EL SEGUNDO RELATO DE LA CREACIÓN
Todavía hoy, especialmente en ciertos círculos del cristianismo contemporáneo más conservador, causa cierta sorpresa la mención de un “Segundo Relato de la Creación”; para muchos creyentes el único relato de la Creación es Génesis 1. Pero, como saben bien los seminaristas y estudiantes de teología de la inmensa mayoría de facultades, seminarios e institutos bíblicos, así como los amantes de la investigación bíblica en general, desde hace ya mucho tiempo los estudios críticos detectaron en Gn. 2:4b-25 una historia sobre los orígenes diferente de la que hallamos en Gn. 1:1 – 2:4a, originada en un fondo de tradiciones distintas y, según se dice, más antiguas, como evidencian los diferentes trabajos sobre el tema realizados hasta nuestros días[i]. Una simple lectura superficial de ambos relatos en los dos primeros capítulos del Génesis es más que suficiente para comprender que se trata de narraciones completamente distintas, cada una con su particular enfoque de la realidad divina y humana.
El Segundo Relato de la Creación no pretende abarcar tanto como el Primero. No se preocupa por el origen del cosmos ni la ordenación del mundo natural. Los elementos terrestres que en él aparecen[ii] son mínimos y circunstanciales; tan solo tiene cierta relevancia el huerto del Edén (vv. 8-14), ubicado en un impreciso “oriente” (v. 8) y bien regado por unos ríos que describen una geografía totalmente mítica, imposible de localizar en un mapa actual[iii]. El inspirado hagiógrafo, sin duda un buen narrador[iv], hace girar todo el relato en torno a dos polos básicos: el Dios Creador y el hombre creado. Veámoslos.
EL DIOS CREADOR
Dos datos fundamentales destacan en la narración de esta historia en referencia a Dios: su nombre y su actuación.
En relación con su NOMBRE, este es doble: no solo “Elohim”, es decir, “Dios”, como en el Primer Relato, sino “YHWH Elohim”[v], lo que las distintas versiones actuales de la Biblia vierten como “Yahvé Dios”[vi], “Jehová Dios”[vii] o simplemente “El Señor Dios”[viii]. Si entendemos, como quiere una teoría ya muy clásica, que el nombre “Elohim” signifique “Dios” en tanto que ser poderoso[ix] y que el Sagrado Tetragrámmaton YHWH[x] revelado a Moisés en la visión de la zarza (Éx. 3-4) implique la idea de Dios como aquel que se acerca al hombre para establecer una alianza con él, podemos vislumbrar la profunda reflexión teológica que subyace a este relato. No se concibe a Dios sino como en permanente alianza con el hombre, una alianza muy anterior a cualquiera de los pactos narrados en las sacras tradiciones de Israel, incluso al pacto del Sinaí. En tal caso, todo este Segundo Relato de la Creación supone el establecimiento de un pacto primordial con la raza humana, un pacto que tiene su propio lugar sagrado (el Edén[xi]) y su cláusula fundamental (la estricta obediencia al mandato de los vv. 16-17)[xii].
En relación con su ACTUACIÓN, este relato no solo presenta a Dios como Hacedor de todo cuanto existe (vv. 4b: la tierra y los cielos; v. 19: los animales terrestres y las aves), sino muy especialmente del hombre (v. 7), de quien tiene un cuidado exquisito y a quien protege con una particular dedicación. De hecho, toda esta historia presenta a Dios estrechamente vinculado con la humanidad y sus necesidades, de modo que entre Creador y criatura humana se percibe una completa simbiosis. Así, por uno de esos misterios insondables de la inspiración divina, este relato abre en su actual disposición dentro de los textos veterotestamentarios la puerta al gran marco bíblico en el que se contendrá la Historia de la Salvación revelada en el Antiguo Pacto y su culminación en el Nuevo en la persona y la obra de Jesucristo, Dios hecho uno con nosotros[xiii]. No nos equivocamos, por tanto, si afirmamos que la actuación divina en el Segundo Relato de la Creación (siempre en relación con la criatura humana) viene marcada por el signo del Amor.
EL HOMBRE CREADO
Dos son también los puntos más destacados en la descripción de hombre: su total pequeñez ante Dios y la especialísima creación de la mujer.
Por lo que toca a la PEQUEÑEZ del hombre, si comparamos esta historia con lo que leíamos en el Primer Relato de la Creación, salta a la vista que en esta segunda narración no hay mención alguna de que el ser humano sea imagen y semejanza de su Hacedor. Sus comienzos en esta Tierra son algo mucho más prosaico: polvo de la tierra (v. 7), un trabajo de alfarería por parte de Dios[xiv]. Ello incide en que toda esta historia presente al hombre en un estado permanente de debilidad y dependencia en relación con el Todopoderoso. Es Dios quien lo coloca en el huerto del Edén (v. 8), quien le asigna una tarea bien concreta de labranza y cuidado del lugar (v. 15), quien le concede el permiso para obtener el alimento necesario (v. 16) y quien le impone una restricción: no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal (v. 17). La imagen de Adán en el Edén, por lo tanto, lejos de algunas que la tradición pictórica posterior ha transmitido, es la propia del “fellah” o campesino asalariado oriental, que vive en estrecha sumisión a su amo. No son pocos los mitos orientales que presentan al hombre como un servidor o un esclavo de los dioses, sometido a cargas y tareas difíciles que hacen su vida desgraciada. El hagiógrafo israelita los retoma en este caso dándoles un giro total y haciendo de la habitación humana en la Tierra un Edén, nombre que significa “delicia”, y del hombre un siervo, sí, pero de un Dios que lo cuida y le provee lo necesario por pura Gracia. Si el Primer Relato de la Creación exaltaba al hombre como criatura suprema de este mundo y con una misión de dominio sobre él, el Segundo lo coloca en la posición de un servidor de Dios de humildísimo origen (¡el mismo que los animales!), que todo lo recibe de su Señor y simplemente trabaja aquello que Dios le ha concedido. No son pocos los teólogos y exegetas que lo consideran mucho más realista.
Por otro lado, el Segundo Relato de la Creación destaca LA CREACIÓN DE LA MUJER como algo distinto de la del varón y como una obra especialísima de la Providencia divina[xv]. La sencilla narración de los vv. 18-25 conjuga el delicioso sabor de las historias folclóricas con la reflexión introspectiva que el hagiógrafo realiza sobre sí mismo, sobre la naturaleza humana en su conjunto, y con una reflexión teológica muy profunda que lleva a término sobre el Dios de Israel. La mujer aparece como el resultado de una intervención divina directa[xvi], como un ser de esmerada construcción[xvii] en respuesta a una necesidad del varón[xviii], pero en ningún momento como una entidad inferior o por debajo de él. La reacción de Adán al verla ante sí de la mano de Dios —pues el relato de su creación indica que para él fue un misterio— supone una declaración de principios que contradice todo el entramado semítico y judío en cuyo seno este relato ve la luz (vv. 23-24): el varón renuncia a todo para unirse a su mujer[xix] y para ser una sola carne con ella. No solo encontramos aquí el esbozo de una teología del matrimonio cristiano, como se ha entendido tradicionalmente, sino algo mucho más trascendente: el varón se encuentra y se comprende a sí mismo como tal cuando se confronta a la realidad del otro ser que es de su misma especie pero distinto al mismo tiempo. Por el contrario, no experimenta la misma sensación cuando el Creador lleva hasta él los animales. El hombre no se identifica con los animales, pese a su origen común (la tierra, v. 19); tan solo puede darles nombre, es decir, ejercer dominio sobre ellos (v. 20). A la mujer no la ha de dominar[xx], sino entregarse plenamente a ella para ser él, es decir, para entenderse a sí mismo al hacerse uno con ella. Sorprende la absoluta modernidad de una narración tan antigua, su acercamiento extraordinario al pensamiento del evangelio, si la comparamos con las disposiciones de la Ley de Moisés e incluso con algunas declaraciones de las epístolas paulinas en lo referente a la relación hombre-mujer, totalmente condicionadas por los presupuestos culturales del momento en que vieron la luz.
Diremos en conclusión que este Segundo Relato de la Creación, como el Primero, sigue hoy interpelando al creyente, al lector y estudioso de las Escrituras, desafiándole a penetrar en su significado y hallando en él las pautas que nos permiten saber cuál es nuestro lugar, nuestra posición en el mundo, y cumplir con la finalidad para la cual hemos sido diseñados.
SOLI DEO GLORIA
[i] Véanse las introducciones al Pentateuco y al libro del Génesis del Comentario Bíblico San Jerónimo o en la Biblia edición crítica Cantera-Iglesias, v. gr.
[ii] Este relato ignora por completo cualquier alusión a los mares o a la vida que en ellos hay, así como a los cielos y sus astros.
[iii] La llamada por los especialistas “perícopa de los ríos” (vv. 10-14), que tantos quebraderos de cabeza causó a los exegetas de siglos pretéritos.
[iv] Con toda probabilidad, un levita o sacerdote que supo espigar sus datos entre mitos y tradiciones antiquísimas para componer una hermosa historia.
[v] Este binomio se halla también en Gn. 3, el Relato de la Caída, y aparece de forma muy esporádica en algún que otro pasaje del Antiguo Testamento (Éx. 9:30; 2 Sa. 7:25,28,29; 1 Cr. 17:16-17; 22:1,19; etc.).
[vi] Así la Biblia de Jerusalén y otras ediciones católicas conocidas.
[vii] Reina-Valera en sus distintas ediciones.
[viii] Versiones más actuales, tanto católicas o protestantes como interconfesionales, partiendo de una tradición muy antigua que se inicia con la Septuaginta griega (LXX), prosigue con la Vulgata latina y alcanza nuestros tiempos.
[ix] Su misma morfología vendría a indicarlo, ya que los nombres hebreos terminados en “-im” son plurales masculinos; en este caso se trataría de un “plural de intensidad”: “Dios de poder”.
[x] Las cuatro letras sagradas YHWH significarían “el que es”, atendiendo a su etimología, pero no en el sentido filosófico “el que es por sí mismo”, sino “el que es para ayudar” o “el que viene en auxilio”.
[xi] Algunos gustan señalar que el término traducido por “huerto” en los vv. 8-9 es “gan”, cuyo origen es una raíz que indica “cerrar”; se trataría de un recinto cerrado en medio de la estepa primordial, un plantío de árboles, como tenían los templos egipcios.
[xii] El discutido texto de Os. 6:7 haría alusión a este pacto primordial entre Dios y el hombre en sus orígenes.
[xiii] Is. 7:14 y su cumplimiento en Mt. 1:23.
[xiv] Verbo hebreo “yatsar”, propio del vocabulario de los artesanos.
[xv] En Gn. 1:1 – 2:4a no hay ni rastro de esta diferencia. El v. 27 se limita a afirmar que Dios creó al ser humano “varón y hembra” desde el primer momento, a la vez.
[xvi] Frente a los mitos antiguos que hacían de la mujer una entidad cuasidiabólica y especialmente maligna.
[xvii] El v. 22 emplea el verbo “banah”, propio del vocabulario de la ingeniería y la arquitectura de la época.
[xviii] En 1 Co. 11:7-12 se halla cierta reflexión teológica posterior sobre este asunto, que ha tenido sus repercusiones en el pensamiento de la Iglesia hasta nuestros días.
[xix] En la cultura de los pueblos veterotestamentarios es la mujer quien lo deja todo para ingresar en la casa de su marido (cf. las historias del matrimonio de Isaac y Rebeca en Gn. 24 o de Rut la moabita).
[xx] El nombre de “Mujer” o “Varona”, según las traducciones bíblicas, que Adán da a su mujer en el v. 23, no implica una actitud de dominio, sino su descripción ontológica esencial: es “mujer” (hb. “ishshah”) porque ha sido tomada del “varón” (hb. “ish”).