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CUANDO LA BIBLIA SE CONVIRTIÓ EN UNA MALDICIÓN


Puede parecer un enorme contrasentido decir que la Santa Biblia, para los cristianos la Palabra revelada de Dios y elemento básico en el establecimiento de nuestra fe, llegue a convertirse en una maldición. Suena casi a blasfemia. Pero lo cierto es que, si bien para la Iglesia universal de Cristo las Sagradas Escrituras constituyen una evidente bendición, por otros derroteros va el asunto en lo que se refiere al mundo de las sectas fundamentalistas, en las que lecturas impropias, manipuladas y manipulables, de la Biblia han generado unas corriente de pensamiento que solo contribuye al desprestigio de las Escrituras en sí mismas y, lo que es peor, del mensaje del evangelio y hasta del propio Dios.

Nos proponemos con esta reflexión, nacida de una experiencia de muchos años de ministerio pastoral y docencia de las Sagradas Letras —y de una preocupación muchas veces expresada acerca de este tema—, llamar la atención al grave peligro que representa el dejar la Santa Biblia al arbitrio de gentes fanatizadas e ignorantes, que desconocen por completo la obra de Cristo, y han llegado a reducir su vivencia religiosa a la adoración literal de un ídolo de papel, con las consecuencias trágicas que de ello se derivan en las vidas de denominaciones, congregaciones, familias e individuos. Dios ayude a estas personas, y a todos nosotros.

Indicamos a continuación una serie de postulados, muy difundidos en las filas de las sectas fundamentalistas, que contienen en sí mismos la génesis de este proceso de descrédito de la Biblia y su mensaje. Helos aquí:

1º) LOS CRISTIANOS SOMOS EL PUEBLO DEL LIBRO. Hemos escuchado esta declaración tantas veces que nos resulta casi natural, como si de una verdad inamovible se tratara. Y sin embargo, nada está más lejos de la realidad. De hecho, en la propia Biblia no se halla ni una sola vez aserto semejante, ni tampoco nada que permita suponerlo. En el mundo existen sistemas religiosos cuyo fundamento absoluto es, ciertamente, una escritura considerada sagrada: el judaísmo o el islam, sin ir más lejos, por no mencionar sino los que mejor se conocen en nuestro entorno. Pero desde luego, no el cristianismo. En ningún pasaje de los Evangelios canónicos, tal como los leemos, se encuentra declaración alguna de Jesús que permita sospechar algo semejante, ni tampoco en el resto del Nuevo Testamento. Los cristianos nos hemos distinguido desde el principio por declararnos discípulos y seguidores de Cristo Jesús, de una persona a la que confesamos como Hijo de Dios y Señor nuestro, que murió y resucitó y vive para siempre, jamás de un libro. De hecho, la proclamación del mensaje redentor de Jesús se llevó a cabo durante los primeros siglos sin que ninguno de los creyentes supiera qué era la Biblia, pues no existía en la forma en que hoy la conocemos. Y son muchos los cristianos actuales que jamás han tenido una en sus manos, pero cuya fe en Cristo como Señor está bien cimentada en la enseñanza catequética de sus iglesias. Quienes disfrutamos de la bendición de poder leer la Biblia corrientemente debemos estar agradecidos, desde luego, y obtener de ella el máximo provecho posible, pero nunca hemos de elevarla a un rango que no le corresponde. Con o sin biblias, los cristianos somos el pueblo de Jesús de Nazaret, únicamente.

2º) LA REFORMA SENTÓ EL PRINCIPIO “SOLA SCRIPTURA” COMO DISTINTIVO EXCLUSIVO DE LA FE PROTESTANTE. Quienes, por la Gracia de Dios, somos realmente protestantes —vale decir, miembros de iglesias nacidas en la Reforma del siglo XVI— nos sentimos incómodos ante la “privatización” del movimiento reformado que parecen adjudicarse las sectas en el día de hoy, como si ellas, y solo ellas, fueran la representación de aquella magna revolución religiosa. No lo son, de hecho, y lo que enseñan suele estar demasiadas veces en las antípodas de cuanto profesaron y propagaron los grandes Reformadores. Un ejemplo claro lo tenemos en el principio SOLA SCRIPTURA. Quienes así lo ventean como si fuera la última palabra en asuntos religiosos parecen ignorar que en el sentir de la Reforma nunca fue un principio exclusivo, nunca se presentó solo. Por el contrario, fue acompañado y muy bien matizado por SOLA FIDES, SOLA GRATIA, SOLUS CHRISTUS y SOLUS DEUS, o también SOLI DEO GLORIA. No se trata de que la Reforma reivindicara la Escritura por la Escritura, sino en tanto que vehiculadora de una fe centrada en la Gracia divina manifestada exclusivamente en la persona y la obra de Cristo y para gloria de Dios. SOLA SCRIPTURA por sí mismo carece de valor. Si las Escrituras del Antiguo Testamento (las únicas que conoció la primera Iglesia) no hubieran señalado a Cristo y su salvación, de nada hubieran servido, y de hecho la Iglesia nunca las hubiera reconocido como textos autorizados. La Biblia hoy, leída o enseñada sin las matizaciones de la Reforma, puede acabar siendo utilizada para vehicular cualquier idea, por estrambótica o absurda que parezca. Y de esto hay demasiado en el mercado religioso del sectarismo fundamentalista actual.

3º) CUANDO LEEMOS LA BIBLIA, ESCUCHAMOS EN ELLA LA VOZ DEL MISMO DIOS. Suele ser esta afirmación una de las que más impacto provocan en mentes sencillas y poco formadas, candidatas seguras a la manipulación hábil de quienes saben emplear la Santa Biblia para sus exclusivos intereses. Pero la realidad es que la Biblia no ha sido escrita por Dios, sino por seres humanos de épocas muy diversas, y en sus páginas se contienen, además de oráculos o palabras realmente dichas por el Señor (pensemos, por ejemplo, en las enseñanzas de Jesús conservadas en los Evangelios o en ciertas comunicaciones recibidas por los profetas del antiguo Israel), otras que no lo son ni podrían serlo jamás. Aquí entran desde declaraciones que el texto sagrado pone en boca de Satanás hasta manifiestos autoritarios de soberanos enemigos del pueblo de Dios, pasando por razonamientos o impresiones de los propios autores bíblicos, no siempre en la línea más evangélica que pudiéramos desear. Cuantos nos dedicamos por vocación y profesión a la exposición de la Biblia, ya sea en el púlpito, ya en el aula, hemos de tener un cuidado extremo a la hora de exponer los textos bíblicos, sabiendo muy bien cómo y a quién atribuir las declaraciones que estos contienen. Las Sagradas Escrituras son un producto literario muy humano en el que, por una especial y misteriosa disposición de la Divina Providencia, se nos transmite la palabra viva del Dios Viviente, pero no podemos de manera indiscriminada hacer decir a Dios lo que nunca ha dicho ni diría empleando citas de textos exclusivamente humanos. ¡Cuidado!

4º) TODA LA BIBLIA TIENE EL MISMO VALOR. Esta declaración se ha convertido en uno de los muchos reclamos propagandísticos de los grupos fundamentalistas. El problema es que una afirmación de este calibre niega de entrada uno de los postulados más racionales del cristianismo, que es la llamada “revelación progresiva”. El concepto de Dios que han tenido los hombres a lo largo de la historia no ha sido siempre el mismo; es completamente lógico pensar que, al igual que el resto de conocimientos alcanzables por el ser humano, la idea de Dios también está sujeta a un proceso de crecimiento, con sus altos y bajos. Pero es que, además, la propia Biblia lo muestra con creces: la imagen que tiene el primitivo Israel sobre el adusto Yahweh que se revela a Moisés en el desierto del Sinaí no es la misma que ostentan los grandes profetas posteriores, como Isaías o Jeremías, pongamos por caso. Y desde luego, no se parece demasiado al enfoque definitivo sobre Dios que encontramos en las enseñanzas de Jesús de Nazaret. De ahí que no pueda revestir la misma importancia un escrito que recopile tradiciones antiquísimas de cuando Israel aún no era un pueblo constituido, que la teología ya cristiana y tan refinada que hallamos, por ejemplo, en el Evangelio según San Juan. No todos los escritos que componen la Biblia pueden tener el mismo valor, ni se pueden emplear indistintamente para establecer doctrinas o normas de vida. El Antiguo Testamento describe mundos y sociedades que ya no existen y cuyos planteamientos no resultan siempre de fácil acceso para nosotros; carece de sentido equipararlo al Nuevo, que fundamenta no solo la fe de la Iglesia universal, sino también (dígase lo que se quiera) nuestra propia cultura occidental. Siempre reconociendo el gran valor de toda la Santa Biblia en su conjunto, la Iglesia ha sabido, bajo la dirección del Espíritu Santo, dar a cada una de sus partes, y a cada uno de sus escritos constituyentes, su lugar exacto. Un ejemplo lo tenemos en las liturgias dominicales de las iglesias históricas, en las que la lectura del Evangelio reviste mayor solemnidad que la de otros libros de las Escrituras.

5º) EXISTEN VERSIONES SACRAS DE LA BIBLIA Y OTRAS QUE NO LO SON. En este punto concreto encontramos una clara evidencia de cómo las sectas acaban haciendo de la Biblia un ídolo. No nos prodigaremos mucho en él, pues son del dominio público las discusiones (¡y hasta las divisiones!) que ha habido en ciertas congregaciones evangélicas por el uso de una determinada versión bíblica u otra. El caso extremo ha sido el de declarar “diabólicas” o “satánicas” ciertas versiones de nuestros días en lenguas actuales, o incluso estigmatizar la publicación del Nuevo Testamento crítico, alegando mil y un despropósitos para justificar el uso en exclusiva del llamado Textus Receptus sacralizándolo como si se tratara de un documento caído del cielo. Cuando se leen los argumentos que supuestos “eruditos” ofrecen para defender estos sinsentidos, se comprende plenamente que el mundo de las sectas sea un entramado sórdido y de manipulación mental cuasidelictiva.

6º) LA BIBLIA DESCRIBE CON EXACTITUD LA HISTORIA DEL MUNDO Y DEL HOMBRE. Desde hace casi siglo y medio, década arriba, década abajo, las sectas fundamentalistas, especialmente las de origen anglosajón transoceánico, parecen consagradas a una curiosa cruzada contra el desarrollo de las ciencias naturales y de la historia como disciplina académica. Es, por desgracia, este uno de los terrenos en el que más han contribuido al desprestigio de la Biblia entre amplios sectores intelectuales de nuestros tiempos. La razón es bien simple: la han erigido como autoridad última en unos temas para los cuales jamás fue pensada ni redactada. Las Sagradas Escrituras contienen lo que la teología actual llama “Historia Salutis” o “Historia de la Salvación”, pero no historia profana, ni siquiera lo que en otras épocas se llamaba “historia natural”. De hecho, tampoco ofrece una información exhaustiva sobre la historia del propio Israel antiguo, disciplina que en nuestros días tiene otras fuentes de información muy bien establecidas. A los autores de los escritos que hoy componen la Santa Biblia no les preocupó lo más mínimo dejar constancia de hechos históricos computables; lo que buscaban era relatar las grandes gestas divinas en la salvación de Israel y del ser humano, las “magnalia Dei” que dicen los teólogos. Recurrieron a datos históricos cuando lo creyeron necesario, y no siempre con los mismos criterios que hubiéramos empleado nosotros; y no tuvieron empacho alguno en echar mano de mitos foráneos que les sirvieran para ilustrar lo que deseaban transmitir para ensalzar la obra de Dios. De ahí que su horizonte fuera restringido a una línea muy concreta de pensamiento, sin ningún tipo de pretensión científica ni historiográfica. Por ello, la guerra declarada a la paleontología o a la investigación histórica orquestada por los fundamentalistas se nos presenta como algo esencialmente ridículo, grotesco incluso, pero cuya realidad no es tan risible como pudiera parecer, pues solo difunde el oscurantismo y la ignorancia más crasa, con todo el daño que ello conlleva, especialmente si se impone a niños y adolescentes en los sistemas educativos.

7º) LA BIBLIA DESCRIBE EL FUTURO. Este aserto es hijo del anterior. Quienes hacen un dogma de lo que hemos visto en el párrafo 6º suelen también creer a pies juntillas lo que se afirma en este. Y es una falacia de igual calibre. Las sectas fundamentalistas se han prodigado desde el siglo XIX en estudios sobre los libros bíblicos de Daniel y el Apocalipsis, pretendiendo hallar en ellos “mapas proféticos” sobre el devenir de nuestro mundo desde el punto de vista político. Infestan el mercado publicaciones que se empeñan en describir los acontecimientos futuros como “profecías bíblicas”, cuando en realidad no son sino meros panfletos sensacionalistas, literatura de ficción de pésima calidad que, en ocasiones, ha saltado a la gran pantalla. Si bien todo ello resulta un magnífico reclamo para personas poco formadas y con inquietudes sinceras sobre el futuro, no deja por ello de ser un engaño. Los libros de Daniel y el Apocalipsis, auténticas joyas de la literatura bíblica, vehiculan una preciosa teología de esperanza para el pueblo de Dios, sin duda, pero no juegan a descripciones del porvenir. La Palabra de Dios, si en verdad se la considera como tal, debiera ser tratada con mucho más respeto, no rebajarla al nivel de un horóscopo de revista del corazón. La corriente fundamentalista más extendida en nuestros días, que se empecina en considerar estos libros proféticos de la Biblia como una anticipación de los eventos del Medio Oriente, busca de continuo “cumplimientos” actuales de predicciones antiquísimas, y con ello distorsiona por completo el mensaje de la Biblia. Muchos de estos grupos sectarios acaban cayendo en la trampa de la rejudaización del cristianismo, con una religiosidad que nada tiene que ver con el evangelio, sino que reviste formas y declaraciones antievangélicas.

En conclusión, si realmente consideramos que la Santa Biblia es la Palabra de Dios y una bendición para nuestra gran familia humana, no podremos por menos que reivindicar su lectura y su estudio, pero de una manera seria, conforme a los postulados marcados por la finisecular tradición cristiana que parte del siglo I, atraviesa la Antigüedad y el Medioevo, cristaliza en la Reforma, y prosigue su andadura en el día de hoy empleando para ello todas las herramientas que el conocimiento humano pone a su disposición, y siempre confiando en la guía del Espíritu Santo, que indefectiblemente nos señala, nos apunta, nos dirige a Cristo como centro indiscutible de la revelación.

Dios nos ayude y guíe en esta tarea.

Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga

Presbítero

Delegado Diocesano para la Educación Teológica

Decano del CEIBI y del CEA

Iglesia Española Reformada Episcopal

(IERE Comunión Anglicana)

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