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El Reino de Dios: Una teocracia “posible” en la tierra.


El Reino de Dios es tanto el tema central de Jesús, como el de todo el Nuevo Testamento.

Rubén Baidez Legidos - Introducción: En los evangelios “sinópticos”, el término aparece nada menos que 122 veces ¡90 veces en los propios “dichos” de Jesús!. Fue el contenido fundamental de su predicación y aquello que dio unidad a su ministerio. Es algo que desde los mismos comienzos de la actividad de Jesús se subraya con su anuncio en Galilea que “el tiempo se ha cumplido y el reinado de Dios se ha acercado: arrepentíos y creed en el evangelio” (Mc. 1:15). Al mismo tiempo en la obra doble de Lucas-Hechos, el reinado de Dios es aquello con lo que culmina la predicación de Pablo sobre el Mesías, en los orígenes de las iglesias cristianas (Hch. 28:31). Estamos, por tanto, ante un asunto central para entender a Jesús y el cristianismo.[1] A pesar de su importancia, durante diecinueve siglos de teología cristiana ha sido el gran ausente en los sistemas teológicos, como no fuera a modo de un apéndice final de la Escatología. Recién en el último siglo ha habido una viva discusión sobre el Reino de Dios entre teólogos y exégetas de las escrituras, en relación con el mensaje de Jesús.[2] Quizás el silencio se debió a la dificultad por definir y responder a la pregunta: ¿Qué es el Reino de Dios? Al igual que en otros conceptos (importantes) para el cristianismo, el Nuevo testamento no nos da una respuesta directa a la cuestión de saber qué es. En ningún momento se nos da una definición del mismo (no debemos de entenderlo como un requisito indispensable, pero llama la atención que algunos temas relevantes en la Biblia como este no tengan una definición tan clara como a priori muchos cristianos puedan pensar). Jesús habla de él como de una realidad conocida, proclamando su proximidad, sugiriendo algunos de sus aspectos con la ayuda de parábolas, declarando que está lejos o está cerca, confiando sus llaves a Pedro, enumerando las condiciones que permiten entrar en él y las que, por el contrario impiden hacerlo. Pero a pesar de todo ello, el reino de Dios no se deja captar ni mucho menos como una noción ni definir como un concepto.[3] Es quizás por éstas razones que autores como Antonio Piñero hablando sobre el tema en un artículo plantee lo siguiente:

“Cuando escriben sobre el reino de Dios según Jesús de Nazaret, los expositores cristianos por lo general hacen hoy día una reinterpretación y transposición profunda de las ideas de ese Jesús acerca del Reino.”

Podríamos pues ¿entender qué es el Reino de Dios verdaderamente? ¿a qué se refería Jesús cuando hablaba de ese “Reino”? ¿Qué entendían aquellos que oían hablar de ello como una realidad conocida? El desarrollo teológico que ha generado la iglesia al respecto del mismo, ¿es una reinterpretación para justificar el retraso y la falta de “evidencia” de ese Reino de Dios entre nosotros?

¿Qué entendían por Reino de Dios los oyentes de Jesús?

El término griego utilizado en el nuevo testamento para reino es Basileos (βασιλεύς), que desde Homero tiene el significado de: ser rey, manda, reinar. En sentido ingresivo: hacerse rey, tomar el mando. La LXX, tradujo este término de la raíz hebrea mlk, que hace referencia a ser rey, gobernar. Este concepto se usaba tanto para designar los reyes terrenos y su soberanía profana, como dentro de la concepción de Israel a la realeza de Yahvé.[4] En el antiguo testamento se utilizan tres nombres comunes derivados de melek (rey), a los que corresponderían tres equivalentes castellanos: Melukah (realeza), Malkut (reinado), Mamelakah (reino como territorio sobre el que el rey ejerce su poder y también podría significar “imperio”). Esta variedad de equivalentes hebreos explica la dificultad de traducir la basileia evangélica. Por lo cual, algunos autores consideran que la mejor traducción sería la de hablar de “reinado” y no de “reino” (salvo que así lo requiera el contexto propio de la traducción).[5]

Hablar desde el texto bíblico del reinado de Dios, es literalmente eso: que Dios reine. La primera vez que aparece en el Antiguo Testamento la idea de que Dios reine es tras la salida del pueblo de Israel de Egipto. Tras ser liberados, el soberano del pueblo pasa a ser Dios (Ex. 15:18). Por esta razón cuando Israel se plantea el tener un monarca físico se plantea un problema a su vez teológico. Pues el hecho del reinado de Dios es una actividad del mismo Dios, en reinar como soberano.[6] Su gobierno en el texto veterotestamentario no se entiende en un sentido “figurado”, “simbólico” o como una utopía futura, sino como algo que es real. Y así lo entendían los judíos de la época de Jesús (¿y el mismo Jesús?). Ellos se sentían parte del pueblo que había hecho un pacto con Dios y ese pacto consistía en aceptar la soberanía del Señor y reconocerlo como Rey. Él al establecer su reinado establece una relación tan excluyente con su pueblo como la que se da en un matrimonio (Cf. Oseas). En esta relación Dios asume (o los seres humanos le proyectan) los “roles de dominación” (rey, guerrero, amo...). Y en esta soberanía que excluye a otros reyes (otros dioses) implica la constitución de un pueblo de hermanos (es decir igualdad entre ellos). En su reinado Dios establece una relación directa con cada miembro de su pueblo y con la asamblea del pueblo en su conjunto, pues Dios no reina si su pueblo no le reconoce (no es impositivo), pues su reinado se da directamente en relación con su pueblo.

Es así como se llega entender que es por medio de las páginas de la historia de Israel que se manifiesta el reinado de Dios, pues en relación a los sucesos y relación de su pueblo Dios manifiesta su soberanía. Por eso para un judío de la época de Jesús el reinado de Dios no es algo abstracto sino concreto e histórico.[7]

El “reinado de Dios” según Jesús desde el Evangelio de Lucas.

Mientras que en Mateo y Marcos, la predicación de Jesús comienza con la proclamación del reino de Dios, en Lucas nos encontramos una escena inicial del maestro en una sinagoga de Nazaret, sin citarlo siquiera (aunque el discurso de Jesús en la escena de la sinagoga no es el anuncio del reino (4,16-30), emite el programa del reinado tal y como se verá en el transcurso del evangelio lucano). La primera referencia en el texto lucano a ello es en Lucas 4: 43, en la que se utiliza la expresión “reino de Dios” para identificarlo con la proclamación del evangelio (idea reiterada a lo largo de todo el evangelio y de Hechos),[8] haciendo incluso de ello el propósito de su ministerio (¿y vida?).

El Reino de Dios en la predicación de Jesús, se caracteriza como un reino “contrapuesto a todo lo presente y terreno y, por ello mismo, como algo verdaderamente maravilloso”. Establece ese reinado como un don de Dios (Lc. 12:32), que se comunica en forma testamentaria (Lc. 22:29). El Reino de Dios es del más allá, es sobrenatural: sólo procede de Dios. Es así pues como en la predicación de Jesús sobre el reinado de Dios se ve claramente no que Él enseñe una nueva doctrina sobre ello o haya realizado la radicalización de las esperanzas escatológico-apocalípticas, sino en que él puso el reino de Dios en relación indisoluble con su persona. Lo nuevo en el anuncio del reino de Dios por parte de Jesús “es el mismo, simplemente su persona”. Es así como por medio de Jesus se hace presente su reino. En su acción (milagros, exorcismos, señales...) y sus palabras es que ya ha comenzado su reinado Dios. Los Hijos perdidos son recibidos por el Padre (cf. parábola del hijo pródigo en Lc. 15:11-32), el pastor va por la oveja descarriada (Lc. 15:4-7), como la mujer busca la moneda perdida (Lc. 15:8-10), los pecadores reciben perdón de sus pecados (Lc. 7:42). [9]

El mismo Hans Küng, resume el concepto de Jesús del Reino de Dios en contraste con las concepciones y expectativas de su época:

El reino de Dios no es solamente el gobierno continuo de Dios desde los albores de la creación, como lo entendían los líderes de Jerusalén, sino el futuro reino escatológico de Dios.

El reino de Dios no es solamente la teocracia religoso-política de Israel, sino la inmediata e irrestrictiva soberanía de Dios sobre todo el mundo.

El reino de Dios es la buena noticia de la infinita bondad y la gracia incondicional de Dios (no solo hacía unos pocos “buenos” o “santos”).

El reino de Dios no es un reino construido por la acción del hombre sino por un acto libre de Dios.

¿Qué sería entonces, para Jesús, el reinado de Dios?

Un reino donde, la voluntad de Dios es hecha en la tierra. El mal será vencido y todo pecado perdonado.

Será un reino donde, de acuerdo con las promesas de Jesús los pobres, los hambrientos, los que lloran y son quebrantados serán reivindicados; donde el dolor, el sufrimiento y la muerte terminará.

Será un reino que no puede ser descrito, sino dado a conocer como en metáforas.

Será, por lo tanto, un reino de absoluta justicia, de intrépido amor, de reconciliación universal, de paz eterna. [10]

Al igual que ocurre en Marcos, Lucas tiene pocas parábolas en las que se refiera expresamente al reino de Dios. Cita nada más que dos: el grano de mostaza (Lc. 13: 18-19) y la levadura (Lc. 13: 20-21).

Pero a pesar de eso, Lucas insiste en que Jesús como Rey mesías, aunque encuentra durante su misión pública una manifestación plena, no impide que su manifestación gloriosa se deje todavía esperar, pues es sólo después de su muerte que se establecerá su Reino (Lc. 23. 42) y será en los tiempos escatológicos cuando ejerza la actividad real de juez (Lc. 22. 28-30). Pues a pesar de que la entronización real que el Padre le concede al Hijo es la resurrección, no alcanza todos sus efectos hasta ese momento final en el que Jesús actuará de Rey-juez en el “Juicio final”. La realeza que se le concede es la condición regia del Resucitado, visible tan sólo en el mundo celestial mientras se desarrolla la historia. Hasta el momento en el que se manifieste su realeza palpable para todos en el juicio.[11] Momento en el cual el Señor cumplirá su promesa de volver a ser rey sobre su pueblo y, mediante la atracción que este Dios y este pueblo ejercen sobre las naciones, el reinado de Dios se mostrará como un reinado universal. (N. Lohfink, 1986). El reinado de Dios significará la restauración de la grandeza y belleza originarias de la creación. [12]

Entre Cristo y la manifestación escatológica ¿qué?

Es así pues, que el evangelio del reino que inaugura Jesús no termina con su ministerio en la tierra, sino que los Doce tienen la misma responsabilidad (Lc. 9:2), como los setenta y dos (Lc. 10: 8,11) y por extensión cada uno de los que quiera ser seguidor de Cristo (Lc. 9: 60,52). En los Hechos de los apóstoles, los misioneros siguen predicando el Evangelio del reino de Dios, un evangelio que es también el del nombre de Jesucristo (Hch. 8:12, 28,31). El Espíritu de Cristo los asiste en esta tarea. Jesús es el rey es la proclamación y por medio de él se ha establecido el reino de Dios; y esto vale para los todos los siglos sucesivos.[13]Para los cristianos, la esperanza de la transformación de la humanidad en el reino de Dios es un acontecimiento del tiempo final, cuyo futuro ya ha despuntado en el mensaje, la praxis y el destino de Jesús de Nazaret. De modo que los cristianos están, ya ahora irrevocablemente insertos en el radio de acción, en el ámbito de la soberanía del reino de Dios, que para ellos se identifica con el reino de Cristo.[14]

Esa radio de acción puede dividirse en dos partes:

Por un lado en la predicación del Evangelio del reino de Dios. Pues en la predicación del evangelio, aunque el reino de Dios no está establecido de una forma escatológica, se da que éste si está presente en la fe y en la nueva obediencia, en la nueva comunidad y en la fuerza del Espíritu. La presencia del Espíritu Santo hay que entenderla como una señal y un comienzo de la nueva creación de todas las cosas en el reino de Dios. Dios reina a través de la palabra y la fe, la promesa y la esperanza, la oración y la obediencia, la fuerza y el Espíritu.[15]

Por otro esa dimensión ética que tiene el llamado de Jesús. Pues como dice Yoder:

“Jesús con su bautismo inaugura y con la cruz culmina un nuevo régimen al que sus discípulos son llamados a compartir. Los hombres tiene derecho a considerar su reino como irreal, o poco importante, o imposible, o no atractivo; pero ya no podemos hacer esta elección en nombre de una teología sistemática o de una hermenéutica honesta. En este punto ya no hay diferencia entre el Jesús de la Historie (los datos) y el Cristo de los Geschichte (la interpretación), o entre Jesús como hombre y Cristo como Dios, o entre la religión de Jesús y la religión acerca de Jesús, ( o entre el Jesús del cano y el Jesús de la tradición. Ninguna de tales divisiones puede evitar el llamado a una ética marcada por la cruz, una cruz identificada como el castigo de un hombre que amenaza a la sociedad creando una nueva clase de comunidad que lleva un estilo de vida radicalmente opuesto.”[16]

Es ese llamado ético, que el propio Jesús nos dice en Lc. 17:20-21, nos refiere a que el reino de Dios está en nosotros. El término griego que se utiliza en el texto es (entos), “en el interior de”. Más allá de querer darle un sentido de búsqueda interior parece claro que si nos esforzamos por manifestar lo que hay en nosotros, el reino de Dios estará donde estemos. [17]

Conclusión

Desde el principio Dios ha querido establecer su soberanía sobre su pueblo, pero está es tan sólo por una invitación aceptada por cada uno de nosotros. Ese deseo que ya fue tomando forma en el texto antiguo testamentario, toma identidad en la persona de Cristo, el cual abre las puertas a aquellos que desean aceptar esa invitación personal a disfrutar de algún modo de ese Reino, que se manifestará de manera completa en un tiempo determinado solamente por Dios. De momento y hasta que llegue ese momento tan sólo nos queda disfrutar de ese reinado “que ya...pero todavía no”.

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Bibliografía.

ARIAS, M. “Venga tu Reino (la memoria subversiva de Jesús)”. Ed. Ichtus, 1990.

BLANCHARD, Y. et al. “Evangelio y Reino de Dios”. Ed. Verbo divino, 1995.

COENEN, L. et alt. “Diccionario teológico del Nuevo Testamento” Vol. IV. Reino. Salamanca, Ed. Sígueme, 1984.

GONZÁLEZ, A. “Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia”. Reino de Dios,(Viladecavalls: CLIE, 2014).

GONZÁLEZ, A. “ Reinado de Dios e imperio. Ensayo de teología social”. Santander, Ed. Sal terrae, 2003.

KÜNG, H. “Ser cristiano” Madrid. Ed. Cristiandad, 2000.

KÜNG, H. “¿Vida eterna?” Madrid. Ed. Trotta, 2010.

MOLTMANN, J. “La Iglesia y la fuerza del Espíritu”. Ed. Verdad.

PIÑERO, A. “Lucas y el reino de Dios presente”. Serie Reino de Dios, Cristianismo e Historia. Blog sobre cristianismo de tendencias 21, [Consultado el: 01-VIII-2015]. Disponible en: http://www.tendencias21.net/crist/Lucas-y-el-reino-de-Dios-presente-Conclusion-general-de-la-serie-446-12_a1394.html

YODHER, J. “Jesús y la Realidad Política”. Buenos Aires, Ed. Certeza, 1985.

[1] GONZÁLEZ, A. “Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia”. Reino de Dios,(Viladecavalls: CLIE, 2014).

[2] ARIAS, M. “Venga tu Reino (la memoria subversiva de Jesús)”. Ed. Ichtus, 1990. Pág.18-19

[3] BLANCHARD, Y. et al. “Evangelio y Reino de Dios”. Ed. Verbo divino, 1995. Pág.6

[4] COENEN, L. et alt. “Diccionario teológico del Nuevo Testamento” Vol. IV. Reino. Salamanca, Ed. Sígueme, 1984.

[5] BLANCHARD, Y. et al. Op. Cit. Pág. 7

[6] Cabe aclarar (pues con los debates actuales sobre la figura del rey y para no caer en ideas erróneas) que hay que entender que el rey en tiempos antiguos, era considerado hasta que demostrará lo contrario, como un salvador de su pueblo; encarnaba el bien de sus súbditos y procuraba siempre la salud y la prosperidad del país (de Vaux, 1985: 163). Desde este punto de vista, la realeza de Dios no es un simple título, sino también una cualidad de su persona, reinando siempre la justicia y la paz.

[7] GONZÁLEZ, A. Op. Cit. Reino de Dios.

[8] BLANCHARD, Y. et al. Op. Cit. Pág. 44

[9] COENEN, L. et alt. Op. Cit.

[10] KÜNG, H. “Ser cristiano” Madrid. Ed. Cristiandad, 2000. Pág. 215

[11] BLANCHARD, Y. et al. Op. Cit. Pág. 47-48

[12] GONZÁLEZ, A. “ Reinado de Dios e imperio. Ensayo de teología social”. Santander, Ed. Sal terrae, 2003, Pág. 134-136.

[13] BLANCHARD, Y. et al. Op. Cit. Pág.49

[14] KÜNG, H. “¿Vida eterna?” Madrid. Ed. Trotta, 2010. Pág. 349-350.

[15] MOLTMANN, J. “La Iglesia y la fuerza del Espíritu”. Ed. Verdad, Pág. 233

[16] YODHER, J. “Jesús y la Realidad Política”. Buenos Aires, Ed. Certeza, 1985. Pág. 48.

[17] BLANCHARD, Y. et al. Op. Cit. Pág.50

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