Teología del libro del profeta Joel
Introducción
En honor a la verdad, carecemos totalmente de información fidedigna acerca del profeta Joel, excepto lo concerniente a su filiación (“hijo de Petuel”, 1:1) y su ubicación en tierra de Judá, a cuyos habitantes dirige su mensaje. Las cuestiones referentes a la época de composición de su libro, uno de los más breves del Antiguo Testamento, siguen siendo en la actualidad motivo de ardua discusión, como lo fueron desde el despuntar de los estudios críticos sobre los libros veterotestamentarios (1), y no resulta fácil para los investigadores de nuestros días ponerse de acuerdo en este tema (2). Lo que sí podemos deducir del propio nombre del profeta —Joel en nuestro idioma español, en hebreo Yo’el— es que se puede considerar toda una confesión de fe. Significa ni más ni menos “Yahweh (3) es Dios”, nombre parlante donde los haya y que encierra una profunda convicción teológica propia de los ámbitos más conservadores y afectos a las antiguas tradiciones de Israel. Este detalle, unido a las frecuentes menciones que hace el libro a los sacerdotes del templo de Jerusalén y al ritual levítico, ha propiciado la consideración de que el profeta debió pertenecer a alguna familia sacerdotal o, por lo menos, de los círculos levíticos.
Tal como viene redactado, el libro de Joel nos permite deducir que su autor sabe muy bien quién es Yahweh. Conoce, sin duda, las antiguas tradiciones patrias que hacen del Dios de Israel un Dios que se acerca a su pueblo, un Dios que en un momento muy concreto de la historia pacta con las doce tribus de Jacob, un Dios que en definitiva rescata y salva (ver los relatos del Éxodo). Pero, además, Joel es plenamente consciente de que tales nociones no son extrañas a sus conciudadanos, por lo que, sin necesidad de hacer referencia alguna a la Historia de la Salvación, ni siquiera a su propia experiencia personal de encuentro con Yahweh o su llamado al ministerio profético, se introduce a sí mismo desde el primer versículo de su libro y sin preámbulos como portavoz autorizado del Dios de la Alianza Santa, al mismo tiempo que representante de una nación pequeña y duramente castigada por las circunstancias históricas más recientes, cualesquiera que fueren. Ello explica que en la redacción actual del libro —obra magistral, por otro lado, de la poética veterotestamentaria más vitalista— encontremos una especie de diálogo permanente entre Dios y el profeta o entre Dios y el pueblo y los sacerdotes a quienes el propio Joel presta su voz. Asimismo, notamos cómo la palabra de Dios, que aparece redactada en un contexto esencialmente litúrgico —¿liturgia del año nuevo o rosh hashshanah?— tiene tanta fuerza en los oráculos del profeta que en ocasiones se ha cuestionado, y no sin motivo, si son los eventos descritos la causa real de los mensajes, o si, por el contrario, es la palabra viva del Dios Viviente que actúa por medio de Joel la que, al ser pronunciada y proclamada, genera los acontecimientos (4). No es fácil dar respuesta a este dilema.
Adentrémonos, pues, sin mayores dilaciones en la teología del libro de Joel, vale decir, en su enfoque particular o su entendimiento del Dios de Israel. Destacamos tres puntos básicos.
1º. Yahweh es un Dios de justicia universal
Quienes desde hace mucho tiempo han clasificado a Joel como profeta apocalíptico, entendido en su significado más popular de “profeta de catástrofe”, se han fundamentado en el insuperable estilo literario con que describe una devastadora plaga de langostas y sus trágicos efectos en el país de Judá (1:2 – 2:17) (5), hecho que debió tener lugar en algún momento muy concreto aunque de difícil datación, y motivó una crisis agraria de grandes alcances, que afectó tanto a seres humanos como animales domésticos, e incluso al propio culto en el templo de Jerusalén, dada su estrecha dependencia de los productos de la tierra. Las proporciones de semejante azote (6), dibujado como una conmoción de todo el orbe creado (cielos y tierra), propiciaron que se convirtiera en imagen por demás viva del Día de Yahweh (7) o Yôm Adonay, día de juicio en la tradición profética pre y postexílica (cf. Is. 13:6,9; Ez. 30:3; Am. 5:18,20; Abd. 1:15; Sof. 1:7,14; Zac. 14:1; Mal. 4:5). El hecho de que el propio Yahweh afirme ser esas langostas devoradoras su ejército (2:11,25) ha hecho pensar a más de uno que tal vez la plaga histórica en sí fuera ya en la concepción del profeta el anunciado Día de Yahweh (8) con todas sus consecuencias. La cuestión que se plantea es: ¿desea castigar Dios a su pueblo por medio de esta plaga debido a algún pecado en particular, al estilo de lo que sucede en ciertos pasajes narrativos del Antiguo Testamento (9)? No se hallan en la profecía de Joel los oráculos contra la impiedad, la idolatría o una flagrante injusticia social que encontramos en otros profetas, especialmente preexílicos o de la época del exilio babilónico (Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Amós, Miqueas, básicamente), ni leemos en todo el libro una acusación abierta frente a una presunta rebeldía de Judá, presente ni pasada. Aunque no hallamos en el escrito de Joel los vocablos hebreos tsedaqah y tsadiq que traducimos habitualmente como “justicia” o “justo”, respectivamente, todo él está impregnado de la noción de Yahweh como, en verdad, un Dios de justicia, o, dicho de otra forma, un Dios que exige a su pueblo un auténtico retorno a su Señor, un arrepentimiento de corazón, no de formas externas (2:13), pero jamás bajo amenazas ni coacciones. La justicia divina no es en Joel una justicia punitiva o vengativa para con los hijos del pacto sagrado.
Si a ello añadimos el cuadro universal del capítulo 3 (10), donde el profeta despliega ante nosotros la imagen de un juicio (v. 12) de todas las naciones en el escatológico valle de Josafat (11), entendemos que el propósito de Joel es presentar a su Dios como guía de su pueblo (Judá, el remanente de Israel. 2:32), ciertamente, pero también de todos los demás pueblos. Yahweh es, por tanto, Dios soberano, cuya justicia no se limita a una sola nación o un único territorio. De ahí que este juicio que tiene lugar tras el Día de Yahweh —¿o que forma tal vez parte de él? (12)— contenga una clara noción de purificación y de reivindicación para Judá por los daños que los otros pueblos le han infligido. En este sentido se entienden las alusiones clásicas a Tiro y Sidón con Filistea (3:4) o Egipto y Edom (3:19) (13), enemigos tradicionales del pueblo de Israel y que habrán de pagar por el daño infligido al pueblo del pacto. Yahweh se muestra como un Dios realmente justo en el hecho de que da fuerzas a los débiles de todas las naciones (3:9-10) y, por encima de todo, devuelve a su pueblo, Judá, la dignidad que otros le habían arrebatado. Por ello, y como consecuencia lógica,
2º. Yahweh es un Dios restaurador
Los dos primeros capítulos del libro de Joel están salpicados de exhortaciones a la plegaria del pueblo y de los sacerdotes que se intercalan entre las descripciones del desastre ocasionado por la plaga de langostas, todo lo cual apunta a un subtema de no escasa importancia: el valor de la oración en el pensamiento del profeta, que tan solo mencionamos de pasada, pues rebasa los límites de este artículo. Ante la catástrofe nacional que implica esa desorbitada invasión de insectos (o el Yôm Adonay, cf. supra), Judá es invitada a regresar (14) a su Dios en oración, ayuno y compungimiento (1:13ss.), enlazando así con la tradición profética preexílica más pura (Is. 10:21; 31:6; Jer. 3:7,12,14,22; Os.6:1; 7:10; 14:3; Am. 4:8-11), y ello con la total confianza en que Yahweh responderá de manera favorable. La promesa divina es de perdón, bendición y restauración total de Judá porque Yahweh es el único Dios (2:27), un Dios esencialmente misericordioso que desea levantar al caído y que se duele del castigo infligido a su pueblo, aunque sea merecido (2:13). Esta completa restauración de Judá apunta a los tiempos finales, al éskhaton (15), para cuando está reservado su cumplimiento definitivo, pero con una repercusión universal que difícilmente casaría con el prístino y exclusivista pensamiento de Israel: todos los pueblos se beneficiarán del enaltecimiento de Judá efectuado por Yahweh y será gracias a esta nueva condición del pueblo de Dios que el resto de las naciones alcanzará también bendición (16). De ahí que, como se haya señalado en ocasiones (17), sea 2:28-32 (18) el texto capital de todo el libro de Joel, aquel hacia el cual convergen todas las líneas trazadas por el profeta, además de uno de los más trascendentales del conjunto de las Escrituras Veterotestamentarias. El anuncio del derramamiento del Espíritu de Dios (rúaj Elohim o rúaj Adonay) que tendrá lugar “después de esto (19) … sobre toda carne” (v. 28), ya en cierta manera anticipado en la delicada imagen de las lluvias temprana y tardía de 2:23, supondrá una total alteración del decurso de los acontecimientos: Dios interviene de forma muy directa en la historia de los hombres con la finalidad de crear una nueva humanidad en la que cualquiera que invoque el nombre de Yahweh alcance la salvación (v.32). La restauración completa del pueblo de Judá precisa de este derramamiento del Espíritu Divino porque solo así la nación puede alcanzar el gran ideal soñado por Moisés en Nm. 11:29. El pueblo de Dios está llamado a ser un conjunto esencialmente profético, una nación elegida que proclame los hechos portentosos de Yahweh y dé testimonio de ellos ante todas las demás.
Así pues, únicamente dentro de este contexto de restauración puede comprenderse bien que en Hch. 2:16-21 San Pedro Apóstol retome este pasaje en su homilía del día de Pentecostés y lo considere cumplido en los acontecimientos acaecidos en aquella jornada, con los que daría comienzo la historia de la Iglesia cristiana. Y nada de extraño tiene tampoco que San Pablo mencione Joel 2:32 en su razonamiento expresado en Ro. 10:13. No solo es la Iglesia como institución, sino la propia teología cristiana, teología esencialmente de perdón, reconciliación y plena restauración de Dios para con los seres humanos, la que tiene su fundamento en los eventos anticipados por Joel. Por ello, como consecuencia inmediata,
3º. Yahweh es un Dios de esperanza
Un importante teólogo contemporáneo ha señalado el pensamiento de Joel como una teología de confianza en Dios (20), y es, sin duda, una de las mejores maneras de leer el breve escrito que lleva el nombre del profeta, dado que todo él rezuma esperanza, pero no una esperanza ficticia basada en quimeras o deseos fantásticos propios de gentes atribuladas, sino en la misma esencia divina. Puesto que Yahweh es Dios, el Dios de Israel, desde el primer momento en que se acerca a su pueblo le transmite este sentimiento de confianza, de fe en definitiva (21). Al igual que el antiguo Israel en el momento histórico concreto de su encuentro con Yahweh en los acontecimientos de Egipto y el Sinaí narrados en el libro del Éxodo, la Judá contemporánea de Joel está llamada a confiar en lo que Dios va a hacer en su favor.
En primer lugar, y tras el paso de aquel ejército devastador que deja la tierra asolada, Dios promete alejar “al del norte” (2:20) (22). No se trata de una precisión irrelevante ni de un mero detalle puramente literario. Desde un punto de vista geográfico, el norte es la orientación por la cual acceden a la tierra de Israel todas las grandes catástrofes recogidas en el Antiguo Testamento: desde las expediciones arameas (sirias) que tendrían en jaque al reino efrainita septentrional (1 R. 20; 22:1-40; 2 R. 6:8 – 7:20), pasando por la gran invasión asiria que destruye para siempre el reino norteño de Israel (2 R. 17) y casi el reino meridional de Judá (2 R. 18:13-37; 2 Cr. 32:1-19; Is. 36:1-22), hasta la definitiva de los babilonios o caldeos que acabó con el reino de Judá, destruyó Jerusalén y el templo, y deportó su población (2 R. 25:1-21; 2 Cr. 36:17-21; Jer. 39:1-10; 52:3-30). Sin duda que también la plaga de langostas descrita en 1:2 – 2:17 tiene un origen septentrional; así lo dejan entrever los oráculos de Joel. Nada de extraño tiene, por tanto, que en las tradiciones judías posteriores el norte sea el lugar propio del mal que acecha a Israel, con toda su carga demonológica añadida (23). Yahweh asegura que “el del norte” —quienquiera que fuere— será alejado y definitivamente destruido, con lo que la paz se instalará de manera perpetua en la tierra.
En segundo lugar, el profeta se hace eco de lo que los especialistas han dado en llamar “Teología de Sion”, cuyo origen serían las tradiciones referentes al reinado de David y la conquista de Jerusalén (2 S. 5; 1 Cr. 11), con antecedentes en la figura cuasimítica del rey Melquisedec de Salem (Gn. 14:18-20; Sal. 110:4), y que cristaliza especialmente en el libro de Isaías (24). En un claro contexto de juicio escatológico y restauración del pueblo judaíta, Joel 3:17 pone en boca de Yahweh la clara afirmación de que Dios habita en Sion, a la que designa como su “santo monte” (cf. el oráculo de Is. 2:1-4, que tiene su paralelo en Mi. 4:1-3), y el último versículo del libro (3:21) pone punto final a la profecía con la declaración lapidaria de que Yahweh “morará en Sion”, es decir, en medio de su pueblo. Esta esperanza se encuentra también en Ez. 48:35, cuyas palabras finales referidas a la habitación de Dios en el templo-ciudad escatológico pueden muy bien traducirse como “Yahweh está allí”, y queda corroborada para siempre en la más amplia visión de la nueva Jerusalén que leemos en el capítulo 21 del Apocalipsis de San Juan, en la que afirma que “él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (v. 3).
Conclusión
Hemos de reconocer que no resulta fácil para el lector actual de la Biblia enfrentarse a una obra como la del profeta Joel, cuya longitud constituye una dificultad añadida a las propias del estilo poético y las llamativas y coloristas figuras empleadas por el autor: el profeta emite oráculos que condensan bastante más de lo que podría parecer a simple vista, pues da por sentadas muchas nociones que sus destinatarios tienen asimiladas como cultura nacional y que forman parte de un mundo que hoy ya no existe.
Así las cosas, el creyente cristiano de nuestros días, especialmente si está familiarizado con la reflexión y el estudio de las Sagradas Escrituras, puede hallar en este libro algo que le es agradablemente familiar: el Dios de Joel no se muestra como una divinidad lejana ni inaccesible, no es solo un nombre que se pronuncia con cierta reverencia, pero vacío de contenido. Por el contrario, y siguiendo las tradiciones de los círculos sacerdotales que componen muchos de los deliciosos relatos que hoy encontramos en el Antiguo Testamento, así como las de los profetas, Joel nos ofrece una imagen de Dios que anticipa en cierto modo la que percibimos en el Nuevo Testamento. Yahweh es Dios para la Judá de Joel porque no está ausente de las calamidades que azotan al país y a sus habitantes, porque no se desentiende de seres humanos (¡ni de animales!) y porque, además, quiere que su pueblo alcance un estado de bienaventuranza como jamás ha conocido en los tiempos anteriores. Por otro lado, la mención explícita del Espíritu de Dios en el capítulo 2 (25), pese a que el profeta no puede ni siquiera imaginar el posterior dogma trinitario del cristianismo, viene a introducir en medio de un contexto de poder y restauración ese personaje entrañable y al mismo tiempo misterioso al que Jesús llamará “el Consolador” (26) y que tanta importancia alcanzará en el pensamiento de la Iglesia.
Por decirlo en pocas palabras, la imagen de Dios que proyecta Joel refleja una constante reflexión sobre las prístinas tradiciones sacras de Israel, al mismo tiempo que una sin par madurez teológica. De ahí que las dificultades inherentes a este singular escrito supongan un estímulo más que un freno, un desafío más que un impedimento, para profundizar en su mensaje y, sobre todo, en su concepción de Yahweh. Finalmente, el Dios de Joel se evidencia a todas luces como una grata anticipación del Dios de Jesús de Nazaret al que hoy los cristianos llamamos Padre.
Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga PhD
Presbítero
Delegado Diocesano para la Educación Teológica
Decano del Centro de Estudios Anglicanos (CEA)
Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE, Comunión Anglicana)
A partir del siglo XVIII. Cf. FERGUSON, S. B. et al. ed., Nuevo diccionario de teología. CBP, 1998, v.s.v. “Crítica bíblica”, 259-263.
Para tales asuntos, que escapan a los límites de nuestro artículo, ver los comentarios especializados al libro de Joel como ASSIS, E. Joel: un profeta entre calamidad y esperanza. Nueva York: Bloomsbury, 2013; PRICE, W. K. El profeta Joel y el Día del Señor. Moody, 1976, o a la Biblia o el Antiguo Testamento en general, desde los más tradicionales (uno de los más conspicuos KEIL, C. F. & DELITZSCH, F. Commentary on the Old Testament, vol. 10. Peabody: Hendrickson Publishers, 2001, 111-118, a los más críticos, por ejemplo, BROWN, R. E. SS et al, dir., Comentario bíblico San Jerónimo, vol. II. Madrid: Cristiandad, 1971, 273-275. MARTIN-ACHARD, R. et al ed., Commentaire de l’Ancien Testament, vol. Xia. Genève: Labor et Fides. 1982, 101-106.
En RVR60 Jehová. La lectura Yahweh parece más adecuada a lo que debió ser la pronunciación original del Sagrado Tetragrámmaton Y-H-W-H, aunque son bastantes los exegetas actuales que postulan una pronunciación original Yahó. Para la discusión sobre este asunto y otros relacionados, cf. RÖMER, T. L’invention de Dieu. Paris: Éd. du Seuil, 2014.
MARTIN-ACHARD, R. et al. ed. Op. cit. 105.
Algunas de las imágenes cósmicas o telúricas tan magistralmente dibujadas por Joel se repetirán en el llamado Apocalipsis Sinóptico (Mt. 24; Mc. 13; Lc. 21) y en el Apocalipsis de San Juan.
Véase el libro de SOLANO ROSSI, L. A. Cómo leer el libro de Joel. Bogotá: San Pablo, 2009.
Día de Jehová en RVR60.
Véase el Comentario Bíblico San Jerónimo, vol. II, 275.
Considérense las plagas de Egipto (Éx. 7-12) o historias como la extraña de 2 S. 21:1-14.
Capítulo 4 en las versiones bíblicas que ajustan su texto a las divisiones del Texto Masorético hebreo.
Ver ABEL, F. M. “Valley of Josaphat”, en The Catholic Encyclopedia, vol 8. New York: Robert Appleton, 1910.
La composición del libro de Joel con su estilo poético-apocalíptico, tal como lo leemos en nuestras biblias, no facilita una estructuración cronológica de los hechos que menciona.
Cf. los llamados “oráculos contra las naciones” de Is. 13-23; Jer. 46-51; Ez. 25-32; Am. 1:1 – 2:5.
Raíz verbal shub, que RVR60 traduce por “convertirse”. GIRDLESTONE, R. B. Sinónimos del Antiguo Testamento: Su ilación con la doctrina cristiana. Terrassa: CLIE, 1986, 97, 101.
Vocablo de origen griego, que en el vocabulario teológico es ya un término técnico consagrado.
Ver el enfoque de MACCHI, J.-D. sobre este asunto en RÖMER, T. et al. ed., Introduction à l’Ancien Testament. Genève: Labor et Fides, 2009, 483-485.
SCROGGIE, G. y DEMARAY, Manual bíblico homilético. Terrassa: CLIE. 1984, al introducir el libro de Joel (p. 195), señala 2:28-29 como su pasaje clave.
O 3:1-5 en las ediciones de la Biblia que siguen la distribución textual masorética.
Expresión que en la lengua original tiene un fuerte sabor escatológico.
ANDIÑACH, P. R. “Joel, libro de” en ROPERO BERZOSA, A. ed., Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia. Viladecavalls: CLIE, 2013, 1356-58.
No debiera olvidarse que los vocablos españoles “fe” y “confianza” traducen un mismo étimo bíblico, ya sea en el Antiguo, ya en el Nuevo Testamento.
Término enigmático que el Targum de Joel (Tg Joel) explica como “el pueblo que viene del norte”. RIBERA-FLORIT, J. “Targum de Joel” en Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos (MEAH) sección Hebreo 53, 2004, 275.
“El del norte” sería, pues, andando el tiempo, una alusión al diablo. Véase ROSEN-ZVI, I. Demonic Desires: “Yetzer Hara” and the Problem of Evil in Late Antiquity. University of Pennsylvania Press, 2011. 105-106.
Ver BARANOWSKI, M. La teologia di Sion nel libro d’Isaia: Studio esegetico-teologico: Con particolare riferimento a Is 25, 6-8; 28, 14-22; 54, 11-17; 60. Roma: Diss. Pont. Univ. Gregoriana 1997.
O 3 para las ediciones de la Biblia que se acomodan al Texto Masorético hebreo.
O el Paráclito, atendiendo a su forma griega original (Jn. 14:16,26; 15:26; 16:7).