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Las Beguinas (I)


LAS BEGUINAS ( I )

Hablar de las beguinas en una época como la nuestra, cada vez más consciente de sus estructuras obstinadamente patriarcales tanto pasadas como presentes, es siempre un ejercicio de reflexión, de justicia y de actualidad. No en vano la reivindicación de la mujer, en un sentido amplio, casa muy bien con el movimiento beguino, un movimiento radicalmente femenino que valiente y decididamente desafió abiertamente las estructuras de control patriarcal y jerárquicas tan características de la sociedad feudo medieval.


Un primer problema que debemos afrontar es el de la etimología de la palabra beguina, un asunto todavía hoy muy discutido. Existen fundamentalmente dos posibilidades explicativas. Una primera haría provenir el término a partir del holandés “beggaert”, que significa mendicante, pedigüeño. Otra segunda, propone la concreción de su etimología a partir del apellido del sacerdote y famoso predicador Lambert Begh, quien contribuyera decisivamente en el año 1184 a la creación, en la ciudad de Lieja, del primer beguinato para mujeres, las cuales, con el tiempo, habrían pasado a denominarse beguinas.


Sin embargo, otras etimologías, aunque gozando de menor consenso, también han sido propuestas. Así por ejemplo la que pretende derivar el sustantivo a partir del tardo alemán “bi Gott” (en Dios), a partir de la cual provendría la palabra “bigott”, significando “fanático”, de orientación como se constata muy peyorativa hacia el movimiento beguino. O tal vez la que contempla en el verbo flamenco “beghem” el origen de la palabra al describir su principal actividad: orar, que es lo que precisamente “beghem” significa. También se alude a la palabra “bèguin”, cofia en lengua francesa antigua, por el hecho de andar las beguinas siempre con ella tocadas. Otra posibilidad, aunque menos plausible, inferiría el término beguina a partir del nombre de la hija de Pipino “el Viejo”, “Begh” o “Begge”, más conocida en nuestros lares como Bega de Landen, mujer casada y luego viuda y santa de extracción benedictina, quien destacara por su pía vida entre los años 615 - 693.


Sea como fuere, los beguinajes se nos presentan como - valga la comparación - una suerte de pequeño oasis en medio del desierto donde la auto realización y la libertad humana femenina bebe, un pequeño reducto de creatividad mancomunada que tuvo una gran incidencia positiva en sus lugares de origen: las ciudades, a las cuales sirven y de las cuales extraen las beguinas gran parte de su desbordante creatividad.


No cabe duda de que los beguinajes son un fenómeno urbano, de la ciudad, la cual ocupa cada vez un lugar más destacado a través de la Edad Media. Como muy acertadamente señalara Henri Pirenne, las ciudades medievales se transformarán e irán creciendo progresivamente a partir de las diferentes actividades comerciales (1) que la expansión musulmana había frenado por mor de haber convertido el mediterráneo en una suerte de “lago musulmán” endógeno durante el siglo VIII.


Antedicha circunstancia provocó el dislocamiento de la unidad económica que el imperio romano había favorecido, produciéndose en consecuencia un largo período de decadencia comercial que retrasó primero la concentración urbana en grandes núcleos de población y por ende el apogeo de las ciudades. Esta circunstancia desafortunada duraría hasta el siglo IX, momento en el cual las diferentes rutas comerciales de antaño cobrarían de nuevo un importante vigor que cristalizará en forma de grandes núcleos urbanos que se caracterizarán cada vez más por el ascenso de la burguesía mercantil y de los gremios frente a los estamentos hasta entonces privilegiados y ahora en decadencia, el clero y la nobleza, desembocando todo este proceso en lo que hoy conocemos como Edad Contemporánea.


El movimiento beguino empieza de hecho en plena Edad Media, concretamente en el siglo XI, aunque su apogeo no se concretará hasta un siglo más tarde, el siglo XII, un siglo a la sazón crucial para la cultura europea durante el cual, entre muchas otras cosas, contemplará como la cultura, cada vez más amplia, compleja y especializada, se trasladará progresivamente y en gran parte desde los antiguos monasterios altomedievales hacia las universidades que las ciudades promocionarán y verán nacer.


En nuestro ámbito, mientras en la corona de Castilla el fenómeno no arraigará, aunque será existente, en la corona de Aragón se producirá un movimiento similar a los beguinajes, aunque no obstante normalmente siempre ligado a las órdenes religiosas establecidas, especialmente en contexto franciscano y dominico muy importante en la ciudad de Palma de Mallorca.


Las beguinas tuvieron no obstante un lugar mucho más destacado en los lugares que las vieron nacer, los Países Bajos, Flandes, la Bélgica francesa, Holanda, el sur de Alemania y la cuenca del Rhin. Durante la primera mitad del siglo XIV el movimiento beguino conocerá una singular aunque lógica decadencia, debido a factores diversos de entre los cuales la falta de vocaciones, el crecimiento descompensado y amorfo de las ciudades medievales, la enjundia que algunos sectores gremiales habían desarrollado contra las beguinas al no poder controlar las actividades laborales que realizaban en muchas ocasiones con la finalidad de poder subvenir a su propia manutención y - el más lamentable y destacado - la persecución prácticamente permanente realizada por parte de las autoridades eclesiásticas, siempre temerosa de los logros realizados y todavía por realizar de un movimiento femenino poderoso e internacional que no comprendían en absoluto y que todavía menos justificaban, puesto que ponía en evidencia tanto su dignidad como su “statu quo”.


A pesar de todos los obstáculos aludidos, los beguinajes conocerán su “canto del cisne”, un falso resurgimiento, durante el último tercio del siglo XIV, aunque se trató de un resurgimiento a la sazón larvado por la carencia de las muy eminentes y destacadas figuras intelectuales femeninas que lo hicieran en otro tiempo famoso. Tal resurgimiento podríamos perfectamente caracterizarlo como de tipo sociológico llegando, a pesar de tropezones y trabanquetas diversas, hasta el siglo XVIII y cayendo posterior y definitivamente en picado. De hecho, la última beguina existente fue la hermana Marcella Pattijin, quien naciera invidente en el Congo Belga en el año 1920 y muriera el 14 de abril del año 2013 en el beaterio de Kortrijk (Bélgica) a la edad de 92 años.


No es de extrañar que la Unesco declarase el año 1998 los beguinajes que el tiempo nos ha legado como patrimonio universal de la humanidad.


¿Quiénes eran las beguinas? ... Normalmente, aunque ello no siempre ni mucho menos obligatoriamente, se trataba de mujeres jóvenes, deseosas de poder llevar una vida religiosa intensa y fervorosa que se juntaban por voluntad propia para poder así vivir compartiendo su fe y sus experiencias vitales y espirituales, llegando en muchas ocasiones a formar una importante colonia. Ello lo hacen, no obstante, sin la obligación de pronunciar previamente a su ingreso, ni tampoco en ningún otro momento posterior, ningún voto eclesiástico, razón por la cual no pertenecían a ninguna orden o comunidad religiosa establecida no estando en consecuencia adscritas a ninguna regla monástica ni a ninguna disciplina eclesiástica. Si a ello le sumamos el hecho de que las beguinas no tenían la obligación de seguir la observancia prescrita por parte de ningún padre o madre fundadores, y que tampoco dependían de ninguna institución, incluida la Iglesia, comprenderemos mejor el carácter sospechoso que en ciertos ámbitos eclesiásticos de poder provocaron.


A pesar de todo lo dicho, las beguinas no constituyeron nunca un grupo religiosamente contestatario a las doctrinas entonces oficiales y en su actuación siempre intentaron pactar previamente cualquier actividad desarrollada con el obispo del lugar, quien aceptaba este género de vida en la mayoría de las ocasiones, especialmente en sus inicios, pero quien tampoco podía influir aunque quisiera en su estructuración interna ni externa, dado que eran ellas mismas, sin aceptar ninguna intromisión foránea, quienes regían su modo de vida de manera particular y diferente dependiendo del beaterio por la beguina escogido.


Es muy importante destacar que el beguinato no es un convento al uso. De hecho, ni siquiera se le asemeja. El beguinaje está formado en ocasiones por una única casa, o en otras muchas por un reducido grupo de beguinas que la mayoría de las veces crecía formando así colonias donde las beguinas realizaban sus actividades privadas o públicas, tales como comer, trabajar u orar.


A menudo ni siquiera se trataba de un edificio entero, sino más bien de un pequeño apartamento inserto en el interior de una casa que tenía diferentes pisos. Las beguinas apreciaban en grado sumo su libertad, al punto que no permitían someterse a ningún horario establecido. Precisamente por esta circunstancia las beguinas podían recibir visitas de carácter filantrópico y asistencial cuando así conviniera, a cualquier hora o mediando cualquier circunstancia, entrando o saliendo cuando lo creyeran oportuno.


Muchas beguinas disponían de una determinada hacienda personal a partir de la cual poder cubrir todas y cada una de sus necesidades. Ello era así porque en la mayoría de las ocasiones provenían de familias acomodadas que subvenían antedichas necesidades.


No obstante, también era posible que la extracción social de la beguina no le permitiera disponer de ninguna hacienda personal, teniendo entonces en muchos casos que esforzarse en vivir sosteniéndose a partir de sus trabajos, los cuales podrían ir desde la costura hasta el servicio en hospitales municipales y leproserías, instituciones ciudadanas siempre dispuestas a utilizar sus muy eficientes servicios.


Una dedicación muy querida por parte de muchas beguinas fue el cuidado de los huérfanos en los reclusorios. Otra, la docencia escolar dirigida no obstante especialmente hacia las niñas, pues parece evidente que según su vocación se sintiesen muy comprometidas en la educación y promoción de la mujer.


Las beguinas no llevaban hábito. No obstante, existía entre todas ellas un pacto universal jamás escrito, que se desprende como corolario de su vocación, según el cual debían habillarse con recato y sin ningún tipo de lujo u ostentación, mostrándose ante sus conciudadanos como mujeres honestas y devotas, es decir, sin llamar la atención ni atender a las exigencias de la moda. Sin embargo, por razones de funcionalidad y de identificación personal y social, progresivamente se fueron uniformando según pertenecieran a uno u otro beaterio, el cual tenía unos usos y unas costumbres propias y en muchas ocasiones diferentes a las de sus homólogos. El uniforme tenía también la función de poder ser rápidamente distinguidas de las monjas pertenecientes a las diferentes órdenes religiosas, de modo que no las confundieran con ellas, y también - y muy especialmente - la finalidad de no ser molestadas por el populacho masculino. En cualquier caso, la ciudad se mostraba siempre muy agradecida a la beguina y no era de buen ver que estas se viesen importunadas. Eran personas en consecuencia muy respetadas y apreciadas por la ciudad.


A pesar de las diferentes concreciones y sensibilidades, cada beguinato solía tener una Presidenta, denominada “La Gran Dame”, y un Consejo del Beguinaje formado exclusivamente por las mismas beguinas. Presidenta y Consejo eran cargos votados libre y democráticamente por las mismas beguinas del beaterio siendo posible su revocación de no contar con el acuerdo de la mayoría. Hay que destacar no obstante que ni una ni otro poseían absolutamente ninguna capacidad disciplinaria, razón por la cual la beguina conservaba siempre toda su libertad intacta. Su finalidad se articulaba más bien en el orden organizativo de la asistencia filantrópica que las beguinas realizaban en relación con el cuidado de las personas, especialmente mediando caso de enfermedad. Cuando se producía la desgracia de que alguien estuviera enfermo los consejos organizaban turnos coherentes y eficaces para proveer a su cuidado. Ello implicaba en muchas ocasiones sufragar gastos médicos y alimentarios hacia el enfermo si este pertenecía a un estamento social desfavorecido. Presidencia y Consejo también se ocupaban del mantenimiento de los lugares comunes, por ejemplo, los edificios o los uniformes, manteniendo y conservando todo aquello común. Otra de sus responsabilidades se articulaba entorno a la organización de las actividades litúrgico-festivas, momentos de especial intensidad durante los cuales las beguinas se juntaban para rezar y conversar.


A pesar de la existencia de esta organización “de mínimos”, cada beguina estaba en disposición de rescindir unilateralmente y sin ulteriores explicaciones el contrato que la ligaba al beguinaje, así como su permanencia en el mismo. Por ejemplo, eran completamente libres de retornar al seno familiar o incluso de contraer matrimonio sin tener por ello que pedir absolutamente ningún tipo de permiso a nadie, pues toda su actividad era voluntaria y libre.


Muchos beguinajes nacieron en los aledaños de las parroquias o en el de las catedrales. La sintonía de las beguinas con unas y otras era normalmente buena pues, como hemos señalado, la finalidad de la beguina no era reformar la Iglesia ni negar sus beneficios ... Cuando el beaterio nacía “ad proximitas ecclesiae” se rogaba a los beguinajes que realizaran labores de intendencia o de auxilio tales como por ejemplo el cuidado de la ropa, la limpieza de los locales eclesiásticos o el cuidado de los enfermos que la parroquia o la catedral asumía, incluido la asistencia en los enterramientos. Desgraciadamente, con el paso del tiempo, los eclesiásticos confundieron lo que era un servicio desinteresado con una obligación, de manera que, con la finalidad de preservar su tan preciada autonomía, las beguinas rechazaron continuar el servicio de anteriores actividades constituyendo entonces oratorios propios, cuando no una iglesia propia - lo que no significa una iglesia alternativa - en la cual observaban lo más fielmente posible las horas canónicas y donde escuchaban predicaciones edificantes y diferentes conferencias devocionales, música y misa. Para ello las visitaba un sacerdote encargado de su espiritualidad nombrado por el obispo de la ciudad, pero que debía tener el consentimiento del Consejo del Beguinaje, quien se reservaba el derecho de proponer los nombres de estos sacerdotes para consensuarlos con el obispo. Esta actividad era para las beguinas una propuesta, no una obligación, y podían revocar al sacerdote cuando lo considerasen oportuno ya que la iglesia beguina no pertenecía al patrimonio eclesiástico.


Los beguinajes fueron fenómenos plenamente urbanos adscritos al ámbito creciente de la municipalidad que marchan muy unidos al protagonismo histórico de la ciudad y que se opone como sistema liberal, abierto y femenino al sistema medieval del castillo caballeresco varonil y al mundo rural medieval que fue el predominante durante todo el siglo XI.


En el siglo XII, como hemos señalado anteriormente, debuta el enorme protagonismo de la ciudad unido al vigoroso surgimiento de una nueva clase social: la poderosa burguesía mercantil. A partir de esta tan poderosa burguesía aparecerán las hijas que posteriormente nutrirán los beguinatos y que los harán tan conocidos y hasta poderosos. Otros grupos pujantes en el siglo lo constituyen los artesanos, perteneciente a los ricos gremios que nacen en los Países Bajos, así como los cada vez más favorecidos comerciantes, los cuales promocionarán juntamente con el comercio, los beguinajes. De todos ellos se nutre en gran parte tanto el sustento económico beguino como la promoción de su labor en la ciudad.


Recordemos que en los tiempos medievales el papel de la mujer estaba destinado fundamentalmente a la procreación mediante la institución del matrimonio. En consecuencia, la soltería poseía un elevado desvalor social, era de muy mal ver, de manera que el matrimonio convencional propiamente dicho se limitaba a la complacencia de las apetencias y proyectos del marido, ordenados especialmente al mantenimiento de su linaje. Parir hijos era en consecuencia la principal labor que la sociedad esperaba y asignaba a la mujer.


Ante semejante panorama, no eran pocas las mujeres decepcionadas por la suerte de sus días. Las beguinas se opusieron radicalmente a este destino prefigurado optando por salir de las estrecheces societarias que las constreñían. Sin embargo - justo es señalarlo - no fueron las únicas. Otras mujeres, experimentando idénticas sensaciones, se retiraron del siglo buscando la reclusión que les proporcionaba el monacato para desarrollar en el seno de una orden religiosa regular establecida su vocación religiosa. Como no todas las mujeres intuyeron su vocación en el seno de antedichas órdenes, las que no deseaban acoplar su vida a lo que de ellas la sociedad exigía, ni se sentían tampoco atraídas hacia la vida religiosa regular, antes que permanecer solteras, constituyéndose así en un estorbo económico y en una afrenta pública y social para su familia, de ser piadosas y sentir una verdadera llamada vocacional hacia la devoción espiritual, el beguinaje se presentaba como una opción muy atrayente que aunaba perfectamente soltería, devoción y aprobación social, constituyendo una salida más que digna y apreciada en orden al mantenimiento de su ansiada libertad. Además, en el ámbito de las ciudades, las beguinas fueron muy estimadas por la labor social que desarrollaban.


Algunas familias pudientes pertenecientes a los estratos sociales más ricos habían llegado incluso a sufragar en su propia casa beguinajes. De producirse este caso, el beguinato pasaba entonces por derecho familiar desde la tía hacia la sobrina - esto era lo más frecuente - pero también entre primas o entre parientas. En estos casos la familia les sufragaba y les reservaba ciertos departamentos construidos o aparejados especialmente para ellas para el ejercicio de su beguinaje.


Los beaterios también podían ser sujeto pasivo de herencias. En dichos casos el monto dinerario de la herencia era administrado y orientado específicamente con la finalidad de sufragar los gastos convencionales de las beguinas que no gozaban de recursos económicos, o bien eran dirigidos a obras de beneficencia en las cuales las beguinas estaban comprometidas como por ejemplo donaciones hacia escuelas, hospitales y leproserías.


Como se ha dicho antes, normalmente las mujeres que se hacían beguinas eran hijas de buenas familias burguesas, mercantiles o artesanas con posibles. Ello se traducía normalmente en el hecho de haber sido formadas en las escuelas monacales benedictinas, a la sazón las más distinguidas y eruditas de la época. En ellas aprendían latín y recibían una sólida formación escolar basada en el “trívium” o en el “quadrivium” de extraordinaria calidad. Todo ello propiciaba que las beguinas tuvieran una formación intelectual en mucho superior a la media convencional de las mujeres de su época, y que en consecuencia muchas de ellas llegasen a convertirse en grandes intelectuales, así como en elementos destacados, reconocidos y muy queridos en la ciudad.


Per Semper vivit in Christo Iesu


Miquel - Àngel Tarín i Arisó







NOTAS

(1) Las ciudades de la Edad Media, Madrid: Alianza Editorial, 2015. Sin embargo Salvador Claramunt, Historia de la Edad Media, Barcelona: Ariel, 2014, p. 140, se muestra muy crítico con el gran historiador belga anteriormente citado puntualizando respecto al nacimiento de las ciudades que el comercio no fue el único elemento que facilitó su surgimiento pues: “También [nacieron] a partir de otros factores, tales como: “1) haber sido centros de la administración, eclesiástica o laica, así por ejemplo Barcelona, Londres o Tolouse; 2) núcleos de población rural que evolucionan hacia formas económicas más avanzadas, muchas veces ocupando la difusa frontera entre el mundo rural y el urbano; 3) asentamientos realizados por razones defensivas, en un mundo primordialmente violento; 4) ciudades situadas en el campo de expansión política occidental, muchas veces viejas ciudades en manos de otra civilización; 5) poblaciones que surgen o se desarrollan al calor de las peregrinaciones, como los numerosos núcleos urbanos del camino de Santiago, de Tours, etc. El crecimiento demográfico de las distintas ciudades europeas fue desigual, ya que en su mayoría no pasaban de ser los centros económicos principales de un medio rural circundante con el que vivían en permanente simbiosis. Muchas veces sobrevivían en condiciones precarias. Otras, en cambio, se erigían en centros políticos de cierta categoría, e inclusive en capitales de reinos o Estados de considerable entidad”.

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