigos se tomaron en serio su anuncio cuando descubrieron que estaba vivo. Repuestos del escándalo de la cruz, el Crucificado ha sido resucitado por Dios, la causa del reino predicado por Jesús sigue adelante. Su vida se constituyó como modelo de la nueva forma de ser y estilo de vida propios de ese reino. Jesús es el don de Dios e inagotable del reino, Jesús es la perla y el tesoro escondido, es el padre bueno y misericordioso, es el fermento del mundo, el que da sentido a la historia y la raíz de todas las liberaciones.


En el centro de esa historia está la fe de unos hombres que reconocen en Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, el Señor y Salvador. Desde su resurrección los creyentes ponen en él toda su esperanza y siguen sus huellas. Un reino que ahora está dentro de cada persona, cuando busca con corazón humilde y mira con misericordia. También está presente cuando se hace la justicia, cuando se desarrolla la fraternidad o se lucha por los derechos de todos, en la economía, en la política, en la familia, en la comunidad de fe, en el trabajo, en la vida. Un reino que se hace presente cuando se proclama la palabra, cuando se viven los sacramentos, en la comunidad que celebra, en los diferentes ministerios de servicio. Un reino que es esperar contra toda esperanza, en una realidad que está por llegar, donde el tesoro y la perla adquieren valor absoluto. El fermento se transformará definitivamente en masa, el grano de mostaza terminará su crecimiento y se arrancará definitivamente la cizaña, donde el hombre alcanza su verdadero ser, su pleno desarrollo y será su verdadero proyecto para el que fue creado.


El gran reto de ser hoy creyente, es estar comprometido con el mundo, en comunión fraterna, en misión y en salida. Es necesario Recuperar el proyecto de Jesús y ser servidor de la humanidad en defensa de la justicia, de los derechos humanos, la libertad y la paz, de la naturaleza, en diálogo con la cultura, con las otras religiones, defender a los refugiados, inmigrantes, excluidos y marginados. No es una práctica ética o moral, sino un don gratuito que despliega el sentido de la encarnación de Dios que de forma libre y responsable, sabe de quien se ha fiado y se siente dichoso y bienaventurado. Es el Espíritu el que despliega ese don en cada creyente, que le anima a tomar conciencia de esa presencia misteriosa de Dios y a poder desvelar los signos de los tiempos. Su verdad desvela nuestros autoengaños, en la experiencia del perdón, en la solidaridad, la paz, la justicia que son virtudes de su misericordia, son el bálsamo que fortalece y rehabilita. Con Él uno siente que su existencia se expande desde esas virtudes, transformando todo a su paso en una forma nueva de vivir.

 

Soy un creyente laico. Intento vivir bajo el carisma de Domingo de Guzmán. He vivido mi fe desde niño en la Parroquia de la Purísima de Salamanca, donde he sido catequista y monitor de Biblia. Soy doctorado en Filosofía y licenciado en Historia contemporánea, realizando también estudios de Antropología y Teología, estos últimos en la Escuela de Teología de San Esteban de Salamanca. Me he especializado en el pensamiento español e historia de España del siglos XIX y principios del XX. Mis estudios me han llevado a la búsqueda no solo de sentido, sobre todo a buscar la Verdad del misterio que nos habita, buscando fragmentos de esperanza desde los más necesitados de nuestro mundo.

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