La guerra ayer y hoy. Consideraciones éticas.

[ imagen: La Paz de Westfalia que puso fin a las guerras de religión en Europa]
La guerra es una constante en la Antigüedad. Así por ejemplo lo constata Heródoto en su “Historia”, redactada alrededor del siglo V aC., cuando describe las guerras Médicas. En Heródoto de hecho se produciría una curiosa ambivalencia discursiva. En efecto, pues mientras por una parte destaca profusamente y con todo lujo de detalles los horrores provocados por la guerra, por la otra constata en ella una herramienta legitimadora de los valores culturales patrios, así como una defensa de la libertad y de la justicia ante la barbarie que para susodicho historiador representan los persas (hybris).
También el registro arqueológico consigna profusamente la presencia de la guerra por doquier con idéntica finalidad, así, por ejemplo, la Paleta de Narmer, datada de unos 4.000 años antes de Cristo, en Egipto, perteneciente al Reino Antiguo. La guerra corre en consecuencia en paralelo a la historia misma de los imperios dotando de legitimidad a sus dirigentes.
No en vano un especialista tan destacado como Antonio Pérez Lagarcha se queja en este sentido de que la mayoría de las manifestaciones culturales e históricas en un lugar tan representativo para la Antigüedad como fue Egipto, se basen en un hecho preciso, especialmente de carácter militar, como por ejemplo una batalla destacada o una guerra, circunstancia que propende a la desconsideración que para dicha historia puedan tener otros hechos mucho más importantes que el puramente marcial como por ejemplo la coyuntura internacional o la comprensión de los hechos mismos no como circunstancias de carácter puntual sino como eventos en ocasiones de muy larga y compleja duración. Esto es lo que sucede por ejemplo en la famosa batalla de Kadesh, que enfrentara en el año 1259 aC. al faraón egipcio Ramsés II y al rey hitita Hattusili III, magnificada especialmente en Egipto desde todos los puntos de vista (literarios, arquitectónicos, figurativos...) siendo en realidad un suceso bélico de dudoso resultado que ocultaba en el fondo una política diplomática anterior cuestionable que de ser bien encauzada con toda seguridad hubiera podido evitar la guerra.
De manera que bien podría deducirse la cotidianeidad de la guerra en la Antigüedad y su carácter normalizante ante el devenir de la existencia.
Victor Davis Hanson, profesor de la Universidad Estatal de California (Fresno), basándose en esta realidad, pretende iluminar los problemas contemporáneos existentes en el Oriente Próximo y en el ámbito mundial por extensión, a través de su visión acerca de la naturaleza de la guerra en la época clásica, especialmente helena, mayoritariamente, aunque no exclusivamente, trazando paralelos entre antedicha época y la actual.
La historia nos demuestra que pareciera innato a la condición humana lograr mediante la guerra aquello que no pudo obtener mediante la paz, circunstancia que convertiría a la misma guerra en un subproducto endémico a nuestra especie. Ningún otro animal procede en este sentido con la devastación que procede el “homo sapiens sapiens” contra si mismo.” Esta circunstancia se constata amplificada cuando la aplicamos a las organizaciones estatales. En efecto, cuando antedichas organizaciones se constatan como poderosas, tienden históricamente a la expansión ejecutando la misma invariablemente mediante el ejercicio de la fuerza militar.
El mal “endémico” al que se refiere Hanson no puede estar sino relacionado con el pecado original en orden teológico, especialmente si observamos la extracción neoconservadora militante de Hanson, normalmente reportada al ultra protestantismo, aunque no exclusivamente. Hanson no lo dice nunca, pero la palabra endémico aquí se refiere a una realidad trans-humana perviviente y operante no obstante permanentemente en la humanidad.
En cualquier caso, Hanson demuestra una antropología protestante y, como tal, altamente negativa. Antedicha negatividad la enlaza con el “honor estatal”, o de las “poleis”, entrando en ocasiones el ser humano antiguo en guerra simplemente por la mera disputa de zonas pobres, desérticas o insignificantes, tal como ha sucedió contemporáneamente en el caso de las Malvinas. En el caso de las islas Falkland, ciertamente se trata de una dictadura militar que pretende legitimarse ante la opinión pública, pero en realidad no sabemos si su aserto es de recibo en el caso heleno. Tal vez estas batallas fueran simplemente defensivas para evitar adentramientos que agredieran propiedades más importantes para el mantenimiento de sus vidas. En cualquier caso, no puede discutirse que los celos, las envidias, el honor o la depredación del otro movieron y mueven todavía hoy hacia la guerra, y esto vuelve a posicionar el problema más que como mera estrategia desde una perspectiva en el fondo antropoteológica y psicologizante.
Esto es pues lo que tácitamente defiende Hanson: el ser humano está por naturaleza contaminado y su reacción natural es la violencia y con ella la guerra que la acompaña. Así se explica, por ejemplo, que, como describe Tucídides, Esparta rechazase un armisticio diplomático ventajoso con Atenas en el contexto del enfrentamiento entre la liga Délfica (Atenas) y la liga del Peloponeso (Esparta) durante el siglo V aC., que hubiera solucionado los conflictos y eliminado la guerra por miedo a la democracia, un elemento exógeno al sistema organizativo espartano, aunque, justo es reconocerlo, Esparta comprendiera en su organización una suerte de “democracia” oligárquica difícilmente comprensible en nuestros días.

La legitimidad de la guerra se basa y permanece indeleblemente impresa en el carácter humano. Por ello como decíamos la envidia, los celos, el sentido del honor y otras tantas circunstancias “peregrinas” la suelen justificar y hasta potenciar. Como el mal original y originante de los conflictos se halla en el ser humano, no queda otro remedio a ojos de Hanson, en aras de la organización de cualquier sociedad, que la disuasión militar: “si vis pax para bellum” podría resumirse. Esto es un corolario actual operante tanto en el ayer como en el hoy. Se trata de tener asustado al vecindario para que no se atreva a tocar lo tuyo, lo que termina normalmente convirtiéndose en el expolio irredento de lo suyo. Así se comprende que Esparta, por bajar la guardia preventiva, fuera derrotada por Tebas, algo en principio verdaderamente inimaginable. O que las 338 ciudades estado griegas fueran derrotadas por solamente 300.000 macedonios capitaneados por Filipo de Macedonia en el siglo IV aC., cuando apenas un siglo y medio antes antedichas “poleis” habían logrado ni más ni menos la proeza de lograr batir en retirada a un ejército persa constituido por más de ¼ de millón de personas. Mensaje directo de Hanson: exactamente esto mismo es lo que le sucederá a occidente respecto al terrorismo islámico, y lo que le sucederá también a Israel respecto al mismo de no mantener alzada permanentemente la guardia preventiva ... la cual exige efectivamente la guerra preventiva como sostenían así mismo sus amigos Donald Rumsfeld y George Bush.
Uno se pregunta si no sería más eficaz preparar el espíritu humano para la paz a través de la docencia actualizante de la historia, como al finalizar la exposición tendremos ocasión de exponer.
Abunda al esquema de Hanson el hecho de que Israel no se encuentra rodeado por sociedades consensuales, quiere ello decir democráticas, pues es muy raro que una sociedad democrática ataque a otra que también lo es. Por ello los judíos están invitados a no abandonar jamás el uso de las armas, y cuanto más potentes mejor, pues ello aumentará la disuasión hasta que se produzca un cambio paradigmático en el Oriente Medio a través de la instauración de la democracia de la mano de los grandes maestros de la misma: los EEUU de América.
Deben los judíos estar muy agradecidos a personas como Ariel Sharon, personas destacadas, preclaras y, claro está, militares conservadores como Hanson y los suyos que tiene la lección muy bien aprendida.
Hanson comprende aquí la disuasión como colaboración Israel - EEUU, advertencia incluida: no os acerquéis mucho a los europeos ni, especialmente, a las apestadas izquierdas porque han aceptado el discurso tribal victimológico palestino: quieren que os retiréis de los Altos del Golán, entre otras muchas cosas peores para vuestros intereses .... La pregunta natural aparece por sí misma: ¿Su concepto de democracia es verdaderamente democrático?
Hanson teje un hilo ariádnico de sentido orientador entre Grecia y los EEUU de América, Occidente dice él, e incluso alaba a Europa señalando que los soldados europeos fueron históricamente los más destacados de la historia por su aprecio a la individualidad, a la disciplina social y a otras circunstancias similares, elementos en definitiva que se desprenden de la pertenencia a un Estado y que los hizo superiores a los que no lo poseyeron, aunque se sobreentiende que la conexión más sólida de estos antiguos soldados es en realidad con las fuerzas militares de los EEUU de América, concretamente con los marines, herederos directos de los hoplitas. Donde se dice occidental más bien debiera leerse norteamericano.
Hanson es un gran vendedor de sí mismo. Como prácticamente todos los políticos actuales y sus adláteres, sin que en ello medien desgraciadamente demasiadas excepciones. De ello no cabe duda. Personaje inteligente, sabe ocultar bien sus errores (¿distorsiones intencionadas?) como por ejemplo cuando siendo asesor de G. Bush aseveró y perseveró la presencia de armas nucleares masivas en Iraq, lo que justificaba pasar inmediatamente desde la disuasión hacia la acción militar directa y sin tapujos masacrando por doquier en aras de la “democracia” y de su necesario establecimiento.
Su sistema aúna la democracia con el agrarismo, connotación relacionada por el hecho de haber nacido en medio rural, paisaje y humanidad vívida vertebradoras y similares a la clásica helena del hoplita, pequeño propietario rural. Hasta en esto se parecen los occidentales, perdón, los norteamericanos ... a los griegos[1].
El hecho de que sus “padres espirituales”, los profesores F. Kagan y John Keegan, sean especialistas en historia militar y conservadores a ultranza, partidarios como Hanson de las guerras preventivas, lo vincula definitivamente a antedicha opción política. F. J. González y P. López Barja explican muy bien que el deseo de Hanson tiende a centrarse en la experiencia individual del guerrero a partir de la psicología del hoplita. De hecho, su teoría nos atrevemos a decir que es por lo tanto de carácter marcadamente personalista, puesto que piensa más en lo que siente el soldado hoplita antes y después de la batalla que en la estrategia militar en sí misma, la cual se reduciría normalmente a un choque militar frontal y decisivo de infantería pesada auspiciada bajo el impulso del honor.
Esto nos llama la atención porque no es el proceder típico del historiador marcial. Sin embargo, nos parece interesante y original porque se centra en el verdadero protagonista del enfrentamiento desde un punto de vista, como se dijo, personal o psicológico. Antedichos autores, sin embargo, califican su enfoque de “antimaterialista” y erróneo al no centrarse tanto en los efectos devastadores de la guerra como en las circunstancias psicológicas que mencionábamos.
Es curioso, sin embargo, que los anteriores, cuando defienden sus tesis críticas contra Hanson en orden a los enfrentamientos en el mundo antiguo, se centren exclusivamente en las fuentes textuales, las cuales no suelen ser ni contemporáneas ni tampoco objetivas ni siquiera mencionando los posibles registros arqueológicos participando así del esquema clásico, pero erróneo, de que la documentación escrita siempre es de más viso que el registro arqueológico.