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In memoriam, Andrés Ortiz-Osés




Apenas hace un año que se nos fue nuestro amigo y maestro, Andrés y quiero con la publicación de este fragmento de uno de sus prólogos recordarle y decirle que todos sus amigos le echamos mucho de menos pero que más allá de la muerte, le tenemos en el corazón y en la Fe.





Todo hombre que viene a este mundo está herido de muerte, contingencia y corrupción. Pero ante esta herida mundana no se trata de huir del mundo inmanente al supra mundo trascendental sea platónico o cristiano, sino de remediar dicha herida humanamente, a través de las mediaciones de la cultura y la ciencia, de la ética y la política, sin olvidar abrirse a una trascendencia incoada por la propia muerte. Es verdad que, a pesar de todo, no podemos curar del todo ni cerrar nuestra herida finalmente mortal, pero podemos cuidarla sin descuidarnos del mundo, más aún, tratando la herida mundana con remedios asimismo mundanos (precisamente porque es mundana).



He aquí que nuestra herida existencial no tiene remedio absoluto porque es mortal, pero tiene remedios relativos o relacionales, humanos y mundanos, culturales o simbólicos. El principal remedio paliativo de nuestra herida o sinsentido existencial consiste en proyectar un sentido de apertura, así pues, un abrimiento radical a la otredad y al decurso de lo real. Este sentido proyectado tiene al mismo tiempo un carácter religioso y secular, porque abre el mundo al más allá y porque se abre al mundo en su devenir histórico, siquiera críticamente. Pues bien, un tal sentido se define como la sutura simbólica de la fisura real, el cuidado humano de la herida mortal, el remedio filosófico de nuestro desgarro vital.


Andrés Ortiz-Osés













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