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SER PROTESTANTE HOY

UNA AUTOCRÍTICA PERMANENTE Y NECESARIA.-

La actualidad presenta desafíos constantes a instituciones, ideologías y creencias que vieron la luz en épocas pasadas, de modo que les exige —y ello está muy bien— tomas de postura claras y bien definidas ante cuestionamientos y situaciones que afloran de continuo. No nos ha de extrañar; aquello de “adaptarse o morir” no es solo un axioma biológico, sino que tiene su aplicación en todos los ámbitos. El protestantismo no está exento de esta clase de retos que lo cuestionan de continuo, que le obligan a una constante redefinición de sus postulados fundamentales, a su actualización. Máxime en tiempos como los que hoy vivimos, especialmente en países como el nuestro, en el que el propio nombre “protestante” ha perdido mucho de su prístino significado debido a la maraña sectaria ultramarina y fundamentalista que en ocasiones pretende ampararse en él, pero que es su total negación.

Por ello, hemos de ser claros y contundentes: NO HAY PROTESTANTISMO REAL SIN UNA VINCULACIÓN DIRECTA CON EL MOVIMIENTO HISTÓRICO DE LA REFORMA DEL SIGLO XVI, hito de extrema importancia (“de extrema gravedad”, que dirían algunos) en el devenir del cristianismo, especialmente el occidental. Por mucho que ello pudiera ofender o disgustar a ciertos sectores contemporáneos, es la realidad. El protestantismo tiene un claro origen en la particular personalidad y vivencia espiritual de figuras señeras como Martín Lutero, Juan Calvino, Ulrich Zwinglio y sus epígonos del momento, así como una clara finalidad: reformar la Iglesia. ¡Atención! No “refundar la Iglesia”, sino reformarla. No es lo mismo (1). Y esa reforma solo se concibe de una manera: “ire ad fontes”, es decir, regresar a las fuentes del cristianismo apostólico, entendiéndose por tal las Sagradas Escrituras, sin por ello desdeñar cuanto contribuyese a su mejor entendimiento. De ahí que los escritos de los reformadores estuvieran llenos de citas de los Padres de la Iglesia y de los grandes teólogos que les habían precedido y que conocían muy bien. De ahí también que el protestantismo no haya supuesto una ruptura radical con ciertas tradiciones eclesiásticas no incompatibles con el mensaje fundamental de la Biblia, ni tampoco una destrucción de las culturas de los pueblos cristianos de Europa. Esto se hace patente en las llamadas Iglesias de la Comunión de Porvoo (2) y sus hermanas de otras latitudes.

Ello nos lleva a preguntarnos, lógicamente, si la Reforma fue un hito ideal en la historia del cristianismo de Occidente. La respuesta es un claro no. LA REFORMA TUVO GRANDES ACIERTOS, PERO TAMBIÉN GRAVES ERRORES. Entre los primeros basta con mencionar los cinco SOLOS enunciados por Martín Lutero (SOLA SCRIPTURA, SOLA FIDES, SOLA GRATIA, SOLUS CHRISTUS, SOLUS DEUS o SOLI DEO GLORIA) y que han sido objeto frecuente de estudio debido a su indiscutible profundidad teológica y ecuménica. Entre los segundos podemos indicar, entre otros, la incapacidad del movimiento reformado para crear un frente unido, debido, entre otras cosas, a actitudes intransigentes y personalismos muy marcados —algo de lo que los propios reformadores no estuvieron exentos—, lo cual se tradujo en la práctica en tres denominaciones (el “protestantismo histórico” que llamamos hoy) no siempre bien avenidas entre sí (3); la escasa visión universal que ciñó casi en exclusiva la prédica reformada a los territorios occidentales de Europa y (más tarde) sus imperios coloniales, dejando de lado el mundo ortodoxo oriental (salvo muy escasas excepciones); el hecho de que la implantación de la fe reformada tuvo lugar por decisiones políticas más que por convicción de los pueblos, lo que queda bien evidenciado en la imposición violenta de los cambios eclesiásticos y doctrinales con persecuciones contra quienes deseaban permanecer fieles a la Iglesia de Roma, hechos lamentables bien conocidos en Inglaterra, ciertas zonas de Alemania y Suiza, y en Escandinavia, principalmente (4); y en último lugar, la división que el movimiento reformado generó, distribuyendo las naciones europeas occidentales en dos bloques, católicos y protestantes, considerados irreconciliables hasta hace muy poco tiempo.

De ahí que debamos cuestionarnos cuál debe ser en nuestros días el papel del protestantismo. La respuesta es: EL PROTESTANTISMO HOY NO PUEDE YA PRESENTARSE COMO UN MOVIMIENTO ADVERSO, SIEMPRE EN CONTRA DE LAS OTRAS IGLESIAS HISTÓRICAS. La Reforma, quiérase reconocer o no, tuvo también su efecto positivo en la Iglesia de Roma (5), le obligó a definir posturas, eliminar abusos, perfilar la formación de sus clérigos en el histórico Concilio de Trento, y más tarde introdujo en ella el estudio científico y serio de la Biblia, así como el espíritu ecuménico, todo lo cual se hizo patente en el Concilio Vaticano II y prosigue hoy, pese a la influencia de algunos pontífices y sectores especialmente retrógrados y ultraconservadores de los últimos años. Ello implica que ser protestante en nuestros días no significa ya ser anticatólico. El protestantismo de hoy ha de autoconceptuarse como una opción positiva dentro del pensamiento cristiano general, abierta, dialogante y decidida a actualizar el mensaje del evangelio ante un mundo que lo necesita aunque lo rechace. Por decirlo en pocas palabras, el protestantismo de hoy no puede ser un protestantismo definido por la negación sistemática de las realidades eclesiales históricas y por la condena permanente de la evolución cultural y social (6), sino por el sí al diálogo, a la unión de los cristianos, a la puesta al día de la fe cristiana conforme a los retos sociales y culturales de la actualidad, y al testimonio de Cristo ante las naciones.

SOLI DEO GLORIA


Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga

Presbítero

Delegado Diocesano para la Educación Teológica

Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE, Comunión Anglicana)

 


  1. Constituye un espectáculo por demás lastimoso la proliferación de presuntas “iglesias” o “denominaciones” que aparecen (y a veces desaparecen) de la noche al día, y cuya existencia obedece tan solo a los intereses particulares de ciertos individuos muy cuestionables, cuando no a muy discutibles manifestaciones pretendidamente sobrenaturales (visiones, sueños proféticos, audiciones divinas). Esta clase de sectas NO forman parte del protestantismo, por mucho que se empeñen o por mucha carta de naturaleza que adquieran en ciertas entidades paraestatales. Son, simple y llanamente, sectas y sectas peligrosas.

  2. Iglesias luteranas de Escandinavia, países bálticos e Inglaterra, Iglesias anglicanas de las Islas Británicas, España y Portugal.

  3. Iglesias luteranas, reformadas o presbiterianas, y la Comunión Anglicana. Algunos quieren incluir el metodismo en este grupo, por considerarlo una rama del anglicanismo y por mantener el sistema de gobierno episcopal en alguna de sus denominaciones componentes, pero no todos lo conceptúan de esta manera.

  4. Persecuciones que en ocasiones fueron también dirigidas contra protestantes de diferente inclinación teológica y, sobre todo, contra grupos surgidos de lo que en historia se conoce como “la Reforma radical” (anabaptistas y sus sucesores: bautistas, cuáqueros y movimientos espiritualistas en general).

  5. Recuérdese el “mea culpa” del cardenal Adriano de Utrecht, preceptor del emperador Carlos I y más tarde papa Adriano VI, contemporáneo de la Reforma.

  6. Características ambas de las sectas evangelicales de nuestros días.

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