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Matanzas cainitas


Génesis, 4 - 8 Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató. 11 Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.

Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga - Se ha dicho muchas veces, y sin duda con muy buen tino, que cada asesinato perpetrado por un ser humano contra otro constituye una repetición de esa trágica historia de Caín y Abel que leemos en Génesis 4. Y añadimos: pero aún se convierte en algo más terrible cuando se lleva a cabo en nombre de Dios.

Según el relato bíblico, Caín no asesinó a su hermano Abel creyendo obedecer dictados divinos, ni para reivindicar el honor de Dios. Lo hizo por una cuestión puramente personal, llevado de un odio muy humano. Quienes a lo largo de la historia han matado, y siguen matando, en nombre de Dios, no solo cometen crímenes de muy difícil justificación, sino que además manchan la imagen del Creador.

Las Sagradas Escrituras, leídas en su estado más puro (es decir, sin el corsé histórico-cultural del pueblo antiguo en medio del cual vieron la luz, al menos en su primera parte), presentan desde el principio un claro mensaje de respeto a la vida humana, entendida como algo particularmente sagrado en los designios de Dios. Más aún, es ese propio Dios, plenamente revelado en Cristo, quien va a dar su vida por los hombres: la muerte de Cristo y su resurrección suponen la victoria definitiva de la vida y de la dignidad que el Creador exige para todo ser humano, sea cual fuere su raza, su clase, su sexo, su ideología o su condición. Ello significa que únicamente una distorsión absoluta de la religión, es decir, de la mente de ciertos grupos religiosos, puede no solo matar, sino aun justificar la muerte en nombre de Dios.

Que estas cosas sucedan en nuestros días, en pleno siglo XXI, solamente vienen a evidenciar, por desgracia, que la barbarie y el primitivismo aún permanecen muy presentes junto a sociedades civilizadas, o en medio de ellas. Y que la humanidad no se ha deshecho todavía de sus viejos demonios ancestrales, esos que incitan al odio fratricida, incluso con la máscara religiosa de una reivindicación intransigente del nombre o del honor de Dios.

Seguimos creyendo, pese a todo, que la cultura, responsabilidad de quienes gobiernan las naciones del mundo, es un arma indispensable para superar la barbarie. Y creemos también, y sobre todo, que la proclamación del mensaje universal de Jesús, tarea exclusiva de los creyentes, contribuirá a la paz y el entendimiento entre los pueblos.. Frente a la muerte, la vida, y frente a la desesperación, esperanza.

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