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¿Qué significa para mi ser cristiano hoy?


Miguel Sánchez Medrano es un periodista y publicista natural de Zaragoza, pero residente en Vitoria desde hace treinta y cinco años, ciudad de la que se reconoce estar enamorado en todos sentidos. Su actividad profesional la ha desarrollado en el periódico El Correo, medio en el que trabajó durante treinta años. Él y su familia han residido dos años en la ciudad de Edimburgo y fruto de esa experiencia es su libro Edimburgo y Vitoria forever. Miguel es católico-romano.

¿Qué significa para mi ser cristiano, hoy? Tiempo de ruidos y demasiados silencios, por Miguel Sánchez.

La figura de Jesús hoy tiene mal encaje entre las nuevas tecnologías. Su mensaje y su espíritu llega con dificultad a la gente entre tanto móvil de última generación, inconsistentes whatsaps y estridentes auriculares a ritmo de hip-hop, que impiden captar toda referencia de vida exterior. El mensaje de Jesús no llega, pero tampoco interesa. Ser cristiano hoy está pasado de moda; es un asunto de mayores. Asistir a una ceremonia religiosa es trasladarte a un club de jubilados. Los jóvenes no tienen el mínimo interés por el tema religioso, que lo ven como algo del pasado, sin atractivo y que no aporta respuestas a los grandes retos y problemas actuales. Su puesta en escena y su lenguaje son poco actuales y difíciles de entender en su forma y en su fondo. Además, los católicos critican el machismo de su jerarquía y su empeño en impedir que la mujer tenga los mismos derechos que el hombre.

Si durante mucho tiempo la religión estuvo excesivamente entrometida en nuestro quehacer cotidiano, hoy sucede lo contrario; hoy casi ha desaparecido y estamos en una sociedad secularizada, empeñada en eliminar toda referencia religiosa, y en santificar el consumo, la superficialidad y la búsqueda del placer. Ambos extremos son peligrosos, por ello estamos invitados a poner en medio de este maremágnum la religión y la presencia de Jesús en su sitio, en el lugar que tanto necesitamos.

Pero esta dificultad para percibir el espíritu de Jesús en nuestras calles, en nuestro trabajo, en nuestras familias, también la experimentamos en nuestro interior. Nuestra experiencia íntima, con frecuencia, no nos facilita el encuentro. Nuestros deseos y peticiones no se cumplen. ¿Por qué? ¿Por qué mi hijo, a pesar de lo mucho que he rezado por él y de lo que me he implicado con él, por qué fuma porros, ha dejado los estudios y es irresponsable e irrespetuoso? ¿Por qué los hijos de mis amigos, que no son creyentes, que no rezan y no tienen fe ni hacen ningún sacrificio en onda religiosa, todo les va bien y tienen unos hijos hermosos y responsables? ¿Por qué mi relación con mi mujer ha perdido cercanía y ternura, y tampoco rezamos juntos, como hacíamos cuando nos casamos? ¿Por qué tenemos tan poca comunicación en el grupo de oración? ¿Por qué el sacerdote de mi parroquia guarda silencio cuando le cuestiono que mantenga esquemas y actitudes del pasado?

La vivencia, la experiencia de la fe cristiana nos lanza hacia dos escenarios: el personal y el comunitario, hacia adentro y hacia afuera. Los dos son esenciales y se complementan, pero los dos conllevan sus dificultades. La experiencia interior de Jesús, de sentir su presencia en tu vida, siempre crece, evoluciona con el tiempo, con la experiencia y con la madurez, pero no siempre como a uno le gustaría. Cuanto más quieres avanzar en la cercanía de Jesús, sientes que se vuelve como más lejana, más fría, más árida. Nos han enseñado que la fe no es una cuestión de sentimientos y sensaciones, pero son tan importantes. Percibir esa luz, esa voz en nuestro corazón, aunque sean tenues y lejanas, nos mantiene vivos. Sin embargo, comprobamos con pena que conforme profundizas y avanzas en tu fe y tu relación con Jesús su presencia, su voz, parece que se diluye, se distancia, se silencia, y tu sensación de abandono puede ser acuciante. Pero algo, o alguien, muy adentro nos sigue susurrando que Jesús sigue ahí, como siempre, cercano y pendiente, a pesar de nuestra sensación de frío, silencio y vacío, y nos sigue abrazando y confirmando en la fe, aunque no lo percibamos como nos gustaría.

Tampoco resulta fácil vivir nuestra fe en Jesús en comunidad. Sabemos que necesitamos rezar y trabajar con los que compartimos la fe, sin embargo, de nuevo la realidad se empeña en recordarnos la dificultad de trabajar en equipo, de consensuar valoraciones y sentimientos, de escucharnos y admitir la diferencia. Además, tenemos que ser cuidadosos y evitar confrontaciones por considerar que somos más progresistas y tenemos un enfoque y valoración más apropiados que los otros del mensaje de Jesús, con el peligro de empobrecimiento del espíritu evangélico que conlleva.

En todo caso debemos repetirnos, sea cual sea el grupo en que nos incluimos, que la mayor prueba de que Jesús hoy sigue naciendo y permanece en medio de nosotros está en cada momento que nos empeñamos en amarnos, en tender lazos, en estar pendiente del otro. Necesitamos mirar con nuevos ojos a los que nos rodean y a escucharlos con oídos siempre atentos. El silencio nos ayudará a ver más, a comprender mejor. Hoy es urgente descubrirnos y descubrir a Jesús en el silencio. Es tiempo de silencio, de mirarnos dentro, de contemplar a Jesús en silencio. Desde aquí nos resultará más fácil entender lo que no entendemos y percibir lo que no percibimos. n

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