Las manos de mi abuelo
“Y no puedo no pensar que Dios tiene manos de abuelo, como la del mío y de tantos otros”
Luís Alberto Rodríguez, desde Roma - Hemos terminado de cenar con los abuelos, llegaron rápido a casa, mi padre los invita porque le gusta estar en compañía y organizar cenas. Cuando terminamos de comer y todo lo demás, los abuelos se levantan de la mesa y se van a su casa, salimos todos a despedirlos, ya es de noche tarde y es hora de dormir, ellos viven a la vuelta en el mismo barrio, llegarán en unos minutos. Hoy los miro con particular atención, no sé por qué, y allí van ellos caminando solitos, mi abuelo con su paso lento pero firme y la abuela igualmente a su lado…
No volví a verlos así porque al poco tiempo el abuelo enfermó de cáncer en el riñón y en unos meses se nos fue. Hoy recuerdo sus manos en modo particular, eran manos de: albañil, peluquero, vendedor, carnicero, en fin manos que hacían todo. Y no puedo no pensar que Dios tiene manos de abuelo, como la del mío y de tantos otros, que saben hacer de todo, y por eso para los creyentes “descansar confiados en sus manos” es un “pre-supuesto”, se supone que eso es lo que hay que hacer.
En la dedicación por “tratar el cáncer” que me ha visitado desde hace por los menos diez años y lo descubrimos hace un, la confianza en “las manos de Dios” fue fundamental, hay momentos en los que nos ahoga la angustia, mi esposa es una guerrera y en algunos combates se agota, como yo también. Pero siempre nos alienta saber que Dios está con sus manos afectuosas cuidándonos y protegiéndonos, incluso en lo económico. No siempre sentimos su protección y cuando llega el momento oscuro parece que nos descuida, pero como pasó con Job, terminamos diciendo: “¡Ahora te han visto mis ojos!”.
En efecto el libro de Job es una obra literaria para representar la experiencia de los creyentes. En un momento u otro, todos, pero absolutamente todos, sea uno, obispo, Papa, clérigo o laico, rico o pobre, mujer u hombre…, experimenta el abandono de Dios, como lo vivió Job. El libro de Job explica cómo en un momento dado, Dios se presenta ante él y le muestra todo lo que hicieron sus manos, con inmensa sabiduría, y él no es capaz de comprender su sentido profundo. Job termina reconociendo que no puede abarcar con su cabeza el infinito misterioso de Dios, y se apoya confiado en Él.
Así pasó también con Jesús de Nazaret que desde la cruz clamó a Dios ¡Por qué me has abandonado!... y no hubo respuestas, sólo silencio. Creo que en ese momento Jesús percibió tan cercanas las manos de Dios que expiró diciendo justamente: “En tus manos encomiendo mi espíritu”. Las manos de Dios son nuestro apoyo en la vida, pero sin buscar favoritismos o ayuditas que nos puedan sacar “ya” de los peligros…, sólo confiando en esas manos de artesano del mundo.
Abuelo me prestas el sombrero…? Me gusta jugar con el sombrero del abuelo, de paso le toco la pelada cabeza y como soy chiquito no me reprende sino que me abraza y me besa… ¡Ah! ¡Qué hermoso sentir sus manos abrazándome! Hoy, pasados ya los años, espero volver a tocar las manos del abuelo, y sentir su abrazo protector, seguramente lleno de luz divina me comunicará al oído algunas respuestas de parte de Dios, esas que aún no encuentro pero espero confiado… en Manos de Dios!!!!