Desmitologización de la fe cristiana según Bultmann, por Javier Otaola
La lectura y la toma de notas, de dos libros recientes La guerre des inteligences à l´heure du ChatGPT de Laurent Alexander, y Homo Deus de Yuval Noah Harari me absorbido durante las últimas semanas ; esos libros me han sorprendido y conmovido por la cantidad de informaciones que me han facilitado y por la ambición de su planteamiento. Me han obligado a reflexionar sobre la importancia que los grandes progresos tecnológicos en materia de computación y almacenamiento de datos van a tener en la transformación del tipo de sociedad que hemos conocido hasta ahora. La irrupción de la Inteligencia Artificial va a cambiar muchas cosas. La conexión de tres novísimos factores de cambio tecnológico como la creación de inmensas bases de datos, la creciente potencia digital de nuestros ordenadores, y la eficacia de los algoritmos de aprendizaje automático —por cierto, todo ello fundamentalmente en manos de las grandes empresas digitales norteamericanas y chinas—, han acelerado de tal manera la progresión de la Inteligencia Artificial que sus mismos promotores han quedado sorprendidos. Sergey Brin, cofundador de Google ha declarado que «Pronto vamos a ser capaces de fabricar máquinas que razonen, piensen y hagan las cosas mejor que nosotros mismos». Esa perspectiva de progreso tecnológico de la I.A que los más optimistas señalan que se puede comenzar a consolidar en 2030 y que será generalizado en 2050 significará nada menos que una especie de salto civilizacional, algunos autores como Yuval Noah Harari augura que estamos en el umbral de una nueva especie humana que ya no se fundará en el humanismo renacentista que ha sido la «religión propia de la modernidad» sino el nuevo esquema interpretativo de lo humano basado en nuestra capacidad natural o artificial para procesar datos. Las nuevas tecnologías, neurobiológicas e informáticas van a permitirnos trascender al Homo sapiens —que dejó atrás al Homo Neandertal— en una nueva forma de humanidad que merecerá ser llamada Homo deus, porque será capaz de nuevas capacidades, mejoras biológicas y técnicas que siempre hemos considerado propias de los dioses: fuerza, salud, belleza, inteligencia.
El horizonte que presentan Alexandre y Harari me ha confirmado en la pertinencia y el valor teológico de la obra Rudolf Bultmann que ya planteó el siglo pasado la necesidad de la Entmythologiesirung, para referirse a una interpretación existencial del Nuevo Testamento. Esta aproximación consiste en presentar el kerygma del Nuevo Testamento de manera inteligible para el hombre de hoy, congruente con la suma de conocimientos que como sociedades abiertas, ilustradas, democráticas y, por ende como Iglesia hemos adquirido. La esencia misma de la Palabra de Dios, es histórica y propedéutica, por eso está articulada temporalmente en un Antiguo, y en un Nuevo Testamento, que se complementa en el Tiempo por la acción del Espíritu en un constante proceso de esclarecimiento y resignificación. Lo que permanece invariado es la constante interpelación a tomar partido, personal y colectivamente frente a una decisión existencial.
Según Bultmann, todas las expresiones tradicionales del cristianismo, comenzando por las de los evangelios y sobre todo las del Antiguo Testamento, están condicionadas por las servidumbres del pensamiento mítico propias del Mundo Antiguo y son radicalmente inaceptables para el hombre educado en la ciencia moderna, y además marginales para la vocación de Verdad del Logos encarnado.
La veracidad del pensamiento de Bultmann resulta indiscutible para la mujer. y el hombre de hoy con una simple lectura del Antiguo y del Nuevo Testamento, en el que junto con el mensaje salvífico esencial, reflejan ideas míticas del mundo propias del tiempo en que nacieron, sin invalidar por ello la radicalidad existencial de la fe en el Logos encarnado anunciado en los Evangelios. La buena teología siempre ha sido desmitologización en su sentido más genuino, empezando por las mismas palabras de Jesús que supusieron una radical superación de la religión de las Doce Tribus de Israel, una religión nacionalista, sólo para el pueblo elegido y meramente política, anhelante de un Mesías Rey y guerrero al servicio de la dinastía Davídica, —Hijo de David—, una fe encerrada en una religiosidad formal, centrada en el Templo, en la Ley y en el poder sacerdotal. Fue precisamente el anuncio de esa palabra desmitologizadora, esa proclamación del Logos encarnado en Cristo lo que le atrajo el odio del Sanedrin, los sacerdotes y los escribas y lo que le llevó a la muerte, y muerte de cruz. Deus semper maior.
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