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Shtisel


Adonai Elohenu: “Bendito seas Dios, Rey del Universo, cuya palabra todo crea”.



La serie Shtisel narra las circunstancias y dramas de la vida de una familia haredí (ultraortodoxa). Curiosamente los haredíes que se consideran a sí mismos la esencia misma del judaísmo desprecian al Estado de Israel por considerarlo un Estado demasiado laico porque no se consagra a la aplicación forzosa de la Ley judía .


Los Shtisel son una familia extensa típicamente judía ultraortodoxa, con fortísimos lazos de solidaridad pero también de mutuo y férreo control, bajo la máxima autoridad del padre, con una historia familiar que se rememora de manera constante y se recuerda en multitud de pequeños ritos y eventos sociales. Todo la vida de los haredíes gira en torno al estudio de la Torah y la práctica de la Halajá que es el conjunto de reglas — 613 preceptos— que regulan minuciosamente toda la vida del judío : oraciones, abluciones, alimentos puros e impuros, reglas de higiene, descanso semanal, vestimenta, tocado de las mujeres y de los hombres, corte del cabello y de la barba, autoridad del hombre sobre la mujer, estructura familiar, relaciones de noviazgo y matrimonio, contacto con animales, trabajo, contactos sociales con no-judíos...


La serie es maravillosa en su argumento, en la psicología de las situaciones y en el respeto con que trata a los personajes, todos ellos humanos, demasiado humanos. El magnífico trabajo de los actores, especialmente el que hace de padre Schulem Shtisel [Dov Glickman] el hijo pequeño, Akiva. [Michael Aloni]


Además de los valores estrictamente cinematográficos, de la trama cinematográfica de Shtisel, que nos emocionan y conmueven, la serie nos sirve a los cristianos para comprender en gran medida el conflicto que vivió Jesús con los fariseos de su tiempo, que de buena fe practicaban un entendimiento neuróticamente reglamentario y ritualístico de la Ley Judaica, y cargaban al pueblo con pesadas obligaciones y limitaciones rituales desatendiendo el Espíritu en favor de la Letra de la Ley.


El mensaje de Cristo que relativiza la importancia del Sancta Santorum y de la casta levítica, que expulsa a los mercaderes del Templo y anuncia que Dios no se encierra entre cuatro paredes por muy majestuosas que estas sean sino que vive en el corazón de los seres humanos, que el Sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el Sábado, que debes perdonar no una vez sino setenta veces siete, que Dios es Amor antes que Ley, que debes dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, que hace curaciones milagrosas en favor de centuriones romanos, de sirios y samaritanos, que hablaba con colaboracionistas Publicanos y con ex-prostitutas..., todo eso es anatema y herejía para ese judaísmo de la Ley y de la justificación por la Ley, obsesionado por lo puro y lo impuro, que niega la unidad de la condición humana creando un abismo ontológico entre judíos y gentiles.


El mensaje cristiano rompe las costuras del judaísmo, es la irrupción en la historia de la Salvación de un Mesías judío sí, pero que trasciende los estrechos límites de la sacralizada dinastía davídica para llevar la Alianza de Dios a todos los seres humanos.


La buena noticia de Jesucristo viene a redimir no solamente al Pueblo de Israel, primogénito en la predilección del Padre, sino a toda la Humanidad, porque como dice Pablo, el apóstol de los gentiles, ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús.

 




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