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Las lamentaciones del cristiano

Gran cantidad de cristianos tienen una tendencia muy curiosa a lamentarse por el estado de degradación del mundo. Da igual el motivo, la edad, la situación geográfica, el sexo, lo importante y fundamental para muchos cristianos consiste en lamentar la horrible situación en la que vivimos, que nunca ha sido peor que la actual, añorando los viejos y gloriosos tiempos de la iglesia primitiva como modelo único de organización y funcionamiento.

¿A qué puede deberse tal tendencia? ¿A la facilidad de rechazar el tiempo actual y añorar otro con características míticas? ¿O muy probablemente a que es mucho más fácil quejarse que no arremangarse y hacer algo, lo que sea? En general muchos cristianos son expertos en la lamentación porque es mucho más fácil ver lo bueno que no lo malo. Pero si algo queda claro tras la lectura del Nuevo Testamento es que resulta impropio para alguien que profesa el evangelio de Cristo no parar de dolerse por la situación mundial o por la propia. Por supuesto que es bien humano hacerlo e incluso comprensible, pero eso no quiere decir que debamos caer en dicho error. El problema más grave se da cuando en ocasiones para algunos creyentes no parece demasiado claro el yerro que supone el abuso del lamento.

¿El mundo realmente se encuentra en una situación tan lamentable? Probablemente sí, pero en todo caso eso siempre ha sido así. En cuanto a la Iglesia, los que recurren insistentemente a los Evangelios o a Hechos de los Apóstoles parecen olvidar que los apóstoles dejaron solo a Jesús cuando todo parecía que iba a culminar en fracaso y huyeron a Galilea aterrorizados por su suerte personal. Hechos de los Apóstoles o las Cartas paulinas son un buen ejemplo de los conflictos que existieron desde un inicio dentro de la Iglesia universal. Por citar un par de ejemplos, Gálatas es un escrito polémico de Pablo contra otras escuelas cristianas, Corintios nos muestra los extremos de degradación en la convivencia dentro de una comunidad y la falta de respeto al fundador de la comunidad… Algunos podrán aducir el ejemplo de la primera iglesia de Jerusalén, pero sin entrar en la polémica acerca de la idealización de dicha comunidad recogida en el texto bíblico, el establecimiento de los diáconos muestra bien claramente cómo la situación no era tan idílica; lo mismo puede decirse de la substitución de Pedro por Santiago como dirigente de la comunidad, algo no explicado en el texto pero de lo que se pueden sospechar algunos de los motivos.

Lo cierto es que la queja resulta fácil, en cambio el trabajo de mejorar algo la realidad que nos rodea supone un esfuerzo importante. Destruir cuesta poco, construir mucho. Organizar cualquier pequeña actividad implica grandes trabajos, destacando finalmente más los errores que no la tarea realizada. Y cuando se habla de mejorar la realidad me refiero a lo más cercano y corriente, aunque sea bien poco espectacular. Lo de amar a la humanidad y acabar con el hambre en el mundo suena muy bien, pero no es muy consecuente con no dirigirle la palabra al hermano o al vecino o pasar discretamente al lado de la vecina anciana de la escalera que no puede subir la compra a su

casa.

El Evangelio de Cristo nos muestra cómo debemos de tener grandes esperanzas en la acción de Dios en el mundo, sobre todo en nuestra experiencia diaria, en lo que realmente pasa por nuestras manos. Probablemente no sea muy positivo pasarse el día leyendo diarios y viendo telediarios y en cambio sea mucho mejor preocuparse por la asociación de padres y madres de la escuela o de la limpieza de nuestra calle. Porque con el auge de internet y la facilidad para acceder a medios de comunicación nos podemos pasar perfectamente todo el santo día mirando la declaración de tal líder parlamentario, que realmente tiene una nula incidencia en nuestra vida real, o la situación militar en la guerra civil de algún país remoto, que aunque sea una situación muy grave a nivel global, poco vamos a poder hacer para remediar si es que sólo lo vamos a comentar en el desayuno con la familia.

En ese aspecto, la afición del cristiano por apenarse por todo demuestra poca confianza en nuestro Padre celestial, que como seguidores de Cristo, sabemos que se ocupa, más que se preocupa, por nosotros. Junto a ello también muestra una pérdida de tiempo importante, porque todos los esfuerzos y tiempo gastados en la queja se podrían haber canalizado en el intento de mejora de la situación que fuera.

Por eso lo más sencillo y a la vez lo más difícil es convencernos del infinito e inconmensurable amor de nuestro Padre por nosotros, del dominio que ejerce sobre nuestra vida, de cómo cualquier nimio detalle es importante para la divinidad que asume el control sobre cualquier aspecto de la realidad. El cristiano debe de vivir esperanzado y llevar la redención que nos regaló Cristo al entorno que le rodea, aunque en muchas ocasiones pueda parecer difícil e incluso puede provocar que los demás nos consideren pobres imbéciles, algo poco apetecido por nuestro ego obsesionado por el prestigio ante los otros.

Así que dejemos de lamentarnos, confiemos en el Señor e intentemos llevar los valores cristianos a lo que nos rodea, y si vemos que nos faltan las fuerzas o que no podemos, imploremos la ayuda del Espíritu Santo y continuemos confiando en el Dios que es amor.

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