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Apología sobre Dios


Desde el comienzo del movimiento cultural de la Ilustración, al menos en Europa, todo lo religioso ha sido deliberadamente cuestionado.

Revista Renovación - Desde luego motivos había, sobre todo desde el descubrimiento del sistema heliocéntrico, que marcó el inicio de la ciencia moderna y puso patas arriba la cosmología conocida hasta entonces. Esta “agresión” por parte de dicho movimiento ha sido interpretada de diversos modos desde el frente teísta: para unos fue un motivo más que justificado para enrocarse en la “inerrancia” de la Biblia (el fundamentalismo); para otros, a posteriori, solo fue una “purificación” del cristianismo mismo, un separar la paja del trigo, con el desgaste que ello supone para la fe. No obstante, hoy el teísmo está de enhorabuena: existe un evidente resurgir de la fe. De todas las clases de fe. Una vez más queda patente que el ser humano no sabe vivir sin dioses, en este caso sin una religión concreta con la que identificarse y congregarse: el homo religiosus. De aquí que la apología de Dios esté en auge.

La apología sobre Dios es consustancial al ser humano ya sea este creyente o ateo (etimológicamente: “sin dios”). Unos para afirmar y demostrar que Dios existe. Otros para afirmar todo lo contrario, que no existe ningún Dios o algo que se le parezca. Ambos desde razonamientos válidos. Iguales de válidos. Pero la cuestión no es tanto si existe o no existe Dios (¡Nadie le ha visto! – Jn. 1:18), sino qué clase de Dios es aquel del que afirmamos su existencia, es decir, qué imagen tenemos de él. Porque de Dios, si existe, solo tenemos imágenes. José María Mardones dice en su libro Matemos a nuestros dioses que “Dios no siempre es un elemento elevante, potenciador, liberador de la persona. Al revés, alrededor de su figura se dan cita un cúmulo de miedos, terrores, cargas morales, represiones o encogimientos vitales… A menudo Dios es una carga pesada, muy pesada. Y muchos no se atreven ni a tirar este fardo por la borda”.

Y esto es, para mí, lo verdaderamente relevante de la apología sobre Dios: la imagen que albergamos de él. Como cristianos, ¿qué imagen de Dios tenemos que ofrecer a los no cristianos? Solemos decir muy entusiastas, casi como un mantra: ¡El Dios de la Biblia! Pero en la Biblia encontramos muchas y muy variadas imágenes de Dios. No es la misma imagen del Dios que consumió con fuego a 51 personas inocentes solo para confirmar la autenticidad de Elías como profeta del Altísimo (2Reyes 1:1-10) –por no hablar de los 450 falsos profetas degollados a la orilla del río, al más burdo estilo islamismo actual (1Reyes 18:20-40)– que la imagen de Dios que tenía Jesús de Nazaret ante situaciones parecidas (Lucas 9:51-56). No es la misma imagen del Dios que manda lapidar al hijo rebelde (Deut. 21:18-21) que la imagen de Dios que enseña Jesús de Nazaret en la parábola del hijo pródigo (Lucas. 15:11-32). ¡Son imágenes de Dios muy distintas! La lista de estas diferentes y opuestas imágenes de Dios es muy amplia en la Biblia. Basta con lo dicho como un botón de muestra. Así que decir simplemente “El Dios de la Biblia” no basta.

Desarrollar campañas y debates sobre la existencia o no de Dios tampoco es algo nuevo. De hecho, el texto citado de 1Reyes 18:20-40 se trata nada más y nada menos que demostrar que Dios (el verdadero) existía, con el resultado de 450 personas degolladas... ¡que lo habían puesto en duda!

Me pregunto si son necesarios estos debates acerca de la existencia de Dios. ¿No serán estas disputas públicas una simple autoafirmación de nuestras creencias teístas? ¡Demostrar que Dios existe! ¡Qué barbaridad! No estoy seguro de que sean necesarios tales debates. De lo que sí estoy seguro es que cuando miramos la vida, la muerte y la “resurrección” de Jesús de Nazaret, nos podemos hacer una idea de la imagen que de Dios tenía el Nazareno. Y cuando nosotros, los cristianos, vivimos como él vivió, y hacemos lo que él hacía, estamos mostrando al mundo aquella misma imagen de Dios. ¡Y no hay otra mejor manera de mostrar que Dios existe! Todo lo demás son palabras huecas para complacer a un público que de antemano no necesita que le convenza de la existencia de Dios.

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