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Las Beguinas IV


Especial mención de Hadwijch de Amberes, Hildegarda de Bingen, Marie de Oignies y Juliana de Lieja

1. INTROITO


“Mujeres que escriben, mujeres que hablan en la Edad Media acerca de lo que les sucede en un espacio invisible: el de la interioridad. Escriben y hablan de una experiencia interior. Mujeres, escritura, experiencia interior: la conjunción de estos tres elementos es explosiva por lo insólita en la cultura medieval. Es tan insólita que no parece verdad. Y, sin embargo, lo es. En la Edad Media, las mujeres se apropiaron de los instrumentos de escritura para hablar de sí mismas y de Dios, pues Dios fue lo que encontraron en sus cámaras, en sus moradas, en sus castillos del alma. Rompiendo las barreras de un mundo que las había condenado al silencio, alzaron sus voces que fueron oídas porque salían de sus excesos sobrenaturales. Articularon sus voces en sus cuerpos convertidos en signos de Dios, mostrando visiblemente su santidad. Y de este modo se lanzaron a la aventura de poner sus almas a la intemperie y sufrir las transformaciones, los trabajos de la espera. A la espera de Dios: toda la pasividad del mundo se concentra en la celda interior. Pues, a la espera de su nada, esperaron ser vencidas, aniquiladas en la Divinidad” (1).


2. LA VOCACIÓN DE MARTA Y MARÍA


En otro artículo anterior (2) señalábamos que las beguinas mimetizan, sintetizándolos, los dones evangélicos propios de las hermanas de Lázaro, Marta y María (Lc 10, 38 ss.) Marta es pía en su preocupación por la labor doméstica y por ende en su filantropía y desinterés hacia los menesterosos que viven y sufren en el siglo. María no lo es menos, poniendo sus ojos, su confianza, su ser enteramente en Cristo, poniéndose a su completo servicio y disposición, dedicándole su vida abierta y sinceramente sin ambages.


Esta imagen evangélica de acción y de contemplación unidas que tan bellamente nos expresan los evangelios a partir de estos dos carismas representados por las hermanas de Lázaro, son precisamente los que mimetizan las beguinas. En efecto, pues en su quehacer diario los conjugan y los intercambian incesantemente según exija la necesidad, valiéndose de uno y de otro indistintamente.


3. REPROCHES DE UN FRANCISCANO ENVIDIOSO


Un fraile franciscano, cuyo nombre era Lambert de Regensburg, el año 1247 escribía un poema alegórico titulado: “La hija de Sión”, claramente influenciado por san Bernardo de Clairvaux y por su conocida mística nupcial. No se trata de un autor especialmente destacado, pero su libro contiene algunas referencias significativas hacia las beguinas, a las cuales ubica en el ducado de Brabante, en Baviera, y ante las cuales se muestra tan decepcionado como sorprendido e impresionado precisamente por constar en ellas a las más prístinas y auténticas continuadoras del erudito y místico monje cisterciense:


“El arte de conseguir la unión del alma con Dios en nuestros días nos llega de Brabante y de Baviera. Dios mío, ¿es que una pobre vieja ignorante puede llegar a conocer mejor las cosas de Dios que los hombres instruidos? (3)


4. HADWIJCH DE AMBERES


[Imagen derecha: Hadwijch]


Este reproche, con el cual terminábamos el número (II) de nuestra serie sobre las beguinas, es el mismo que por aquellas mismas fechas los teólogos escolásticos lanzaban contra otra beguina, venida precisamente del Ducado de Brabante, en Baviera, entonces parte del Sacro Imperio Romano Germánico: Hadwijch de Amberes (1200 - 1260 las fechas son meramente aproximativas), poetisa y muy destacada escritora mística, punta de lanza de su tiempo, sin duda una las cimas de la mística del siglo XIII, personaje mucho más brillante que el olvidado franciscano que citábamos el cual, no tan solo desconfiaba, sino que incluso se permitía la indecencia de insultar a la mística beguina femenina.

Muy probablemente Hadewijch se formó en el seno de una institución educativa beguina de las primeras existentes, experimentando visiones a la temprana edad de diez años, siempre en el contexto de la realización de acciones litúrgicas destacadas tales como por ejemplo la Pascua, el Pentecostés, la Epifanía ...



La obra escrita de Hadewijch se subdivide en Visiones, Poemas y Cartas. En cuanto a los poemas, hay que destacar que la obra de Hadewijch es pionera en orden a la configuración de la poesía holandesa, al punto, que con la beguina nace un nuevo género literario: el de la poesía mística - cortés, la cual se caracteriza por el hecho de transponer al amor a Dios los esquemas clásicos profanos propios del amor cortés trovadoresco:


“La poesía mística de Hadewijch, por un lado, recogió la tradición agustiniana de la iluminación interior y la herencia de la deificación de los Padres griegos comprendida como retorno del alma a su realidad original en Dios – camino que luego recorrerán Ruysbroeck y Eckhart – y, por otro lado, asumió las formulaciones de la mística nupcial cisterciense, poniendo especial acento en el desarrollo de la teología trinitaria de Guillermo de Saint -Thierry. La confluencia de esta doble vertiente teológica con los tópicos de la poesía de los trovadores de origen profano dio por resultado el nuevo género de la mística cortés.” (4)


En sus poemas y visiones Hadewijch de Amberes concibe el Amor, el cual se denomina “Mine” en holandés medio, como Dios y a este como al Amor.


Como el resto de las muy ilustres místicas beguinas, Hadwijch rechazó escribir en latín, lengua que, no obstante, conocía perfectamente, haciéndolo en lengua vulgar, concretamente en provençó, con un gusto literario extraordinariamente refinado, altamente sensible y bellamente artístico. Hadwijch de Amberes conocía muy bien los clásicos latinos, así como también la teología de su época. Ello lo demuestra su aprecio por la mística de san Bernardo de Clairvaux, Guillem de saint Thierry y Hugo de san Víctor, sin duda algunos de los teólogos más destacados de su tiempo.


Si hay algo que moviliza el ser entero de Hadwijch es el arrebatamiento absoluto experimentado por el amor de Dios:


“Quien se dé por entero al Amor

experimentará gran maravilla;

con amor se unirá en la unidad

al Amor contemplado

y beberá por la arteria secreta

de esa fuente en la que Amor

derrama su amor

y con amor embriaga a sus amigos

asombrados ante su furor

yo clamo y me lamento:

a Vos el día,

a mí la noche y el furor de Amor” (5)


Guiada por antedicho arrebatamiento, Hadwijch de Amberes se sirve de un lenguaje sorprendente e innovador en una mujer de su tiempo el cual, a menudo, más que rozar destaca el erotismo, así como el desgarramiento hiriente del ser:


Saludo a aquel a quien amo

con la sangre de mi corazón.

Mis sentidos se secan

en el furor de amor.

¡Ay! El furor de amor me exalta

y de mí se apodera ese bien, ser enteramente suya.

¡Ay! ¡qué sabiduría en el furor de Amor,

que privilegio en el furor del libre Amor!

Sufro, me esfuerzo, quiero llegar por encima de mí,

amamanto con mi sangre a ese Dios que nace en mí.

Saludo a la dulzura divina

que recompensa el furor de Amor” (6)


Hadwijch describe así, de una manera a la par tan apasionada como inocente, su relación con Dios, una relación que se ubica en los límites de la resistencia humana y que es tan deseable y agradable como ígnea e hiriente:


“¡Ay ¿dónde está el nuevo Amor

con sus dones renovados?

Mi angustia me hace sufrir de nuevo,

mis sentidos desfallecen en el furor de Amor.

El abismo en que me hundo

es más profundo que el mar,

y sus simas, aún más hondas,

renuevan mi herida.

Nunca sanaré

si no encuentro su fresca novedad.

[...] y lloro un mal que me hiere muy hondo:

ese Amor que debemos afrontar, [...]

[...] he soñado morir

desde que el Amor me hirió [...]

por cruelmente que me hiera

nunca renunciaré

a lo que el Amor me ha impuesto” (7)



Hadwijch de Amberes, tomando como base el “Cantar de los Cantares” e influenciada especialmente por el Abate cisterciense san Bernardo, habían comparado la relación existente entre el esposo y la esposa con aquella que experimentaban Jesús y el alma humana. A esta original tipología mística que iniciará el de Claraval, y que cobrará una intensidad especial con Hadwijch, se la conoce con el nombre de “mística nupcial” o “Brautmystik”.


Era costumbre frecuente en los beaterios escribir cartas de amistad espiritual sincera a las compañeras presentes o ausentes. Hadwijch escribía este bello pasaje, propio de la mencionada mística nupcial, dedicándolo a otra beguina amiga y discípula suya más joven:


“Que Dios te haga comprender, hija estimada, quien es y como se preocupa por quienes le sirven, pero sobretodo para con sus sirvientas, y que te absorba en Él en la profundidad de su sabiduría. Allí te enseñará como es Él y cuan maravillosamente dulce es la permanencia del amante en la amada, y como se compenetran hasta tal punto que nadie puede distinguir quien es uno y quien es la otra. Es una fruición recíproca verdadera, en la cual los dos disfrutan boca a boca, corazón a corazón, cuerpo a cuerpo, alma dentro del alma, mientras los atraviesa la misma naturaleza divina ambos se convierten en una misma cosa, el uno para el otro, permaneciendo una sola cosa para siempre.” (Carta, ca. 1220).


Como se puede constatar, Hadwijch era una mujer espiritualmente consagrada, fogosa, apasionada y tendente siempre a ultrapasar cualquier tipo de límite espiritual, deseando ir siempre más lejos y más allá de lo infranqueable para así poder caer y abandonarse en el abismo inconmensurable de la profundidad del amor de Dios.


El místico y beato flamenco Jan von Ruysbroeck (1293 - 1381), denominado también “Doctor admirable”, conoció, apreció y plagió en mucho la obra de Hadwijch de Amberes, así como la de las beguinas místicas, aprovechándose de ello para aumentar su prestigio, como deducimos a partir de su última obra, titulada muy significativamente y no por efecto de la mera casualidad: “Las doce beguinas”, donde el autor flamenco imagina una reunión de beguinas en boca de las cuales ubica los elementos fundamentales de su doctrina espiritual, que en el fondo no es otra que la de Hadwijch:


“Ahora os diré como hay que amar a Dios con todas nuestras fuerzas. Dios es uno en su naturaleza, pero es esencialmente fecundo, y su naturaleza divina circula eternamente en las tres personas divinas. Vive y actúa de acuerdo con las diferentes personas. Conoce, ama y crea todas las cosas del cielo y de la tierra. Por otro lado, Dios permanece siempre uno e inmóvil, firme en su amor desde toda la eternidad en la unidad del Espíritu Santo. Nosotros somos incrustados en un solo amor y en una sola fruición en Él. En su fruir hacia fuera, por medio de la gracia, nos hace semblantes a Él, y en su contracción hacia dentro nos atrae hacia Él en la unidad de su amor. El Espíritu Santo, que es el amor eterno de Dios hecho persona, entonces nos impulsa a amar a Dios con todas nuestras fuerzas, y a transformarnos en el amor una sola cosa en Él.”


El dinamismo del amor divino es el epicentro de la espiritualidad mística de Hadwijch de Amberes, como podemos constatar cuando explica la parábola de las horas (Mt 20, 1-16) en una de sus brillantes cartas:


“La hora onceava, la última, es cuando la muerte posee con violencia a quien ama, de manera que nuestro espíritu no puede apartarse de la muerte ni un solo instante. El corazón no puede desear, el alma no puede amar nada fuera de él. La muerte convierte la memoria del hombre tan simple, tan unificada, que este no puede pensar ni en los santos, ni en los hombres, ni en el cielo, ni en la tierra, ni en si mismo ni en Dios, sino solamente en el amor que siente y que saborea y que ha tomado posesión de él, siempre presente, siempre nuevo”


Para Hadwijch el amor y Dios son la misma cosa. No existe entre ellos distinción alguna. Dios, el Amor, es en definitiva una energía expansiva, abarcante y absoluta que abrasa en su devenir el todo de toda la persona que en su seno se adentra para transformarla después, no sin mediar sufrimiento, en bondad completamente divinizada.


Hadwijch de Amberes nos explica con su estilo característico y en detalle su experiencia de posesión divina y de fusión personal con Dios cuando nos describe su séptima visión:


“Un día en Pentecostés a la salida del sol se me concedió una visión. En la Iglesia cantaban los maitines, y yo estaba allí presente. Pero entonces mi corazón, mis nervios y todo mi cuerpo entero empezaron a vibrar y a temblar por un violento deseo. Experimenté aquello que me sucediera anteriormente en muchas ocasiones. Fui presa de un deseo tan desmedido y ansioso que me pareció morir de agotamiento de no ser que mi Amado no se hubiera preocupado en regalarme alguna satisfacción que respondiera a mi deseo. En esta ocasión, el deseo de amor me provocó un estado tan violento y doloroso que cada uno de mis miembros parecían deshacerse, y todos mis nervios se tensaron extraordinariamente. Y es que después de experimentar todas estas cosas, Él vino a mi, me tomó toda entera con sus brazos abrazándome contra Él. Experimenté felizmente en todos mis miembros el cuerpo del Amado según el deseo de mi corazón. En aquel momento alcancé un estado de plena consciencia experimentando la paz que mi corazón anhelaba. Tuve la fuerza suficiente para mantener esta experiencia, pero pronto, la imagen de Nuestro Señor se esfumó, viendo como desaparecía totalmente volatizándose y disolviéndose, hasta no ser capaz de distinguirlo fuera de mi, ni diferenciarlo de mi misma. Percibí que éramos uno solo, sin diferencia alguna. Seguidamente me encontré tan sumergida en mi Amado, hasta el punto de fundirme completamente en Él de manera que de mi no quedaba nada. Y caí en éxtasis, concentrada toda dentro de mi espíritu”.


¿Cuál es el lugar que Hadewijch concede a la razón y qué relación la une al amor? La respuesta a esta pregunta es el equilibrio entre ambas magnitudes. Amor y razón, aunque contrarios, se fecundan, se necesitan y se exigen armonizándose plenamente. Uno se abre al otro y el otro al uno. La razón es en su esquema místico algo muy importante, y no en vano la describe siempre con bellas metáforas tales como la luz que todo lo traspasa e ilumina y que nada puede obscurecer. Por ello, la razón no puede separarse del amor ni el amor tampoco de la razón.


Es muy curioso y destacado que, sobre el particular, a saber, las complejas relaciones existentes entre el amor y la razón, uno de nuestros más grandes filósofos, antropólogos y humanistas, Andrés Ortiz - Osés, padre de la hermenéutica simbólica (8), adopte una posición idéntica o cuanto menos a nuestro juicio similar y continuista a la de Hadewijch de Amberes (9) reclamando una manera de pensar, es decir, una filosofía, que re - una amor y razón, en la cual razón y amor se abracen, es decir, una filosofía “senti - mental” que pondera la “dualéctica” existente entre amor y razón. Vale sin duda la pena repetir sus palabras, que bien podrían ser firmadas por la beguina Hadewijch:


“Tradicionalmente el amor y la razón son dos principios radicales, pero casi opuestos de la naturaleza y la cultura, del hombre y de Dios. El amor dice más bien cohesión, la razón dice más bien coherencia; aquel tiene una connotación erótica (eros), esta tiene una denotación lógica (logos). Podemos traducir el amor como implicación de la realidad, mientras que la razón sería la explicación de lo real. También cabe atribuir al amor una componente de creatividad dinámica, y a la razón una componenda de estabilidad estática. Pues el amor dice concreción o concrescencia, frente a la razón que dice deliberación o abstracción. Como es sabido, la gran tradición que va de Aristóteles a Tomás de Aquino y Hegel privilegia la razón, con su objetivismo y racionalismo: por su parte, la gran tradición que va de Platón y san Agustín a Heidegger privilegia el amor, con su subjetivismo y mística transracional. Podríamos decir que Oriente se orienta más al contraluz del amor (taoísmo), mientras que Occidente se decanta más por las luces de la razón (Ilustración). En todo caso, nos las habemos con un dualismo que separa la idea de sentimiento, la mente del corazón; de ahí la necesidad de una filosofía “sentimental”, capaz de reunir el amor y la razón. No se trata de irracionalismo. Una tal filosofía “senti - mental”, capaz de reunir el amor y la razón. No se trata de irracionalismo. Una tal filosofía senti - mental reúne razón y corazón en una nueva síntesis, ya clave es la razón - afectiva (...) la razón aferente a afectiva (...) Necesitamos hoy más que nunca el diálogo de eros y logos, amor y razón (...) reunir eros y logos en diálogo significa romper el viejo maniqueísmo o dualismo clásico (...) Tanto en Sócrates como en Jesús, los dos maestros de Occidente, su originalidad radica en la buena mezcla de eros y logos, de amor y razón (...) En ambas figuras radicales se da una correlación fundamental entre el eros - amor y el logos - razón, una correlación que funda el sentido coexistencial, es decir, el sentido de nuestra existencia humana (...) Por ello el sentido de la vida no está en el amor ni en la razón, sino en el amor y la razón, en una razón afectiva y en un amor inteligente o racional (...) A partir de aquí postulamos la hermandad de los contrarios (...) una filosofía senti - mental (...) Lo real es dual o “dualéctico”, complicación de diferencias, contrarios complementarios.”


Ello no obsta a que, en el itinerario preciso hacia el abismo divino de la insondable inmensidad de Dios, para Hadewijch prime el amor, ya que la razón sola es incapaz de lograr la fusión del alma con la divinidad y la consiguiente conversión con Dios en una sola unidad:



“La razón no puede ver a Dios más que en aquello que El no es. El amor, por su parte, no descansa sino en aquello que Dios es. La razón contempla libres los caminos por donde progresa; el amor, en cambio, experimenta su impotencia, y esta impotencia lo hace progresar más que la razón. La razón se adentra en aquello que Dios es a partir de aquello que Dios no es; el amor no se detiene en aquello que Dios no es hallando su beatitud en el mismo lugar en el cual desfallece, es decir, en aquello que Dios es. La razón tiene más posibilidades de contentarse que el amor, pero el amor experimenta más delicias celestiales. A pesar de todo, ambos permanecen recíprocamente necesitados y se ofrecen ayuda mutua: la razón enseña al amor y el amor ilumina a la razón. Que la razón se deje llevar por el deseo del amor, y que el amor se deje obligar por la razón en sus justos términos, juntos serán capaces de realizar una obra inaudita, pero esto es una cosa que nadie puede saber si no es experimentada. Porque la sabiduría no se mezcla con esta pasión admirable ni puede investigar el abismo oculto a toda criatura; son cosas reservadas a la sola fruición del amor”


“Cuando el alma no tiene nada más que a Dios, cuando ella no tiene nada más que desear que su voluntad y cuando es aniquilada y quiere todo aquello que Dios quiere con su voluntad, cuando es devorada y reducida a la nada, es elevada desde la tierra y atraída hacia Él: el alma entonces se convierte en todo aquello que Él es”



Hadewijch de Amberes se enmarca en el origen de la corriente espiritual renano – flamenca siendo sin duda la persona más brillante y original en el seno de la misma. No obstante, y a pesar de ello, se han destacado únicamente las figuras de los varones místicos siendo los más sobresalientes Ruysbroeck, Eckhart - especialmente - Suso y Tauler (10).


5. HILDEGARDA DE BINGEN



[Imagen izquierda: Hildegarda]


Tan solo unas palabras acerca de la santa Hildegarda de Bingen (Bermersheim vor der Höhe 1098 - Monasterio de Rupertsberg, 17 de setiembre de 1179) quien, aunque no fuera jamás beguina, sino benedictina y Abadesa, constituye una de las personalidades más atrayentes de la baja Edad Media.


Fue proclamada doctora de la Iglesia el 7 de octubre del año 2012 por parte del Papa Benedicto XVI. Mística destacada, filósofa, compositora musical, científica y naturalista, se la creía poseída de don profético, razón por la cual se la conocía popularmente como “la profetisa de Rupertsberg”.


Hildegarda de Bingen relataba, dictando a sus escribientes y a sus secretarios, todas sus visiones y todos sus libros, habiéndonos legado gracias a ello una importante producción literaria. Influyó muy poderosamente en los acontecimientos eclesiásticos y sociales en su época sucedidos, dado que era consultada por muchos eclesiásticos y obispos influyentes por su talento natural - profético para explicar y a la vez aplicar una hermenéutica mística funcional de sus visiones a los problemas sociales, religiosos y políticos más importantes de su tiempo.


6. LA VISIÓN MÍSTICA BEGUINA


En el mundo femenino de las beguinas y de las mujeres místicas el fenómeno visionario gozaba de una gran consideración. Ahora bien, llegados a este punto sería procedente preguntarse: ¿qué cosa hay que entender por visión? ... En primer lugar hay que precisar que la visión no es un sueño. Ni tampoco es una alucinación provocada por el carácter enfermizo de quien la experimenta. La visionaria beguina mística es plenamente consciente de su estado de vigilia, y sabe perfectamente que aquello que ve en su arrebato no lo ve realmente con los ojos corporales físicos, sino con los “ojos del corazón”, como acertadamente señalara el Prior escocés agustino Ricardo de san Víctor: “Non occulis cardis sed cordis”.


Se trata de un fenómeno muy complejo de precisar y de describir, así como imposible de acotar mediante categorías léxicas. En efecto, porque siempre supone e implica el contacto con lo inefable. Se impone la prudencia ya que los mecanismos psicológicos de la visión pueden ser los mismos que los de las alucinaciones. Efectivamente, ya que se produce una desconexión entre el fenómeno óptico convencional y las imágenes que son percibidas por el cerebro unidos a la predisposición de apertura espiritual por parte de la visionaria. Dicho de otro modo: la visión no sucede afuera, en el mundo físico real, sino que sucede dentro de la inteligencia. Por ello, durante el arrebato, la visionaria relata tener en muchas ocasiones los ojos cerrados, ello es de hecho lo más frecuente, ya que no se trata de algo objetivo que se pueda observar por parte de cualquier persona en el mundo natural, sino de una realidad de orden distinto que se reproduce directamente en el cerebro sin por lo tanto pasar previamente por los ojos.


La valoración religiosa de estas visiones depende mucho de la calidad humana y espiritual del sujeto que las recibe, y sobre todo del contenido tanto implícito como explícito de la visión misma. Si el sujeto que se dice receptor de la misma únicamente busca notoriedad, la visión es siempre falsa, pudiendo constituir entonces desde una alucinación hasta una burda y premeditada mentira. No poseerá en consecuencia ninguna repercusión, y seguramente no será aceptada por los demás porque a nadie beneficia ni nada aporta en relación con la prosperidad espiritual del sujeto receptor y de la comunidad de fe al que este pertenezca.


Sin embargo, si la visión es experimentada por parte de una beguina que no tan solo goza de una buena salud mental, sino que además fuera piadosa, misericordiosa, abierta a Dios y dedicada a la comunidad, todo lo que dice haber visto se conjuga en la visión articulándose de manera perfectamente armónica con la vivencia de su fe y con la caridad, de manera que entonces esa visión particular se convierte en un mensaje altamente positivo, espiritualmente enriquecedor y útil para todas las personas, siendo pues esta utilidad la que la avala.


Nótese en consecuencia que lo avalado no es la visión propiamente dicha, por espectacular o colorista que esta sea, sino ella juntamente a la dimensión espiritual de la visionaria, las cuales jamás pueden estar en situación de contradicción o de desafío con el “sensus fidei”, ni con el “sensus fidelium” propios de la caridad y del amor cristianos, enriqueciendo tanto a quien la percibe en primera instancia como a sus receptores indirectos: la comunidad cristiana.


No cabe duda de que pueden existir visiones engañosas, es decir visiones falsas, por ello fue en la época de las beguinas y sigue siendo también actualmente importante, ejercer mucha cautela ante los fenómenos místicos de carácter visionario antes de dar crédito a meras falsedades o al producto desafortunado de la enajenación mental.


Sea como fuere, no podemos exigir nunca de las visiones que sean objetivas. Ello es algo absurdo e incluso injustificable en el orden espiritual que se articula contra el mecanismo interno de la visión misma, pues esta no puede más que ser siempre subjetiva por naturaleza, no sucediendo nunca afuera, sino dentro de la persona.


Ello lo comprendieron perfectamente las beguinas, así como los grandes místicos, al destacar en sus escritos que las visiones estaban siempre apoyadas en una gracia especial y misteriosa de Dios inaccesible para el que no la posee, de manera que mientras más bien generen, más útiles serán.


La visión es siempre una aproximación intuitiva, es decir, no reflexiva, ni demostrable racionalmente, que comporta una sintonía íntima e indefinible con el misterio inabarcable de Dios, y que se destaca de una manera excelsa y muy superior, en orden a lo divino, que el mero razonamiento convencional y racional del discurso teológico.


7. LA EXPERIENCIA MÍSTICA DEL AQUINATE


No en vano santo Tomás de Aquino (1225 - 1274), el teólogo escolástico más destacado, un tiempo después de haber escrito toda su ya entonces muy admirada obra, tras experimentar una visión mientras rezaba, propuso “motu proprio” quemar absolutamente toda su producción teológica literaria, pues comprendió que esta no valía absolutamente nada ante la experiencia visionaria mística. A partir de entonces, el aquinate concluyó y, es más, aconsejó a todo el mundo, que lo verdaderamente importante para un cristiano era dedicarse a la oración y a la práctica de la piedad, de la caridad y del amor, imitando a Jesucristo en todo, puesto que así se podía llegar a conocer mucho mejor a Dios, de manera siempre mucho más profunda y excelsa que mediando cualquier razonamiento teológico.


8. ACEPTACIÓN POPULAR DE LA MÍSTICA VISIONARIA BEGUINA


Por estos anteriores motivos aducidos, en los círculos eclesiales, e incluso más todavía fuera de ellos, las visiones de “les bonnes femmes”, las beguinas, de vida extraordinariamente ejemplar, fueron tan aceptadas y siempre muy bien consideradas, sin duda alguna mucho más que la fría y silogística teología escolástica oficial de la época.


9. MARIE DE OIGNIES


Conocemos el nombre de algunas beguinas místicas muy famosas e influyentes, aunque jamás consignaran por escrito sus experiencias. Tal es el caso de Marie de Oignies (Nivelles, 1177 - Oignies, 23 de junio de 1213), valona bravantina y beata reconocida por la Iglesia Católica. Marie fue hija de una rica familia noble a la cual obligaron a contraer matrimonio a la pronta edad de 14 años con un tal Jean, si bien posteriormente pactó con su esposo el cesamiento de la vida marital con la finalidad de poder dedicarse completamente a Dios de manera devota en el beguinaje de Oignies y atendiendo la leprosería de Willambroux.


María fue muy famosa por sus visiones místicas a las cuales acompañaban también ciertos fenómenos extraordinarios, el más destacado de los cuales era su capacidad para adivinar el pensamiento y aconsejar convenientemente a las personas que multitudinariamente la visitaban.


Entre sus confidentes más famosos hay que incluir a quien después fuera distinguido cardenal, Jacques de Vitry, quien consiguiera la aprobación canónica de las beguinas en los Países Bajos y quien, además, tras ser las beguinas injustamente condenadas, las defendiera a ultranza avalándolas con su influencia y posición. Tan convencido estaba Jacques de Vitry de la veracidad de las visiones de la beguina Marie que abandonó su prometedora carrera eclesiástica para irse a vivir a Oignies, convirtiéndose en su confesor personal y discípulo, hasta la temprana muerte de María, acaecida el 23 de junio del año 1213, contando únicamente 36 años.


Jacques de Vitry posteriormente puso por escrito todas sus conversaciones mantenidas con Marie, así como también la descripción de sus místicas visiones, ello a instancias del obispo Folquet de Tolosa, quien también fue un profundo admirador de María. De esta manera nos ha llegado la “Vida de María d’Oignies”.



10. JULIANA DE LIEJA Y EL PROGRESIVO PASO DE LAS BEGUINAS A LAS ÓRDENES RELIGIOSAS


Otra beguina célebre fue Juliana de Lieja (1192/93 - 5 de abril de 1258). Declarada santa por la Iglesia. Huérfana a los 5 años Juliana pertenecía a una familia muy pobre sintiéndose llamada pronto a la vida religiosa y al carisma del servicio hacia los pobres. Para ello se unió a las beguinas que cuidaban de la leprosería de Mont Cornillon.

Juliana empezó a tener experiencias místicas de una gran intensidad, las cuales, dado su espíritu humilde, pretendió en un principio silenciar. Sin embargo, finalmente, le fueron imposibles de ocultar. Juliana informó de estas visiones al obispo de Lieja, Robert de Thorete, también a Dominico Hugh, amigo de Juliana y doctor en teología, y a Jacques de Pantaléon, entonces archidiácono de Lieja y después Papa con el nombre de Urbano IV.


Juliana de Lieja posteriormente se pasó a las monjas clarisas para evitar problemas con las autoridades eclesiásticas. Siendo ya monja clarisa y luego Abadesa de Mont Cornillon, fue la persona que concibió por primera vez la idea de celebrar la festividad del Corpus Christi, la cual organizó y estructuró celebrándose por vez primera en la historia de la Iglesia en la ciudad de Lieja en el año 1258. Un tiempo después su antiguo amigo, ahora el Papa Urbano IV, y después su sucesor Clemente V, extendieron la festividad a toda la Iglesia.


El pasaje de Juliana de Lieja desde el beguinato hacia una orden religiosa convencional regulada por la Iglesia católica no fue un hecho puntual diferencial de carácter exclusivo. Con el paso del tiempo, muchas beguinas fueron haciendo lo mismo que Juliana, abrazando diferentes órdenes religiosas femeninas, ya que experimentaban muchas dificultades e incomprensiones por parte de los jerarcas eclesiásticos y se sentían en consecuencia desprotegidas ante el poder prácticamente omnímodo que entonces ejercían los obispos, normalmente y cada vez más predispuestos negativamente contra las beguinas.


Sucedió incluso algo originariamente impensable, como fue el hecho de que las autoridades principales de las ciudades que las vieron nacer y a las cuales tanto beneficiaron, les volvieron la espalda, imponiéndoles en muchas ocasiones cargas y gravámenes diversos que las beguinas no quisieron aceptar. Ese fue el injusto pago que los burgueses abonaron a las beguinas. Incluso los mismos gremios artesanos ciudadanos las contemplaron despectivamente al no poder controlar de ninguna manera su actividad laboral a partir de la cual muchas beguinas y beaterios se manutenían.


De manera que las beguinas, mayoritariamente, aunque no absolutamente todas ellas, llegaron a la conclusión de que la afiliación a una orden religiosa establecida y reconocida por la Iglesia podía servirles de salvoconducto y refugio vocacional. De modo que se fueron incorporando a las ramas femeninas monacales más implantadas tales como los agustinos, los franciscanos, los dominicos, o incluso de los benedictinos cistercienses. Ello podía permitir a las beguinas continuar siendo beguinas ..., aunque fuera como tercera orden.


Per Semper vivit in Christo Iesu

Miquel - Àngel Tarín i Arisó

 

NOTAS

(1) Victoria CIRLOT; Blanca. GARÍ, La mirada interior. Escritoras místicas y visionarias en la Edad Media, Madrid: Siruela, 2008, p. 13.

(2) Miquel - Àngel TARÍN i ARISÓ, Las beguinas (II) 31 de mayo de 2020, “Escritorio Anglicano”.

(3) Para este texto y cuando no se señale lo contrario, ver: Georgette ÉPINEY - BURGARD, Émile ZUM BRUNN, “Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval”, Barcelona: Paidós, 2007.

(4) Cecilia Inés AVENATTI DE PALUMBO, “Desborde y herida de amor en la poesía mística de Hadewijch de Amberes”, IVa Jornadas de Filosofía Medieval. Homenaje a San Anselmo por cumplirse 900 años de su muerte. Ayer, Hoy y Mañana de la Filosofía Medieval, realizado durante los días 21 al 24 de abril de 2009 en el Centro de Estudios Filosóficos Eugenio Pucciarelli de la Academia Nacional de Ciencia de Buenos Aires, Revista de Teología, tomo XLVI, número 99, agosto de 2009, pp. 257 - 280.

(5) Id, p.275.

(6) Id, p. 276.

(7) Id, p. 278.

(8) Andrés Ortiz - Osés, “La Razón del Amor”, Oviedo: Sapere Aude, 2018, pp. 45 ss.

(9) Nuestra intuición es corraborada por el mismo insigne intelectual aragonés en persona. Consignamos sus palabras textuales realizadas en correspondencia electrónica privada bajo su previa y expresa autorización: “Me parece estupendo ese ‘coniunctium rationis et amoris’, estoy plenamente de acuerdo”.

(10) Elena BOTINAS i MONTERO, Júlia CABALEIRO i MANZANEDO, Maria dels Àngels DURAN i VINYETA, Les Beguines. La raó il·luminada per amor (Scripta et documenta 63), Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserat, 2002.

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