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Las cartas de Ignacio de Antioquía. (I)

LAS CARTAS DE IGNACIO DE ANTIOQUÍA

(Primera entrega)

La verdad siempre es sinfónica

(Cardinalem Hans Urs von Balthasar)




1. INTRODUCCIÓN Y OBJETIVOS


A continuación, ofrecemos al muy amable lector del “Escritorio Anglicano” algunas reflexiones acerca de la figura del insigne san Ignacio de Antioquía, figura importantísima de la iglesia de los orígenes en cuya obra podría reposar, ni más ni menos, que gran parte de la justificación dogmática del denominado obispado monárquico.


Antedichas reflexiones las presentaremos en sendas entregas cuyos contenidos todavía no hemos determinado con exactitud, pero que incluirán un estudio de san Ignacio, una bibliografía políglota para las personas que deseen ir un poco más allá de lo expuesto, un apartado de cariz más pastoral que señalará su aporte a la teología práctica, y finalmente una traducción de sus cartas realizada por nosotros mismos.



[Circo Máximo. Roma 1978]


2. ESTUDIO


La posición tradicional acerca de la espinosa cuestión ignaciana toma como punto de partida las informaciones consignadas por el historiador de la Iglesia Eusebio de Cesarea[1] durante el siglo IV de nuestra era según las cuales Ignacio fue un obispo, probablemente el segundo, de entre los que existieran en la ciudad de Antioquía de Siria[2], condenado a morir en Roma devorado por las fieras en el décimo año del reinado del emperador Trajano (98 - 117). Mientras Ignacio se encamina hacia su martirio en el Circo Máximo encadenado a diez soldados (“leopardos”, según señala metafóricamente) que lo humillan y vejan constantemente, halla el tiempo suficiente para componer siete cartas exhortando a sus destinatarios[3] a mantener la unidad y a la vigilancia frente a cualquier herejía.



Como muy bien señala R. Winling:


“Prácticamente todos los comentaristas están de acuerdo en reconocer que el autor de las cartas podría ser calificado como ‘el doctor de la unidad’. En efecto, pues incansablemente Ignacio recuerda la unidad de Dios y de Cristo, la unidad del cristiano con Cristo, la unidad de los cristianos entre ellos mismos en Cristo, la unidad de los cristianos en torno al altar, la unidad de los cristianos en torno al obispo ... De manera que el tema de la unidad asegura la unidad profunda de la teología ignaciana.” [4]


Es importante destacar que Ignacio es el primer padre de la Iglesia en consignar por escrito el término de “Iglesia católica”[5] para designar a la comunidad de fe, si bien es cierto que, en opinión de muchos especialistas destacados, con antedicha expresión, el autor de la “Carta a los Esmirnios” no habría pretendido hacer referencia efectiva alguna a la unidad universal de la Iglesia:


En definitiva, el primer testimonio patrístico de la expresión «he katoliké ekklesia» (la iglesia católica) nada tiene que ver con la teología de la catolicidad. En el momento en el cual Ignacio califica a la iglesia como católica, la tradición cristiana no había promovido todavía antedicho adjetivo a la dignidad de atributo eclesial, ni al sentido de universalidad, ni en el sentido que clarificara la ortodoxia. Es, pues, una coincidencia puramente verbal la que conduce a explicar el “katholikósignaciano en función de desarrollos ulteriores, es decir, como si fuera el primer jalón que orientara hacia una historia inaugurada. De hecho, el adjetivo de Esmirnios. 2, 8 no nos proporciona en realidad ni tan siquiera la mínima indicación acerca de la eclesiología de la cual participa el obispo de Antioquía”[6].


Las epístolas ignacianas nos han sido legadas a la posteridad mediante tres tipos de recensiones denominadas, en orden a su extensión, L (larga), M (media) y C (corta).


La recensión larga fue publicada en el año 1498 en la ciudad de Paris mas en lengua latina por Jacobus Faber Staupulensis, si bien es cierto que durante el año 1557 el humanista Valentin Hartung, apodado y más bien conocido bajo el sobrenombre de “Frid” o también “Paecus”, realizaría una edición griega. La recensión media fue publicada por el arzobispo inglés anglicano James Ussher en el año 1644 en Oxford, mientras que la recensión corta fue publicada por el orientalista inglés William Cureton, en versión siríaca (Londres, 1845).


[Obispo James Ussher (Dublín, 4 de enero de 1581-21 de marzo de 1656) ]


La primera recensión (L) contiene un total de trece cartas:

Magnesios

Trallanos,

Filadelfios

Esmirnios

Efesios

Romanos

Tarsios

Filipenses

Antioquenos

A Policarpo de Esmirna

María a Ignacio

Ignacio a María

A Erón



La segunda recensión (M) contiene un total de siete cartas, aunque con un texto cada vez más corto que el consignado en la primera recensión:


Magnesios

Trallanos

Filadelfios

Esmirnios

Efesios

Romanos

A Policarpo de Esmirna