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Los Reyes Magos mensajeros de nuestra común humanidad, por Javier Otaola






El espíritu de la Navidad y el simbolismo plural, multicultural y multirracial de los tres Reyes Magos llegados desde los confines de la Tierra hasta Belén, representan mejor que cualquier otro símbolo, más local y castizo, el vínculo universal de nuestra común humanidad, y nos invitan a una reflexión sobre cómo hacer realidad una fraternidad responsable, que no se limite a ser una consoladora ensoñación reservada a unos pocos días del año. Una fraternidad que sea responsable no puede fundarse ni en la panfilia angelical que no quiere ver las sombras de la condición humana, ni tampoco en la homicida dialéctica del amigo-enemigo, sino en una alternativa dialécticamente superior: un humanismo que asuma y regule el conflicto. El reconocimiento del conflicto fraterno no rompe la fraternidad, el reconocimiento de la discordia es el reconocimiento de la misma sociabilidad humana. La Historia del siglo XX nos ha demostrado la violencia crudelísima y destructiva de las identidades absolutas, nacionales o ideológicas, propuestas por los totalitarismos de derechas y de izquierdas, (Hitler-Stalin) en las que inevitablemente toda discrepancia se convierte en traición y toda contradicción es insolencia. La democracia parlamentaria nos enseña por el contrario a reconocer los derechos de nuestros contradictores, que son a la postre los garantes de nuestra cordura, ya que nos recuerdan los límites de nuestras propias razones y nos evitan la locura de querer tener "demasiada" razón.


La diversidad, la disputa y la competencia caben en la fórmula institucional de la concordia discordante, en la que están pautados los momentos de consenso y los espacios de confrontación, sólo la democracia parlamentaria, con todas sus deficiencias ha sido capaz de conjugar efectivamente el equilibrio entre unanimidad y pluralismo que nos permite vivir en una sociedad plenamente humana, como dice Alain Finkielkraut, , "...la humanidad deja de ser humana desde el momento en que no hay lugar para la figura de enemigo en la idea que ella se forja de sí misma y de su destino. Lo que significa, por el contrario, que el angelismo no es un humanismo, que la discordia, lejos de ser un error o un arcaísmo de la sociabilidad es nuestro bien político más preciado, y que la excelencia de la democracia, su superioridad sobre todas las demás formas de la coexistencia humana reside precisamente en el hecho de haber institucionalizado el conflicto inscribiéndolo en el principio mismo de su funcionamiento".


Ese absolutismo ideológico que entiende todo conflicto como reflejo del antagonismo de humanidades enemigas está en el fondo de los sangrientos enfrentamientos que han jalonado el siglo XX: la Gran Guerra de 1914-1918, nuestra española guerra civil 1936-1939 preludio la II Guerra Mundial 1939-1945, el abismo del Horror de Auschwitz y el Holocausto, las purgas comunistas, el Gulag, el bombardeo de poblaciones civiles: Gernika, Coventry, Londres, Dresde, Hiroshima; los exterminios masivos programados por los khemeres rojos de Pol-Pot, los genocidios armenio y kurdo, la masacre de los tutsis a manos de los hutus, la guerras étnicas entre croatas, bosnios y serbios, el terrorismo islamista de Al-Qaeda ..., y ya en el presente siglo la invasión rusa de Ucrania.


El equilibrio del terror que implica la mera posibilidad del uso de las armas atómicas añade un freno a nuestra natural belicosidad y el Miedo, padre de tantas cosas, puede ser un antipático aliado de una nueva cultura de la Paz que no podrá ser si no asumimos el carácter universal o sea global de nuestros problemas, y por ende de las soluciones que seamos capaces de arbitrar para evitar lo peor.

Benditos Reyes Magos, traednos una esperanza de Paz







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