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CLEMENTE I


Imagen de Clemente I

¿PAPA DE ROMA Y OBISPO MONÁRQUICO EN EL PRIMER SIGLO CRISTIANO? …

La Primera carta (1) de Clemente a los corintios (1Clem) o, más correctamente, pues así lo señala su encabezamiento, la Epístola de la Iglesia de Roma a la Iglesia de Corintio (1Clem), fue redactada probablemente entre los años 95 al 98 de nuestra era, razón por la cual el texto que nos ocupa debe situarse bajo los reinados del último emperador de la dinastía Flavia, Tito Flavio Domiciano (95 - 96) y del emperador que lo sucedió tras su asesinato, Marco Coceyo Nerva (96 - 98) quien, curiosamente tratándose de la época aludida, tuvo la “fortuna” de fallecer de muerte natural.

1Clem conoció un destino elevado y honorable pues gozó de especial favor así como de una enorme autoridad en la antigua cristiandad, ello especialmente en el seno de las comunidades egipcias coptas y sirias dónde su texto fue considerado durante muchos siglos como parte legítima e integrante del Nuevo Testamento.

El prestigio y la reputación de este documento están especialmente reseñados por la enorme cantidad y por la extraordinaria calidad de los testimonios que expresamente lo citan. Los más importantes de ellos son, en el siglo segundo: Hegésipo, Dionisio de Corinto e Ireneo de Lyon. En el tercero, Clemente de Alejandría, Tertuliano y Orígenes. En el siglo cuarto, Eusebio de Cesarea y, en los albores del siglo quinto, Epifanio de Salamina.

Respecto 1Clem es especialmente relevante el testimonio que nos proporciona el obispo Dionisio de Corinto, consignado por el gran historiador de la Iglesia Eusebio de Cesarea en su “Historia Eclesiástica”. En efecto, ya que, en una época cercana al año 170 de nuestra era, Dionisio nos explica que la epístola constituía la base de toda la liturgia en una comunidad tan antigua e importante para la historia del cristianismo como fue la de Corinto.

No en vano el erudito jesuita, P. Jules Lebreton, después de haber destacado atinadamente el papel nuclear que juega la economía trinitaria en la carta de Clemente, destaca sobremanera su importancia litúrgica, especialmente la denominada “Gran Oración Clementina” inserta en los capítulos 59 – 61.

No cabe ninguna duda: nos hallamos ante el documento que más y mejor nos informa acerca de la primitiva liturgia romana.

En realidad prácticamente nada sabemos acerca de Clemente. De hecho nos hallamos ante un personaje hiperbólico en gran manera, a caballo entre la historia, el mito y la leyenda, no sabiendo prácticamente nunca donde empieza una y dónde terminan las otras.

Tomando como base proyectiva la enorme y extendida fama de Clemente, se han llegado a exagerados extremos hoy imposibles de aceptar. Así, tanto se le ha atribuido la autoría de la bíblica “Carta a los hebreos”, como se le ha identificado siendo un colaborador directo de Jesús.

Además, con el paso del tiempo, y en base al prestigio de Clemente, se elaboró todo un “corpus” de literatura romancesca y fantasiosa denominada “Pseudo Clementina” repleta de anacronismos e inexactitudes históricas que no aportan prácticamente ninguna luz verdadera sobre la obra y la persona de Clemente romano.

Por si ello fuera poco, también la fábula se ha cebado con este nuestro insigne personaje. Destacan en este sentido las “Recognitiones”, que pretenden narrar históricamente las aventuras y desventuras de aquellos que supuestamente compusieron su familia.

Hay que señalar no obstante que algunos pocos especialistas, en absoluto carentes de erudición, tales como por ejemplo nuestro antiguo profesor – hoy emérito - de literatura apócrifa de la Universidad de Ginebra, Enrico Norelli, opinan que de entre toda esta maraña de literatura fantasiosa, podrían hallarse quizás algunas informaciones verídicas e históricas sobre Clemente. Ello exigiría un trabajo tan arduo de “deforestación” y subjetividad exegética que hasta el día de hoy ningún erudito se ha atrevido a emprender.

Con el fin de elucidar su verdadera identidad se le ha pretendido identificar – naturalmente siempre sin éxito definitivo – con numerosos y famosos personajes de entre los cuales destacaremos por su importancia solamente dos: el Cónsul Titus Flavius Clemens, esposo de Flavia Domitilia, hermana del emperador Domiciano. Flavio Clemente fue decapitado en el año 95 o tal vez 96 por orden de su cuñado, el susodicho emperador, a causa de haber abrazado el cristianismo. Flavia Domitilia, quien también profesaba la fe cristiana, salvó su vida in extremis siendo deportada de por vida a la pequeña isla de Ponza, en el Lacio, lugar en el cual murió después de los años siendo hoy en día considerada parte integrante del martirologio romano.

Empero si el autor de la epístola que nos ocupa hubiera sido de extracción culta, noble y Flavia, sin duda su propio estilo literario y sus formas argumentales lo hubieran rápidamente traicionado pues el texto, siendo igualmente cristiano, habría resultado ser mucho más culto, clásico y romano.

En segundo lugar, también se ha querido asimilar a Clemente con el misionero colaborador que acompañó al apóstol san Pablo en alguno de sus viajes misioneros: Fl 4, 3:


Asimismo te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio, con Clemente también y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida.


Fue de hecho Orígenes (siglos II – III) el primero en sentar tradición en orden a identificar a éste Clemente con el autor de la 1Clem estudiamos.

No obstante antedicha afirmación del ilustre alejandrino no deja de ser más que una aventurada hipótesis que probablemente pululara por el Norte de Egipto en sus días, pero que tropieza con demasiados obstáculos históricos para ser cierta.

Sea como fuere, la verdadera identidad de este misterioso aunque celebérrimo personaje, resistiéndose a cualquier análisis, permanece oculta y desconocida ... Y tal vez fuera precisamente esta su intención, pues no nos proporciona en su escrito, en contra de la costumbre histórica, ningún tipo de información acerca de su persona y obra.

De Clemente sabemos únicamente que fue presbítero /obispo de Roma en el primer siglo cristiano. Tanto Ireneo de Lyon como Eusebio de Cesarea le asignan el tercer lugar en la lista episcopal romana de los sucesores de Pedro, después del mismo apóstol, de Lino y de Anacleto. No coinciden con antedicha lista ni Jerónimo, quien lo cita como el segundo, después del episcopado de Lino, ni tampoco el africano Tertuliano, quien todavía retrasa más su episcopado al señalar que fue investido presbítero / obispo por el mismo san Pedro .

Cinco hipótesis han sido propuestas con la finalidad de intentar conciliar estas anteriores contradicciones. La primera de ellas entiende que Anacleto, Cleto (cabría la posibilidad de que el segundo fuera simplemente un diminutivo del primero) y el mismo Clemente hubieran sido los obispos dirigentes del colegio presbiteral (o colegio de ancianos) romano en el mismo intervalo temporal.

La segunda interpreta que mientras Clemente sucedía a Pedro, Lino y Cleto hubieran desarrollado labores de asistencia hacia el primero.

Una tercera hipótesis propone que Clemente habría sido originalmente ordenado por san Pedro, habiendo dimitido posteriormente en favor de las personas de Lino y de Cleto.

La cuarta posibilidad se fundamenta en la coexistencia en Roma de dos tipos diferentes de obispos: uno que sucedería a Pedro, de cariz manifiestamente judío, y otro que sucedería a Pablo, de origen pagano - cristiano. Ambos obispados se habrían unificado bajo el pontificado de Clemente.

Finalmente, la quinta hipótesis apunta al hecho de que la iglesia de Roma habría estado dirigida por un colegio de ancianos u obispos (presbyteroi, episkopoi). Un obispo habría realizado la función de presidencia de anterior colegio. Lino, Cleto y Anacleto habrían sido obispos presidentes. Empero, y al mismo tiempo, habría existido también en la ciudad de Roma la figura del sucesor del apóstol Pedro, caracterizada por una función de tipo itinerante y de supervisión. Lino habría sido entonces el primer obispo presidente mientras que a la par nuestro Clemente – como quiere Tertuliano – habría sido ordenado por Pedro como su sucesor. Con el paso del tiempo, la función itinerante y de supervisión habría decaído fijándose en la ciudad de Roma, circunstancia por la cual se vació de sentido hasta su misma desaparición la figura del obispo presidente.

Lejos de pretender redactar un tratado de tipo teológico, Clemente de Roma escribe su epístola de manera enérgica pero ponderada, en forma de alegato en favor de la unidad perdida en ocasión de la rebelión en la ciudad de Corinto de ciertas personas contra sus obispos / presbíteros.

Es menester realizar llegado este punto ciertas clarificaciones terminológicas que – de ser obviadas – podrían dificultar el ulterior desarrollo de nuestra exposición. Los plurales presbíteros, del griego presbyteroi, y obispos, también del griego episkopoi, indican tanto desde la perspectiva clementina como también desde la perspectiva neo testamentaria exactamente la misma categoría de ministros, a saber: aquellos que tienen como deber principal el cuidado y la vigilancia espiritual de la comunidad. No existe todavía por lo tanto ninguna diferenciación ni ningún orden prelativo – y mucho menos de naturaleza jurídica – entre los primeros y los segundos y viceversa.

El problema surge cuando estos ministros (presbíteros / obispos) legalmente instituidos por la comunidad de Corinto son injustamente depuestos de sus funciones. Ante semejante hecho, Clemente reaccionará señalando que nadie puede deponer a los obispos / presbíteros sin que previamente medie una causa mayor o sin existir ninguna prueba de que los anteriores hayan cometido algún acto de prevaricación.

Según razona Clemente, los obispos / presbíteros fueron instituidos directamente por los apóstoles. Los apóstoles lo fueron por el mismo Jesús quien, a su vez, lo fue por su Padre, Dios. De todo ello se subsume que los obispos / presbíteros son también instituidos por Dios mediante la elección de la comunidad .

Aquí lo verdaderamente importante a destacar es que hallamos en este encadenado razonamiento el primer testimonio escrito del denominado principio de la sucesión apostólica: los obispos / presbíteros, al ser investidos como ministros con la aceptación y participación de toda la comunidad, están precisamente por ello habilitados para ejercer esta función, y a estos anteriores les sucederán otros y a estos otros más por voluntad divina.

La situación vivida por la iglesia de Corinto es la propia de una comunidad cristiana surgida del paganismo. En efecto, puesto que mientras en contexto judío o judeocristiano la función levítica sacerdotal se consideraba instituida por Dios hacia su pueblo de por vida, no sucedía en cambio lo mismo en el paganismo, al ser en este caso la ciudad la encargada de elegir y de sufragar a sus propios ministros religiosos en función de sus necesidades y siguiendo siempre criterios de duración limitados.

Por esta razón el sacerdocio pagano era contemplado siempre como un acontecimiento de carácter temporal y hasta contingente, mientras que al, contrario, el judío era valorado como indeleble y vitalicio. Son precisamente estas influencias paganas las que 1Clem trata de evitar enseñando que el sacerdocio imprime un carácter indeleble de por vida que no puede ser removido sin mediar causas mayores.

La 1Clem, extendida a lo largo de 65 capítulos, exhibe una “auctoritas” similar a la utilizada por el redactor del cuerpo deutero paulino en las denominadas epístolas pastorales. Nótese además que los problemas experimentados por la comunidad de Corinto son de naturaleza muy similar a los que san Pablo pretende solventar con la redacción de su primera epístola canónica dirigida a los mismos corintos desde la ciudad de Éfeso.

¿Qué acción disciplinaria recomienda Clemente? No puede ser otra que la inmediata reposición de los presbíteros / obispos depuestos injustamente añadiendo además la pena de exilio para los insurrectos.

Ahora bien, respecto al juicio de Clemente las cosas no son tan sencillas … en realidad, el problema más espinoso que el estudio de esta carta nos plantea es el de determinar si la misma contiene o no contiene la primera prueba irrefutable y efectiva del primado del obispo de Roma o Papa sobre el resto de sus homólogos cristianos. Dicho de otra manera, si sus “órdenes” deben ser obedecidas y por tanto aceptas y aplicadas obligatoriamente por la comunidad de Corinto así como también por parte de cualquier otro obispado cristiano.

La respuesta a anterior cuestión parece haber experimentado una notable evolución a través del tiempo, y si bien es cierto que la antigua crítica respondía sí abiertamente a la misma mediante autorizadas voces como fueron en su época las de Ernest Renan o Pierre Batiffol, no lo es menos que actualmente la situación ha variado notablemente, tanto en el campo católico como en el protestante, posicionándose mayoritariamente en sentido contrario.

Históricamente, después de la desaparición de los apóstoles de Jesús de Nazaret, la dirección de las diferentes comunidades cristianas conoció diferentes fases. En un primer momento las comunidades judeocristianas conservaron una dirección de tipo colegial situando en su cabeza ancianos / presbíteros. Tal proceder fue sin duda adoptado a causa de la influencias judía proyectado sobre el cristianismo.

Las comunidades cristianas de extracción pagana conservaron igualmente una organización directiva de carácter colegial en la cuál las figuras de los obispos / presbíteros, asistidos en ocasiones en sus funciones por los diáconos, asumían la función de portavocía y de moderación eclesial.

Ambos modelos organizativos coexistieron simultáneamente durante mucho tiempo, tendiendo a la unificación a lo largo del segundo siglo. De manera, que hablar de obispo (vigilante, inspector) o hacerlo de presbítero / anciano, significa identificar términos sinónimos.

Como ya escribimos en otro lugar en el caso de la comunidad a la cual la “Didaché” se dirige (2) , con el transcurso del tiempo los ministerios itinerantes (apóstoles, profetas y doctores) desaparecerán en el uso de las responsabilidades eclesiales en beneficio de los ministerios fijos o estáticos, en su origen menos prestigiosos y reconocidos, obispos y presbíteros / ancianos.

Finalmente, la manifiesta superioridad numérica y en consecuencia el mayor peso específico de las comunidades cristianas de extracción pagana, a la sazón idénticas a la cual pertenece y a la cual escribe Clemente, terminarán por imponer su uso quebrando la sinonimia tradicional y adoptando el obispo una posición más preeminente que el anciano / presbítero, y terminando éste último finalmente por desaparecer del primer eslabón de la autoridad eclesiástica.

No obstante, solamente será con el correr del tiempo que los obispos se convertirán en monárquicos y que las pretensiones de primado del obispo romano sobre sus colegas cristalizarán. Empero Clemente, su escrito y las comunidades cristianas que lo afectan, la de Roma desde la cual escribe y la de Corinto hacia la cual su exhorto se encamina, están ubicados todavía demasiado temprano en la historia como para ser contemporáneos de monárquica situación episcopal alguna.

No deja de sorprendernos el hecho de que la moderna crítica, a día de hoy, todavía no haya acuñado ninguna expresión que delimite y que defina la situación propia a los primeros estadios del episcopado, situación en la cual los obispos o supervisores transitan desde una situación primitiva de colegialidad presbiteral común en el judaísmo y patente en la época neo testamentaria (Ac 20, 28; Fl 1, 1), a la etapa propiamente monárquica, en la cual el “epískopos” se convertirá en el gestor único de la diócesis.

Si bien es cierto que no puede en modo alguno negarse el gran prestigio ni la enorme importancia carismática que la iglesia de Roma poseyó en estos siglos en asuntos propios de organización eclesiástica, un prestigio que se fundamentaba básicamente en el orden teológico mediando como ligazón el martirio intra muri de Pablo y el de Pedro, ni más ni menos que las dos columnas más importantes del cristianismo primitivo, así como en el orden socioeconómico por la importancia de Roma como capital del Imperio Romano, no deja de ser también cierto que no puede demostrarse en modo alguno, sin violentar el tenor textual de 1Clem, el más mínimo atisbo de intervención jurídica ex officio respecto de los desórdenes experimentados en la comunidad de Corinto.

Además, y ello es de singular importancia, tampoco se atestigua en ninguna parte de la cristiandad noticia alguna acerca de episcopado monárquico alguno en Roma en la época de redacción de la epístola que nos ocupa, ni mucho menos de ningún Clemente ejerciendo como Papa, un concepto extraño para su época.

Roma, al igual que sucediera con el resto de sedes cristianas importantes o no, estaba dirigida por un colegio de presbíteros / obispos. Por lo tanto, podemos afirmar sin temor que el sistema de gobierno colegial era el sistema organizativo eclesial específico de la Iglesia de los primeros siglos cristianos, un sistema organizativo que se monarquizó solamente mediando el paso del tiempo al triunfar progresivamente la pretensión del obispo de Roma de constituirse en el sucesor de Pedro.

De manera que la dirección colegial de la comunidad de Roma – y ello hasta el siglo III – no se corresponde en absoluto con una sucesión ininterrumpida de obispos monárquicos ni a ninguna sucesión expresa de Pedro del cual Clemente fuera sucesor.

El primado romano exige y conlleva expresamente tanto el ministerio episcopal monárquico como la “potestas iurisdictionem”, elementos que la Iglesia de Roma no poseía en esa época bajo ningún concepto. Ni formal ni materialmente Clemente ni la comunidad de Roma poseían por lo tanto “imperium” ni “potestas” alguna para intervenir según “ius” en los asuntos producidos en la Iglesia de Corinto.

Parece en consecuencia más prudente y objetivo afirmar que el escrito que estudiamos ni contiene expresamente testimonio alguno acerca del primado del obispo romano, ni tampoco consigna en consecuencia que Roma reclamara para sí misma el primado de la Iglesia Universal.

Seguir el camino que semejante línea de pensamiento nos traza conduciría hacia posiciones teológicamente partidistas e indudablemente anacrónicas, a pesar de que en su texto la Iglesia de Roma mediante el presbítero / obispo Clemente, pretenda zanjar una cuestión puntual, dada la importancia que como hemos señalado anteriormente siempre tuvo Roma en todo el orbe cristiano.

Con todo, la 1Clem ha sentado las bases del derecho eclesiástico canónico romano a través de su doctrina sobre el origen divino de la jerarquía.
Es importante recordar en orden al texto que nos ocupa que la 1Clem se presenta como una carta emitida por parte de la iglesia de Roma - o tal vez, pues también cabe la posibilidad, solamente emitida por una parte de la comunidad romana - a la iglesia sita en la ciudad de Corinto. De manera que Clemente ejercería probablemente entonces las funciones propias de portavoz delegado por parte del colegio episcopal / presbiteral romano, siendo este último colegio efectivamente el encargado de regir la disciplina en el seno de la Iglesia romana, pero jamás más allá de ella.

En la 1Clem encontramos tanto influencias judías, especialmente del estilo literario propio de la homilía sinagogal, como helenas, destacando y siendo especialmente reconocibles entre éstas últimas los presupuestos de la filosofía estoica en su forma de diatriba.

Contemporánea de los escritos del Nuevo Testamento y sin embargo sin conocer la tradición sinóptica, la 1Clem utiliza, sea directa o sea indirectamente, la “Epístola a los hebreos”, a la cual acude en más de veinte ocasiones.

En lo que a citaciones veterotestamentarias se refiere, hay que apuntar que Clemente utiliza frecuentemente el Antiguo Testamento no tan solo valiéndose de él para ejemplarizar, sino también y especialmente de manera parenética.

En otro orden de cosas, la tradición manuscrita de esta epístola está asegurada por dos códigos escritos en lengua griega: el Alexandrinus y el Hierosolymitanus, habiendo sido la editio princeps latina publicada por Relman George Morin en el año 1894.

La historia tampoco nos ha legado ningún dato fidedigno acerca de la muerte de Clemente romano. Las “Actas” de su martirio son en realidad una creación literaria ficticia y muy tardía (siglo IV), completamente anacrónicas, por lo que no pueden ser histórica ni científicamente tenidas en consideración.


ACTUALIDAD

La 1Clem es un texto de singular actualidad y puede ofrecer a la teología dogmática extraordinarias pistas a partir de las cuales reflexionar. Pensamos concretamente en el espinoso asunto ecuménico del Papado.

En su encíclica Ut Unum Sint, de 25 de Mayo de 1995, consagrada al ecumenismo, el Papa Juan Pablo II invitaba al diálogo constructivo y colaborador en aras de una concreción redefinidora del Papado y de sus funciones.

El esquema de base de la encíclica era el intento de alcanzar una nueva forma histórica según la cual el papado pudiera ejercer un servicio de amor reconocido por la cristiandad toda (95 – 96).

Creo que se trata de un extraordinario gesto, lamentablemente muy poco reconocido por parte de muchas Iglesias protestantes, especialmente nos referimos a las iglesias evangélicas no históricas, muchas de entre las cuales han llegado hasta el insulto.

Sin embargo, el gesto del obispo de Roma demuestra mucha valentía y espíritu de conciliación, un camino iniciado ya de hecho por parte del Papa Roncalli (Juan XXIII), mediando en el itinerario pronunciamientos tan categóricos, claros y diáfanos como el siguiente de Pablo VI (3) :


“El Papa, lo sabemos con certeza, es sin duda alguna el obstáculo más grande en la ruta del ecumenismo”.


Dejando a parte los discutidos problemas de crítica textual que acerca del Primado hemos solamente esbozado anteriormente, es muy relevante destacar que en la 1Clem la decisión que a favor de uno de los dos bandos en debate tomó Clemente romano fue realizada en koinonia. De otro modo dicho: sus instrucciones fueron recibidas siendo sabedores todos los intervinientes en los desórdenes corintios que la corrección fraterna que desde Roma se proponía estaba basada en la comunión y tenía como principal base y objetivo el amor, no el derecho. Además, tal primado de amor era ejercido en colegialidad, pues conocemos perfectamente hoy – lo hemos visto anteriormente con suficiente claridad - que en Roma la dirección de la comunidad en esta época era decididamente colegial.

Creemos que la 1Clem continúa teniendo mucha actualidad y bien podría orientar cualquier debate acerca del papado en nuestros días. Quizás sea esta su principal aportación al tratado de teología sistemática dogmática. Parece ser cada vez más necesario que el primado romano abandone sus formas juridicistas y estatalocéntricas para centrarse más en aspectos de servicio hacia la comunidad y al fomento de la fraternidad cristiana universal, pues la búsqueda de la comunión es su principal función y característica histórica y teológica.

Un primado universal en el amor, en la “koinonia”, en la comunión, y no en la jurisdicción universal debiera ser su objetivo irrenunciable, así lo fue durante la mayor parte de su existencia y así podría y debiera seguir siéndolo.

Contemplado desde esta perspectiva, un primado en la comunión fraterna, ¿no podría dejar de ser un obstáculo definitivo contra el ecumenismo? …

El “papado” de Clemente no estaba basado en su autoridad jerárquica sino en su servicio colegial. Es por ello que fue reconocido, es por ello que fue obedecido, para el bien de la Iglesia.

Así también debiera procederse hoy. Esta es precisamente la mejor manera de como el pasado puede ayudar al presente proporcionándole extraordinarias lecciones a seguir.

Por otra parte, sirve también nuestra epístola abundantemente a la eclesiología, en tanto en cuanto demuestra que existen ciertas formas históricas ministeriales en el ejercicio de dirección de la Iglesia Católica Universal – por lo tanto no únicamente pertenecientes en exclusividad a la Iglesia Católica Apostólica Romana - que se demuestran decididamente irrenunciables, aunque, ciertamente, deban estar constantemente reubicadas y adaptadas, como signos que son, a las necesidades históricas cambiantes de la Iglesia y de la sociedad a la que sirven.

En este sentido, es evidente que el principio de la sucesión apostólica queda expresamente confirmado desde 1Clem, basada a su vez claramente en el tenor de las epístolas verdaderamente paulinas, especialmente 1 Co 12, 4. 31, hacia la posteridad.

En efecto, aludida sucesión apostólica, debe ser, en este asunto, el factor configurador tanto de la eclesiología como de la dogmática compulsable a través de la historia de la Iglesia. Tal principio debiera ser retomado hoy en día como lo fue en la época de Clemente, es decir, alejado y expurgado de los peligrosos efluvios contaminantes que le proporcionan su inmersión histórica en las aguas jerárquicas del clericalismo y el juridicismo acumulados y por ende fosilizados, desgraciadamente, acríticamente, durante el transcurso de los siglos.

Un buen estudio de la carta clementina demuestra y propone que los ministerios debieran ser sean considerados siempre como dones (“jarismata”) o servicios establecidos libremente por el Espíritu Santo, que sopla donde mejor le parece, para el servicio o funcionamiento correcto de la edificación del Cuerpo de Cristo.

Es, pues, un hecho irrenunciable que la estructura divina – y por ello precisamente no mudable – de la Iglesia es precisamente su apostolicidad. De ello no hay el menor atisbo de duda en 1Clem, ya que es precisamente desde esta apostolicidad que éste anterior se dirige a los de Corinto, y es, también, desde esa misma apostolicidad, que los dirigentes eclesiásticos de todos los siglos deben dirigirse a la cristiandad toda. No existen cristianos por encima de cristianos en el Nuevo Testamento ni en la santa Tradición de la Iglesia.

Esta apostolicidad es sin duda el factor modelador de la Iglesia de Cristo, la cual no puede ser suplantada por ninguna aproximación de tipo jerárquico, monárquico o jurídico correctores, léase enturbiadores de la misma apostolicidad.

Por ello en la 1Clem, así como también en la Iglesia de los primeros siglos, la sucesión apostólica y la sucesión episcopal coinciden sin que la segunda devore a la primera (1Clem 42), como muy acertadamente ha señalado José María Castillo (4 ) :


No es lo mismo hablar de la sucesión apostólica que hablar de la sucesión episcopal. Durante los siglos primero y segundo, sabemos con seguridad que hubo sucesión apostólica, pero no sabemos si hubo o no hubo sucesión episcopal en muchas de las comunidades cristianas. Desde el siglo tercero en adelante, sabemos que la sucesión episcopal ha sido la forma histórica y concreta que ha recibido y asumido la sucesión apostólica en la Iglesia. Pero eso no quiere decir que las cosas hayan tenido que ser así necesariamente, y, por tanto, que la sucesión episcopal sea la única forma en absoluto posible de sucesión apostólica (...) La conclusión que se desprende es clara: pertenece a la estructura de la Iglesia, no sólo la apostolicidad de la misma Iglesia, sino además el hecho de la sucesión apostólica, que históricamente se ha concretado y se realiza en la sucesión episcopal

En relación a la denominada “segunda epístola de Clemente de Roma a los corintios” (2Clem) señalar que no se trata propiamente de una carta ni tampoco tiene por autor a Clemente. Se trata más bien de un sermón anónimo que procura advertir y proteger a una comunidad cristiana ortodoxa contra las especulaciones gnósticas, probablemente de origen valentiniano.

Una nota específica distingue a 2Clem: nos encontramos probablemente ante la más antigua homilía (5) anónima de origen cristiano que la historia nos ha legado (6) , tal vez obra de un presbítero preocupado por los sucesos acaecidos en la antigua comunidad de Corinto, el cual habría escrito seguramente hacia mediados del segundo siglo cristiano.

La tradición manuscrita de 2Clem está estrechamente ligada a 1Clem. Existen en la actualidad tres códices que la aseguran: (1) El Alexandrinus, que contiene la 2Clem a continuación de 1Clem sin indicar nunca dónde empieza una o termina la otra. Se trata de un manuscrito con numerosas lagunas a partir del capítulo doce. Este códice es completado por el códice (2) Hierosolymitanus, Finalmente, (3) el codex syriacus.

El hecho de que este último códice contenga integralmente el texto del Nuevo Testamento traducido en lengua siríaca, y que ubique la 2Clem entre el “totus” de las cartas inspiradas, añadido a su profunda y profusa utilización en la liturgia antigua y al uso que de ella los más antiguos escritores cristianos realizaron, demuestra claramente el lugar tan importante que este escrito anónimo poseyó en el seno de la primitiva Iglesia.

En cuanto a su lugar de redacción, ningún dato aparece como seguro, adentrándonos una vez más en el terreno de la hipótesis. Los entendidos proponen una de estas tres ciudades: la propia Corintio, Roma o tal vez la metrópolis egipcia de Alejandría.

Miquel Àngel Tarín i Arisó

+ Per Semper Vivit

 

NOTAS

[1] A pesar de que desde prácticamente entrado el siglo XX los especialistas admiten ciertas diferencias entre los conceptos de “carta” y “epístola”, términos, en definitiva igualmente traducidos al griego como ἐπιστολή (epistolé) y al latín como epistola, en nuestro texto utilizaremos indistintamente ambas dicciones considerándolas como sinónimas e intercambiables.

[2] “Los ministerios eclesiales en los orígenes cristianos: el caso prototípico de la Didaché” : “Escritorio Anglicano” (26 de Julio de 2018).

[3] Alocución ante los miembros del secretariado para la unidad de los cristianos (Acta apostolicae sedis 59, 1967, p. 498).

[4] Para comprender los ministerios de la Iglesia, Estella: Verbo divino, 1993. pp. 27 – 30.

[5]La palabra homilía (ὁμιλία) deriva del griego clásico “omilos” que significa reunión mantenida con la finalidad específica de parlamentar sosegada, tranquilamente y con unidad de espíritu. La homilía es sin duda la más antigua forma de culto cristiano que conocemos a pesar de que su origen es específicamente judío.

[6] Así ha sido considerada al menos durante años si bien actualmente la crítica vuelve a discutir sobre el particular gracias a los trabajos de Karl Paul Donfried y Thomas D. Stegman, quienes opinan que 2Clem depende directamente de 1Clem. El primero de estos dos autores aboga por la idea de que una vez rehabilitados a su ministerio original los presbíteros depuestos redactaron sin dilación una homilía exhortativa conocida hoy como 2Clem, la cual fue posteriormente leída por uno de ellos en aras de la edificación de la comunidad. Stegmann entiende, en cambio, que entre el período de tiempo comprendido entre los años 120 y 160 un falsario compuso 2Clem probablemente en territorio sirio con la finalidad específica de aprovechar su elevado contenido disciplinario. Procediendo así, con la redacción de 2Clem, antedicho falsario habría conseguido solventar y completar las lagunas cristológicas, ascéticas y penitenciales que afectaban a 1Clem. A pesar de los esfuerzos de ambos autores, sus conclusiones no han sido retenidas completamente por la mayor parte de especialistas

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