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Caridad cristiana y empatía psicológica


Vemos a un mendigo y dejamos caer unas monedas en sus manos sin fijarnos en su mirada. Nos cruzamos con un indigente y procuramos mirar al frente…

Rvdo. Francisco Javier Alonso - …intentando esquivar disimuladamente a ese hombre o mujer que ha atravesado hace tiempo los límites de la desesperación. Qué no decir del manco, cojo, tuerto, tartamudo, parapléjico, obeso, anoréxico…

Dice la psicoanalista Mariela Michelena: "Huimos del dolor como si fuera contagioso". Si fuese del dolor de uno mismo, podría comprenderse; pero huir del dolor ajeno es algo sobre lo que debemos meditar profundamente.

El cristianismo reconoce que la verdadera compasión es la que nos convierte en “creadores”: "Sed perfectos como mi Padre es perfecto".

Es creador quien introduce su existencia sin ego en lo creado. Hemos sido creados “escandalosamente libres”, como diría X. Pikaza. Ser libre para reconocer nuestro dolor, pero también el dolor ajeno; lo que conmueve y lo que desagrada, aunque vayan juntos en el camino de la evolución personal. La compasión es “expansiva” y la huida “constrictiva”, a pesar de la ilusoria sensación contradictoria.

Podemos practicar también la Oración del Perdón. Orar realmente es algo sencillo. No hay que buscar complicadas prácticas. Al orar, solo debemos dejar que Dios actúe nuestra mente sin esfuerzo, pero también debemos permitirnos orar con el corazón, porque la oración es fundamentalmente sentimiento. Las palabras deben revestirse de esa emoción liberadora que nace cuando nos abrimos a la verdad, cuando nos sinceramos “por y desde el corazón”. Para comenzar a perdonar y elevarnos por encima de la amargura y el resentimiento, comencemos poniendo amor: "Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor". (San Juan de la Cruz).

Oremos por quien nos ha hecho daño. Sí, ya sé que parece un imposible, pero tal vez puedas comenzar con los que te han provocado “daños menores”, hasta llegar a quienes son los “clavos de tu cruz”.

Desahogarse con Dios sana y libera. Poner en manos de Dios aquello que no puedes controlar ni remediar, incluidas las emociones devastadoras del odio, es comenzar a curar el alma. No tengas la menor duda de que si rezas con fe e intención compasiva por quienes te hacen sufrir, Dios irá curando tus heridas. Cristo gime con los hombres (“se estremece en Espíritu”), esperando la hermandad humana universal (Rom 8, 19 s).

El dolor compartido es la esperanza de un cambio radical en el curso doloroso de la historia humana. En definitiva, de una solidaridad construida a través de la “deconstrucción” (usando un término filosófico) de las falsas visiones e identidades egoístas, incluyendo las “segregaciones eclesiales cristianas”, tan en boga todavía, mientras sufren todas un silencioso genocidio en manos del fanatismo, ya sea físico o político. No basta una actitud compasiva. Es necesaria una acción “redentora”, activa y transformadora. ¡Dejamos a un lado los pretextos! ¿Y si nos atrevemos a probar un “juego compasivo”? Es muy sencillo: Se trata simplemente de que busques un día determinado y desde la mañana hasta la noche “vivas con limitaciones autoimpuestas”. ¿Qué? ¿Cómo? Sí, has leído bien: “Limitaciones autoimpuestas”. Por supuesto, este ejercicio no se dirige a quien sufre limitaciones “involuntarias” o “innatas”. Es para los que protestan porque en el edificio se instaló una plataforma para discapacitados o a los que les molesta el intérprete de signos en la parte inferior o superior de la pantalla, para que los sordomudos puedan “oír” con la vista.

Te propongo lo siguiente: –No uses la mano derecha (si eres diestro) durante todo el día. Olvida tu brazo derecho (o izquierdo si eres zurdo) hasta la noche. No está ahí. Trata de hacer tu vida normal sin ayuda de nadie. –Y si eres más atrevido, venda tus ojos y trata de seguir tu ritmo habitual. ¡Ah! ¿Echas de menos a los demás? ¿Una ayuda mínima? Pues sería un buen comienzo. –En ambos casos trata de vestirte, comer, abrir puertas, coger el autobús o cepillarte los dientes sin una mano, o sin visión. –Si no te atreves durante una jornada a llevar esta práctica a tu vida cotidiana, por lo menos, imagínala. Sí, imagínate a ti mismo en esas circunstancias. Quizás mañana, al cruzarnos con quien tiene limitaciones “forzadas” nuestra actitud habrá cambiado un poco. ¡Y eso es mucho! «Bienaventurado el que sabe que compartir un dolor es dividirlo y compartir una alegría es multiplicarla». (Facundo Cabral).

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