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Breves notas sobre el nacimiento de Europa y Jacques Le Goff, por Miquel – Àngel Tarín i Arisó





Jacques Le Goff, denominado “l’ogre” (el ogro) por su tendencia a devorar sabidurías múltiples, fue un medievalista francés nacido en Toulon el 1 de enero de 1924 y fallecido en París el 1 de abril de 2014. Continuador en tercera generación de la Escuela de los Anales (L. Febvre, M. Bloch) creador y representante destacado de la “Nouvelle historie”, enseñó para siempre a la historiografía que el estudio histórico de los grandes personajes y /o de las “sacrosantísimas” fechas destacadas de la historia que habían formado antes de su advenimiento a miles de historiadores, debían necesariamente ceder al estudio profundo y sistemático de las estructuras paradigmáticas generadoras y explicativas (idées, mentalités: ideas, mentalidades) de los grandes sucesos históricos entre las cuales los anteriores transitan.




Director de la revista de los “Annales”, presidente y director de l’“École Pratique des Hautes Études” puede considerarse a justo título un autor muy prolífico, publicando más de una cuarentena de libros y numerosísimos artículos, a la par que uno de los medievalistas más brillantes que la historia haya conocido.

Bajo su pluma, se desveló que la Edad Media, lejos de ser un período oscuro, siniestro, desconocido y terrorífico, fue más bien una época luminosa y feliz, una edad harmónica paridora de la actual Europa. (Véase especialmente en este sentido: L’Europe est-elle née au Moyen Age? Paris: Seuil, 2003. En traducción castellana: ¿Nació Europa en la Edad Media?, Barcelona: Crítica, 2003.)


Le Goff fue siempre un pensador de izquierdas. Perteneció al partido socialista francés y aunque nunca postuló un seguimiento sistemático de Karl Marx, sí que lo marcó en orden a la importancia que el pensador judío concedió a la economía como el motor fundamental - o por lo menos uno de los motores fundamentales - en el desarrollo de la historia. Pero nunca le dolieron prendas en reconocer o mejor dicho destacar la importancia que el cristianismo poseyó en el proceso de formación de Europa. Al punto que, aunque ateo, a nuestro discutible juicio más bien agnóstico, destaca sin ambages de ningún tipo la centralidad del cristianismo en el proceso de formación de Europa. Y más concretamente, en orden a la Edad Media, del romano catolicismo. Negar esta circunstancia, como negado ha sido por los padres de la Constitución Europea, nos parece una muy grave agresión a la historia y, si se nos permite, hasta a la inteligencia. (Véase en este sentido la interesante entrevista realizada a Joaquín Navarro Valls hace ya algún tiempo en: https://www.aceprensa.com/religion/la-referencia-al-cristianismo-en-la-constituci-n-e/).


[Navarro Valls]

No hay duda, desde un punto de vista histórico, que Europa se gestó en la Edad Media y que su matriz fundamental e ineludible fue el cristianismo. De ahí que un historiador honesto como Jacques Le Goff mencione sin pudor el protagonismos de los Padres de la Iglesia, especialmente su principal mojón, san Agustín de Hipona (354-430), al cual destaca como el trasunto de san Pablo en orden a la articulación, desarrollo e implantación del cristianismo, considerándolo como uno de los padres de Europa. Esto no lo dice literalmente Le Goff pero es más que evidente: ¿acaso en su obra “Civitate Dei” (La ciudad de Dios) san Agustín no haya concentrado – y esto desde la intervención brutal de Alarico - todos los pánicos apocalípticos milenaristas que sacudirían el período cronológico de la baja edad media hasta más allá del año mil? …


Cristianos también fueron lo que Le Goff denomina “los fundadores de Europa”, a la sazón: Boecio (480-525), Casiodoro (485-580) y san Isidoro hispalense (560-636), éste considerado por la patrística como el último gran Padre de la Iglesia latina. Todos ellos legaron a Europa su amor y su tendencia hacia la Enciclopedia que conectará – sabemos que quizás nos excedamos – el monaquismo con la Ilustración.



[San Agustin de Hipona]


La transmisión de la cultura cristiana y su incardinación “modus europeus” es obra del Papa san Gregorio Magno (540-604), considerado el sexagésimo cuarto Sumo Pontífice de la Iglesia Católica y proclamado doctor de la Iglesia latina - no por casualidad - por Bonifacio VIII en el siglo XIII. Nunca antes un místico ni un monje había ocupado la cátedra de san Pedro.


Fue precisamente san Gregorio quién, a través del comisariado monje Agustín, evangelizara Anglia y todo el Norte de Europa. En consecuencia, no cabe duda de que tras las herencias primitivas arcanas, el cristianismo es el segundo estrato histórico y el más decisivo de la formación europea.


Ello conduce a Jacques Le Goff a hablar de mestizaje, de dialéctica entre lo uno y lo diverso, un elemento europeo por cierto muy actual. Así, el cristianismo se articuló y de hecho se articula todavía como el transmisor principal de la “romanitas”, de manera que los héroes han cedido su lugar a los santos y hasta el tiempo – ahora genesíaco – a través del exiguo Dionisio, también se cristianiza transmitiendo así ese actual “mejunje”, si se me permite, entre lo sagrado y lo profano. Ni siquiera el cirujano más excelente de la historia es capaz de separar absolutamente estas dos realidades anteriores que se entrecruzan en el proceso de formación de Europa.


¿Y el espacio? … tampoco escapa a la cristianización. La cruz se convierte no solamente en el eje del tiempo, aquello que permitirá hasta contarlo, sino también en el eje del espacio. No en vano el culto peregrinatorio y el relicario dispondrá y diferenciará en importancia las poblaciones europeas provocando hasta el mismo origen de las ciudades sobre el marco fundacional de las antiguas prefecturas romanas. Aquí el monaquismo jugará un rol más que destacado que pretendemos especificar más detalladamente en otro momento.


Si embargo, la unidad en la diversidad de lo universal o lo católico, de lo europeo, plasmada en la severa aunque creativa dicotomía entre Roma y Bizancio se verá amenazada por otro gran paradigma fagocitador monoteísta: el Islam. Este peligro, así es cuanto menos concebido por los mayordomos pipínadas a los que brillantemente Le Goff equipara al “shogunato” nipón oriental, se verá conjurado en Poitiers bajo Charles Martel (732) y su descendencia. No en vano Le Goff calificará a Carolus Magnus como insigne autor del “primer bosquejo de Europa”.

[Le Goff]

Le Goff


No podemos estar más de acuerdo. Aunque eso sí, un bosquejo a la sazón larvado por una concepción excesivamente nacionalista a la francesa de la naciente Europa.


¿Fue entonces el “cruel Carlomagno” el primer europeo? … No creo que ello pueda dudarse con fundamento de causa. Por lo menos en gran parte, como demuestra la alianza religiosa política trazada a sangre y fuego entre los francos, el papado y la posterior emperadoría de la casa carolingia.


Acaso el acontecimiento de la Natividad del año 800 que lo conducirá hacia ella así lo demuestre. El santo padre León III sabía muy bien lo que quería: reconstruir la pata occidental de la antigua “oeikumene” romana, pero bajo la égida del cristianismo. ¿Fue entonces Carlomagno un “títere” de anterior proyecto concebido como afirmación política religiosa tanto contra el Islam como contra la nueva Roma, Constantinopla? ... Se trata de una pregunta de muy compleja respuesta. Sí que parece que beneficiase a los francos, a la Iglesia y a la Europa naciente, pues no en vano Le Goff se refería frecuentemente a la “herencia europea de Carlomagno”. No debemos olvidar que el emperador procedió sistemáticamente a una destacada labor de unificación jurídica, monetaria, monástica, cuya principal argamasa y levadura no fe otra que la adopción de la “Regula” nursiana, bajo Luis el Piadoso y el Concilio de Aquisgrán, como base organizativa, litúrgica y conversora de bárbaros en toda Europa. Esto que hemos señalado no es circunstancia baladí. Todo lo contrario, se trata de una consideración muy importante porque topamos de nuevo con la cruz: en efecto, san Benito de Nursia es, de entre los seis santos patronos de Europa, el primero en ser así reconocido (Pablo VI, 24 de octubre de 1964) y sin duda el más destacado. La “Regula” puede ser considerada en consecuencia como la vara de medir de Europa. Su catecismo o, al menos, uno de sus textos fundamentales. Y todo ello a pesar de que Europa tendrá como elementos sociales prácticamente yuxtapuestos a los guerreros y a los campesinos. Es decir, a los iletrados.




Para Le Goff el Imperio Carolingio tuvo un logro destacado: la Europa cultural, o, en la terminología a la que nos tiene acostumbrados, la “civilización”. Fruto milagroso, por incomprensible, como se dijo, de un guerrero, léase, de un monarca iletrado. Ello no obsta sin embargo a que Carlomagno intuyera brillantemente (¿milagrosamente?) la trascendental importancia del saber. Orientado hacia los oligarcas del imperio, sus principales colaboradores, también unos iletrados, pero que supieron delegar la culturización a ese enorme gigante del saber tan denostado por la historiografía como fue sin duda el gran sabio Alcuino de York.


A pesar de todo, los genios, genios son, y el denominado “Renacimiento Carolingio” no sale demasiado bien parado bajo la pluma de Le Goff, aunque lo reconoce como uno de los estratos de la cultura europea, destacando la importancia de la reforma en la escritura y su derivada en la minúscula carolingia, en la iluminación de los manuscritos, el interés pre humanístico en la exégesis bíblica que había tenido su origen en los comentarios del libro de la Revelación del “Beatus”, cuyas copias ilustradas pedagógicamente Le Goff considera “el primer gran thriller” europeo.


Como no puede ser de otro modo, la división del imperio sucedida tras la muerte de Carlomagno nos ubicaría territorialmente ante el corazón de lo que siempre ha sido Europa: los antecedentes de Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido.


Tal vez la gran aportación fundamental de l’“ogre” haya sido el hecho de pergeñar siempre una historia centrada en las mentalidades epocales descubriendo así paradigmas históricos universalizantes imprescindibles para conectar el presente con el pasado haciendo de ambos un “totus”. Y en este viaje el cristianismo es algo absolutamente ineludible. Quiérase o no se quiera, créase o no se crea. Si algo es la historia, es social. Si en algo se sustentó Europa fue en el cristianismo. Siendo la comprensión de las mentalidades asunto tan vasto, no es de extrañar que la tarea propia del historiador se vea por así decirlo agrandada, multiplicada en disciplinas de entre las cuales nos atrevemos a decir que la antropología histórica cobra una especial importancia.


Desde esta perspectiva la historia ya no se centrará única y exclusivamente en los más insignes personajes de la historia como se hacía antes, sino, como señalábamos, en todos los seres participantes y participados por las mentalidades generales epocales que los incluyen. Y todos ellos y ellas fueron cristianos. Por muy corruptos que en ocasiones se demostrasen. La escuela de la “Nouvelle histoire”, que es la corriente historiográfica propuesta por el autor que nos ocupa, se fija en la Europa del presente y la subsume desde el pasado. Se trata de una propuesta inteligente: en la Edad Media ya estaba, aunque en germen, infantil y necesitada de mutaciones significativas condicionantes, la Europa contemporánea, que nace y se desarrolla cristiana.




Por ello Europa debe construirse a partir de lo que de ella ya existe, ello es un acerbo irrenunciable que concibe la historia como algo que se gesta en un constante movimiento de trasvase de lo hecho a lo por hacerse. Siendo esto así, no es de extrañar la reticencia del profesor Le Goff ante las tradicionales periodizaciones históricas las cuales, por ser demasiado rígidas, pueden opacar y hasta falsear la necesaria función comprensiva del historiador. El mestizaje cultural como generador de ideas es un elemento destacado de la Europa actual, pero en cada plaza de cada pueblo de cada ciudad europeo se destaca siempre una iglesia.



Per semper vivit in Christo Iesu









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