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Pregón de Navidad de la Asociación Belenista de Alava



Queridos hermanos y hermanos en la fe


Queridos amigos y amigas, vecinos y vecinas de esta querida Ciudad de Vitoria-Gasteiz,


Aquí estamos todos juntos, en ekklesia, —ecuménicamente—; aquellos que a pesar de nuestras seculares disputas y divisiones nos reconocemos en lo esencial, porque no somos de Juan ni de Pedro ni de Pablo, sino de Cristo: reconocemos a Cristo como luz del mundo, y Logos encarnado, y queremos pregonar en este tiempo de Adviento el gran acontecimiento cuyo recuerdo litúrgico se aproxima: "Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis.”


Pregonamos incansablemente este acontecimiento a la vez histórico e intemporal como motivo de Gloria y Alegría y lo hacemos católicamente/universalmente para todos los seres humanos, para todas naciones para todos los tiempos.


Lo hacemos frente a la proclama nihilista de timbres proféticos de Friedrich Nietzsche en su Gaya ciencia en la que el personaje del loco proclama a gritos ¡ Dios ha muerto¡ y se pregunta entre temeroso y asombrado:

¿No nos precipitamos en una constante caída, hacia atrás, de costado, hacia delante, en todas direcciones? ¿Sigue habiendo un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No sentimos el aliento del vacío? ¿No hace ya frío? ¿No anochece continuamente y se hace cada vez más oscuro?

Frente al “Dios ha muerto” de Nietzsche nosotros pregonamos Dios nos ha nacido, y se ha hecho carne como nosotros y ese Dios nacido de María y humanamente encarnado ha irrumpido en la Historia y es RAZÓN y SENTIDO, por eso, en contra de lo que proclamara el filósofo del Eterno Retorno y la Voluntad de Poder

—no nos precipitamos en una constante caída,

—y sigue habiendo un arriba y un abajo,

— por eso no erramos a través de una nada infinita,

—ni sentimos el aliento homicida del vacío en nuestra nuca,

—ni el frío helador de la noche eterna nos rodea,

— ni anochece continuamente...

Porque…, Dios no ha muerto sino que — siendo eterno y espíritu invisible— se ha hecho carne y palabra y tiempo en la Historia del Hombre


*

La fiesta de la Natividad del Señor, ha evolucionado entre nosotros en lo que ahora llamamos “navidades” como si hubiera varias, y en efecto las hay, incluyendo también la fiesta de Fin de Año, la Noche Vieja, que no es sino un festejo civil, secular, que celebra el tránsito, entre la melancolía de un año que concluye —y ya comienza a borrarse de nuestra memoria— y la esperanza de otro que se estrena y nos invita a renovados propósitos.

*

La fiesta de la Natividad, la noche de silencio y de paz que nosotros celebramos está envuelta en unas “navidades” secularizadas, banalizadas por el consumismo y el alcohol, que en muchos casos las asemeja a las paganas saturnales que se celebraban en la Roma imperial del 17 al 23 de diciembre, también a la luz de velas y antorchas, anunciando el fin del período más oscuro del año y el nacimiento del nuevo período de luz, o nacimiento del Sol Invictus.

*

La Navidad es para nosotros —cristianos— mucho más que una fiesta de fin año o una saturnal de asombrado homenaje al ciclo solar: es la celebración de un sentido transcendental que se nos hace visible con los ojos de la Fe; Dios mismo se ha rebajado a compartir nuestra humanidad, se ha hecho carne, en un acto de amorosa solidaridad con nuestra condición y de ese modo le ha dado un nuevo significado. Celebramos un acontecimiento que tiene virtualidad para transformarnos y cuya alegría festiva no se ciñe a unas pocas fechas en el año sino a toda nuestra vida.

Unas simples “navidades” al estilo del Mundo, sin la Natividad de Cristo, no serían sino un acontecimiento social, una fiesta más, un festejo como otro cualquiera destinado a romper la monotonía de nuestros días laborables, para aturdirnos y para celebrar nuestra vanidosa capacidad de consumo.

La Navidad que celebraremos en la noche del día 24 al 25 de Diciembre, (la misma fecha, pero no el mismo día en el Calendario Juliano de la Iglesia Ortodoxa Rusa) conforme al Adviento bíblico, va mucho más allá; va sobre Dios y sobre su misteriosa solidaridad con nosotros; ese acontecimiento —asumido existencialmente—, permite a nuestro ser hacer pie y no levantarse de la nada en un imposible ejercicio de auto-rescate como el fanfarrón Barón de Münchhausen que alardeaba de haberse sacado de una ciénaga simplemente tirándose de la coleta.


*


El misterio de la Navidad puede cambiar nuestra manera de estar en el Mundo, darnos una nueva mirada sobre nosotros mismos y sobre los demás, inspirarnos para realizar nuestra mejor identidad y para confrontarnos victoriosamente con la Sombra, el Mal y a la Muerte.

La Navidad que culmina el tiempo de Adviento litúrgico no puede ser para nosotros simplemente una saturnal de espumillón, embriaguez y ruido, sino más bien una Noche de silencio y paz en la que legítimamente nos podemos también reconocer en uno de nuestros existenciarios básicos y más fundamentales: nuestra condición necesitada, nuestro ser deficiente; a fin de cuentas, nosotros también como el Niño Dios que representamos en nuestros belenes fuimos indefensos y necesitados de cuidados en el momento de nacer y lo seremos seguramente en el momento de morir.


Nuestra libertad es una libertad que necesita asistencia de los otros. Nuestro ser constitutivo, —a pesar de los logros de nuestra autonomía individual, — es un ser menesteroso que necesita de una estructura de acogida y de sentido —sin la cual no somos capaces de lograr ni siquiera nuestros objetivos biológicos mínimos.

Ese Dios que se encarna y comparte nuestra condición nos incita

—A no conformarnos con ir tirando en el la oscuridad sino a existir a la luz del Verbo encarnado, y a hacerlo con alegría

— por eso tenemos derecho a celebrar el gozo de contar con un nido de afectos que nos acoge y habilita para reconocernos a nosotros mismos y reconocer a los otros.


¡¡¡Feliz Navidad¡¡¡

y que Dios os bendiga.

+ Javier Otaola.-

(Comunión Anglicana)

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