EPIFANÍA: HORIZONTE UNIVERSAL DE LA REDENCIÓN
El día 6 de enero supone para la Cristiandad una celebración de gran importancia, especialmente conectada con los acontecimientos de la infancia de Jesús. En algunos países, como el nuestro, tiene además un amplio arraigo popular en tanto que festividad de los llamados Reyes Magos, con todo su colorido de tradiciones añadidas y costumbres folclóricas. Como bien sabe el amable lector, tan solo un pasaje del Evangelio según San Mateo menciona el hecho de la adoración a Jesús niño por parte de unos magos extranjeros, 2:1-12, texto escueto donde los haya y en el que los especialistas han detectado, además de cuanto pueda contener de tradición basada en un hecho histórico real, un innegable contenido teológico. Dicho de otro modo, el evangelista lo incluye en su narración de los eventos de la infancia de Jesús debido al alcance de su particular significado para sus lectores inmediatos y de todos los tiempos.
De la narración de los magos, tal como nos ha llegado, destacamos especialmente cuatro elementos básicos:
El primero de todos es la procedencia de los personajes en cuestión. El texto mateano es sobremanera parco en detalles; tan solo menciona el oriente (2:1), concepto de suyo impreciso y que abarcaba en la época un amplio arco geográfico en el que se englobaban las tierras mesopotámicas, Persia y la India, vale decir, los vastos territorios que desde las conquistas de Alejandro Magno a finales del siglo IV a. C. engrosaban el ecúmene, el mundo de habla griega, más concretamente las partes situadas más allá de Siria y Palestina. Pero para los judíos del siglo I de nuestra era tenía además un significado añadido: oriente era el punto geográfico donde otrora se habían gestado los grandes enemigos de Israel que en tiempos pretéritos habían puesto fin a su libertad (1). Las mesopotámicas Asiria y Babilonia habían sido potencias destructivas para con los reinos hebreos, algo que permanecía en el subconsciente colectivo del pueblo judío. Y Persia, por su parte, si bien había practicado una política de tolerancia con sus pueblos sometidos, no por ellos había dejado de ejercer autoridad sobre ellos (2). De esta manera, al indicar que los magos se acercaron a Jerusalén desde aquellos lugares ubicados al este de la tierra de Israel, el evangelista introduce en escena y en una narración eminentemente sacra nada más y nada menos que representantes de etnias enemigas.
Pero el segundo elemento, que es la intervención de la Providencia, viene a paliar esta connotación negativa inicial y lo hace por medio de una figura hoy presente en las tradiciones navideñas de los pueblos cristianos, en las representaciones plásticas del nacimiento de Jesús (los “belenes”). Nos referimos, cómo no, a la estrella mencionada en los versículos 2,9,10. Dado que, como se ha dicho hasta la saciedad, los magos de oriente eran astrólogos (¿o mejor astrónomos?), la aparición de una nueva estrella en el firmamento debió impresionarles grandemente. Sin entrar en disquisiciones acerca de la naturaleza de ese astro mencionado por el evangelista, lo cierto es que su manifestación en el relato sagrado tiene todos los visos de un evento sobrenatural. Es evidente que el autor del Evangelio entiende esa estrella como un instrumento de la Providencia que guía el camino de los magos hasta detenerse sobre el lugar en que se encontraba el Rey de los Judíos que había nacido. No son las indicaciones de los escribas y sacerdotes consultados por Herodes en los versículos 4-8 las que conducirán a los magos adonde se halla Jesús con su madre María, sino el particular astro y sus movimientos. Esta especialísima intervención de lo sobrenatural en la historia de los magos apunta al gran misterio que envuelve siempre la acción divina en los asuntos humanos. De ahí lo conciso del relato. Cuando Dios obra, al hombre solo le corresponde mostrar un respetuoso y reverente silencio. Los magos del relato mateano no se interrogan sobre aquella manifestación providencial ni la cuestionan: se limitan a seguirla fielmente en la confianza de que llevará su viaje a buen término.
El tercero es el acto de adoración del Redentor por parte de los magos (versículo 11), materializado en la triple ofrenda de oro, incienso y mirra con su significado simbólico tantas veces explicado a lo largo de la historia del cristianismo. Quienes han pretendido racionalizar esta historia narrada por San Mateo han colocado el acento en la idea de que para gentes procedentes del paganismo —y aquellos magos lo serían, sin duda— el hecho de postrarse para adorar (3) a un ser humano, especialmente si se le atribuía rango real, era algo muy común en las civilizaciones orientales de la antigüedad. El propio Alejandro Magno, con todo su bagaje de educación griega, había asimilado al parecer este rasgo cultural de sus súbditos babilonios y persas, pese al desagrado de sus generales macedonios. Pero el evangelista no relata la adoración a Jesús por parte de los magos siguiendo estos patrones de pensamiento, sino su teología cristiana de base. Aquellos orientales se inclinan ante Jesús porque es un ser divino, porque su nacimiento reciente cumple la profecía de Isaías 7:14, el oráculo del Emmanuel que se ha mencionado en el capítulo anterior. De este modo, se abre el camino para todas las muestras de adoración que recibirá Jesús a lo largo de su ministerio terrenal (Mt. 14:33) y sobre todo después de su resurrección (Mt. 28:9.17), sin que ello signifique una manifestación de idolatría por parte de sus adoradores o de pretensión blasfema por su parte. Las palabras del propio Jesús al diablo en Mt. 4:10 “Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” corroboran cuanto el evangelista manifiesta en el empleo del verbo “adorar” referido a la persona del Salvador.
De ahí que el cuarto y último elemento de este relato, su dimensión universal, quede bien patente frente al triste exclusivismo judío de los medios en los cuales, según los especialistas, debió ver la luz el Evangelio mateano (4). La conclusión es simple: el evangelista, al incluir la narración de los magos al comienzo de su obra, lanza a sus contemporáneos judíos un desafío. Si desde el primer momento Jesús de Nazaret es reconocido y adorado como Rey de los Judíos enviado de Dios por parte de unos extranjeros ajenos al pueblo de Israel, ¿cómo es posible que la actual descendencia de Jacob sea tan recalcitrante a recibirlo como tal? ¿Actuarán los judíos peor que los gentiles? Cuando San Mateo redacta su Evangelio (5), ya ha visto la luz el Evangelio marcano, puede que también el de San Lucas, y existe en torno al Mediterráneo, especialmente en su vertiente oriental, una red de comunidades cristianas en las que conviven judíos y gentiles adorando al niño nacido en Belén. El cristianismo no es solo una secta judía más, sino un movimiento que cuenta con su propia organización y su dinámica de crecimiento, y por encima de todo, una proyección universal. Jesús ha dispuesto que todas las gentes, sin excepciones de ningún tipo, sean instruidas e incorporadas a la Iglesia (Mt. 18:19-20), a fin de hacer efectivo el Reino de Dios entre los hombres. Para San Mateo Apóstol esta universalidad de las Buenas Nuevas no es algo que venga después como un añadido al mensaje cristiano, sino que forma parte de él y lo configura. Tal es la razón de la visita y la adoración de los magos a Jesús niño: una anticipación de lo que habrá de ser después la adoración universal al Hijo de Dios por parte de todos los pueblos de la tierra.
Cuando celebremos en este 6 de enero de 2019 la Epifanía del Señor, recordemos con agradecimiento estas ideas. Nosotros hoy, los cristianos de todo el mundo, somos la continuidad de aquella primera adoración a Jesús efectuada por unos magos que venían de oriente.
Soli Deo Gloria.
Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga
Delegado Diocesano para la Educación Teológica
En la expresión clásica de los profetas veterotestamentarios era el norte el punto cardinal por el que aparecía siempre el enemigo, ya que el acceso a Palestina solo podía efectuarse por Siria (Is. 14:31; 41:25; Jer. 1:14; 4:6; 6:1,22; 10:22; 25:9; 47:2; 50:9,41; Ez. 9:2; 26:7; 38:6,15; 39:2; Dn. 11:13,15; Jl. 2:20). El oriente estaba ocupado por una prolongación del inhóspito desierto de Arabia hasta el valle del Éufrates y el Tigris.
Véanse los libros de Esdras y Nehemías, así como la novelada historia de Ester.
El evangelista emplea de forma expresa el verbo griego “proskyneo”, que significa “tributar adoración”.
Tradiciones muy antiguas indican que San Mateo Apóstol compuso su Evangelio para los judíos (ver Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica III,39,16 y VI,25,4). La investigación actual tiende a situar esta redacción en Siria, quizás entre comunidades cristianas no del todo desvinculadas del judaísmo y que encontraban dificultades para ser reconocidas (ver Bonnard, P. Evangelio según San Mateo. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1976).
Hacia mediados del siglo I según las tradiciones más antiguas. Los especialistas actuales tienden a retrasar esta redacción a la segunda parte del siglo, poco después del año 70 d.C.