En el principio creó Dios…
La teoría del Diseño Inteligente, en algún momento ha pretendido ser implantado en ciertas escuelas públicas de los Estados Unidos como enseñanza oficial y obligatoria acerca de nuestros orígenes…
Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga - A cualquiera que abra por vez primera un ejemplar de la Biblia con la intención de leerla de principio a fin, el escrito con que iniciará su periplo escriturístico será, indudablemente, el libro del Génesis, también llamado Libro Primero de Moisés[1], y de entrada se topará con el contenido del capítulo 1, donde se narra la creación del mundo por medio de unas figuras y un vocabulario que han pasado ya a formar parte del patrimonio cultural de la humanidad. Es tal la belleza y tan impactante la fuerza declarativa de este relato que el lector novel de las Sagradas Escrituras (y también muchos lectores veteranos) rápidamente se imagina(n) que esa composición, no solamente lingüística o estética, sino también (¡y sobre todo!) teológica, ha de ser por lógica el pasaje más antiguo de las narraciones bíblicas, prácticamente un documento histórico de inigualable valor, y la doctrina de la creación la primera en ser revelada por Dios a los hombres. De ahí a hacer del primer capítulo del libro del Génesis una especie de “credo paleontológico inspirado” no hay demasiado trecho, y en nuestros días, por increíble que pudiera parecer, son legión quienes lo han franqueado y militan, por ende, en un creacionismo harto combativo que, mal disimulado bajo el nombre de Teoría del Diseño Inteligente, en algún momento ha pretendido ser implantado en ciertas escuelas públicas de los Estados Unidos como enseñanza oficial y obligatoria acerca de nuestros orígenes, dejando de lado los contenidos que habitualmente se imparten en clases de ciencias naturales[2].
La realidad es muy otra.
A partir del momento en que los estudios críticos sobre las Escrituras comenzaron a desarrollarse en el mundo cristiano occidental[3], ha ido cambiando por completo el enfoque sobre las autorías y la redacción de los textos bíblicos, de modo que ciertos postulados tradicionales[4], aceptados prácticamente sin planteamiento contrario ni discusión alguna hasta tiempos muy recientes, no son ya sostenibles y, de hecho, no tienen lugar en la formación impartida en muchos seminarios contemporáneos, incluso de los que militan en las filas de cierto conservadurismo teológico. Únicamente se aferran a ellos los grupos más fundamentalistas, en ocasiones con una agresividad rayana en la intolerancia, y en contra del pensamiento de la Iglesia universal[5].
La crítica bíblica más sana y más constructiva nos ha aportado lo siguiente acerca de este primer capítulo genesíaco:
En primer lugar, ha delimitado bien el texto dentro del conjunto del libro del Génesis, con mejores criterios que la división tradicional de capítulos y versículos que hallamos en nuestras biblias, realizada en épocas históricas no demasiado lejanas y no siempre de manera rigurosa desde el punto de vista textual[6]. Asimismo, ha definido su género literario como composición poético-didáctica, con la función de instruir y al mismo tiempo deleitar, ofreciendo unas pautas clave para su memorización y repetición[7]. De ahí que hoy los estudios escriturísticos nos hablen de un Primer relato de la Creación, como evidencia cualquier comentario bíblico serio, que abarca el texto comprendido entre el primer versículo de Génesis 1 y la primera parte del versículo 4 del capítulo 2, es decir, Gn. 1:1 – 2:4a[8], lo cual conforma una unidad narrativa completa[9].
En segundo lugar, ha ubicado su composición hacia la época del exilio judío en Babilonia y los inicios de la restauración, vale decir, entre finales del siglo VI y comienzos del V a. C., un momento histórico crucial en que la cultura israelita tradicional se ha desarraigado de su tierra ancestral[10] y se ha visto confrontada a la existencia de otro mundo conceptual, de otras realidades que ha ido asumiendo en cierta medida, probablemente no sin graves conflictos internos[11]. Ello viene a desdecir la autoría tradicional mosaica y apunta más bien a una escuela sacerdotal que realiza un enorme esfuerzo para vehicular la fe patrimonial de Israel frente a los desafíos de un mundo pagano opresor siempre amenazante. Los sostenedores de la clásica Hipótesis Documentaria de Graf-Wellhausen han adjudicado este Primer relato de la Creación a la supuesta composición literaria designada como Documento Sacerdotal o Documento P[12], conforme señalan los comentarios bíblicos especializados publicados hasta hace no muchos años[13], pero en el día de hoy la investigación tiende a matizar un poco esta teoría, aunque nadie pone en duda el origen claramente sacerdotal de nuestro texto[14], que engrosaría un conjunto de tradiciones (Gn. 1-11) englobadas bajo el epígrafe Historia de los Orígenes[15].
En tercer lugar, nos ha permitido comprender mejor su contenido. Por un lado, este Primer relato de la Creación se alza como un canto contra la idolatría, no solo de los pueblos circundantes, sino también (¡y sobre todo!) de la que se hallaba bien aposentada dentro del pueblo judío que sale de Babilonia para regresar a su tierra patria a partir del año 538 a. C., hito histórico este de capital importancia[16]. El escrito llamado Trito-Isaías (Is. 56-66), que la crítica ubica precisamente en este mismo momento de la historia, da testimonio de la situación religiosa de muchos judíos, totalmente entregados a la idolatría y la superstición, además de a toda forma de injusticia (Is. 57)[17]. Así pues, el Primer relato de la Creación, al exaltar la obra del Dios de Israel como creador del mundo[18], anula por completo la función de los ídolos: ni siquiera el abismo primordial[19] de Gn. 1:2 o las lumbreras de Gn. 1:14-18, a las que no se menciona por sus nombres reales[20], por no aludir a los monstruos marinos[21] de Gn. 1:21 o la tierra productora de vida de Gn. 1:11,24[22], son dignos de adoración, pues se trata de meras criaturas sometidas a la palabra todopoderosa de Dios. La idolatría resulta, pues, algo absurdo y este relato se nos ofrece como una composición magistralmente desmitologizadora de todo cuanto atemorizaba a los hombres de la antigüedad. Por otro lado, la distribución literaria de la obra creadora en seis días de actividad[23] con uno de descanso incide en la importancia religiosa de la semana y, sobre todo, la institución sabática. La observancia del sábado[24] adquiere así en el judaísmo recién nacido de tiempos del exilio y comienzos de la restauración lo que se ha dado en llamar técnicamente un status confessionis, es decir, se convierte en un signo fuertemente identitario desconocido hasta la fecha (cf. las exigencias de su cumplimiento en Jer. 17:19-27; Ez. 20:12,20; Neh. 13:15-22, todos ellos textos tardíos, así como las redacciones sacerdotales de los textos del Pentateuco, también llevadas a cabo en esta misma época[25]).
En resumidas cuentas, este magistral relato obedece a unos condicionamientos propios de la época en que ve la luz y refleja una muy profunda reflexión de los círculos levíticos y sacerdotales de la Judea del exilio y la restauración. Constituye, por tanto, una composición de primer orden en la formación del pensamiento de aquel primer judaísmo de los siglos VI y V a. C. Ahora bien, su inclusión en la redacción definitiva del Génesis, del Pentateuco y del Antiguo Testamento, nos invita a los creyentes cristianos a una reflexión sobre su contenido, lejos como estamos de las circunstancias que motivaron su composición original. Dicho de otra manera: ¿tiene el Primer relato de la Creación una lectura cristiana? Creemos que sí. Podemos resumirla en los cinco puntos que expresamos brevemente a continuación:
Digamos, ya de entrada, que nuestra lectura cristiana del Primer relato de la Creación, como la de cualquier otro pasaje de la Biblia, ha de ser esencialmente teológica. Dada la forma y las condiciones en que vio la luz, carecería de sentido pretender hallar en él un documento histórico o paleontológico al estilo de lo que hoy entendemos por estos conceptos. La inspiración divina de las Escrituras[26] no tiene como finalidad revelar o documentar hechos portentosos de la historia antigua, así como tampoco sacar a la luz grandes aportaciones científicas sobre el origen del cosmos o la vida, sino más bien vehicular nociones fundamentales acerca de Dios en su especial relación con nuestra gran familia humana. Huelga, pues, cualquier desviación de este propósito en lo que se refiere a nuestro texto, en el sentido de enfrentar creación y evolución, postular una edad exacta para nuestro planeta o el resto del universo, o especular sobre la presencia de los dinosaurios en el relato genesíaco; ni siquiera hacer elucubraciones sobre la esencia de Dios[27]. Abordarlo de esta manera implicaría una flagrante traición a su forma y a su contenido, así como a quienes lo compusieron.
En segundo lugar, este relato viene a enseñar algo capital: todo cuanto existe, desde el hombre hasta la bestia irracional, las plantas y los seres inanimados; desde lo que se halla en la tierra hasta lo que se contempla en los cielos, tiene su origen en Dios. Pero no se trata de una concepción mitológica, según la cual el Creador habría dispuesto los materiales que habría hallado hasta darles la forma que hoy tienen[28], sino algo distinto: no hay otro principio absoluto de la existencia que Dios[29], quien no tiene comienzo ni final, y que es, al mismo tiempo, providente. En medio del ropaje literario de la narración resalta el hecho de que la creación del mundo no ha consistido en un simple dejar que las fuerzas “naturales”[30] hagan su trabajo, sino que el propio Creador se ha ocupado personalmente de todos y cada uno de los componentes del universo: la luz frente a las tinieblas, los cielos, los mares, la tierra seca, el manto vegetal, los astros, los seres vivientes y el hombre, de manera que, o bien de forma directa en ciertos casos muy concretos, o bien indirecta (por medio de una orden dada), los ha traído a la existencia. Ello viene a enseñarnos que las leyes rectoras del universo y de la vida están bajo la mirada atenta del Supremo Hacedor, y que no hay nada que escape a su control. Sea cual fuere la manera en que fuesen generados los astros o apareció y se desarrolló la vida sobre nuestra vieja Tierra, no lo hicieron por sí solos ni fueron dejados al arbitrio de una ciega e impersonal casualidad. De ahí que el verbo hebreo bará, que solemos traducir por “crear”, sea en la Biblia un término únicamente referido a la obra divina[31]. Solo Dios es Creador, pues solo él puede traer a la existencia el mundo y los seres vivientes.
En tercer lugar, este Primer relato de la Creación nos permite discernir la obra de Dios como una manifestación de orden y belleza. Hasta siete veces aparece a lo largo de toda la composición el adjetivo hebreo tob para calificarla (Gn. 1:4,10,12,18,21,25,31). La expresión que RVR60 vierte como y vio Dios que era bueno debiera ser más bien traducida, según algunos especialistas en lengua hebrea antigua, y lo vio Dios: ¡Qué bueno! (ki tob en el original). Y en Gn. 1:31 la expresión completa al concluir todo el trabajo de la creación es tob meod, que RVR60 traduce muy acertadamente bueno en gran manera. Todo ello nos permite imaginar algo parecido a cuando un gran artista se queda extasiado ante la calidad de su propia obra, pues el adjetivo hebreo tob implica orden, utilidad, cumplimiento pleno de un propósito. La creación es esencial y sustancialmente buena porque es obra de Dios. Ni siquiera las espinas y cardos mencionadas en Gn. 3:18 o el hecho de que la creación haya sido sujetada a vanidad por causa del pecado humano (Ro. 8:20), eliminan esa bondad propia de la obra de Dios. Una lectura cristiana de este hermoso relato, y del resto de la Biblia, no tiene, por tanto, parecido alguno con los panfletos catastrofistas y apocalipticistas que tanto gustan a las sectas de nuestros días, y que parecen deleitarse con cuadros a cual más horripilante de un mundo en llamas o un universo sacudido hasta sus cimientos por la ira de un Dios colérico. Incluso una obra tan apocalíptica como el propio Apocalipsis de San Juan (¡valga la redundancia!) rezuma admiración por la creación de Dios y clama por su restauración definitiva al final de los tiempos, lanzando un claro anatema contra los que destruyen la tierra (Ap. 11:18).
En cuarto lugar, no se puede leer desde un punto de vista cristiano este Primer relato de la Creación sin comprender la grandeza del hombre como especie en el propósito de Dios. El hecho de que se presente la creación de nuestra gran familia humana como un proyecto especial de Dios, a su imagen y semejanza (Gn. 1:26), y que el verbo bará se utilice tres veces seguidas para aludir a ello (Gn. 1:27), algo que no ocurre en ningún otro versículo de esta composición, viene a incidir en el hecho de que el Creador nos concede un inmenso valor. De hecho, el señorío de nuestra especie sobre las demás que pueblan la tierra (Gn. 1:26,28) aparece en la enseñanza de este relato, no como una simple especialización de funciones en la cadena evolutiva de los homínidos, sino como una particular disposición del Creador. Frente a las culturas paganas que hacen del hombre uno más en medio de una naturaleza a veces benigna, a veces hostil, el Primer relato de la Creación resalta la figura humana (varón y hembra por igual, según Gn. 1:27) como especie portadora de la imagen divina y claramente dominante, aunque dentro de unos límites que nunca debieran haber sido rebasados. Por eso no es posible una lectura cristiana de este texto desde un punto de vista puramente materialista y depredador, como si toda la creación fuera para nuestro exclusivo disfrute y capricho, al mismo tiempo que carecen de sentido los enfoques degradantes que tantos quieren hoy vehicular en nuestros días, en la idea de que el hombre es la mayor catástrofe que le ha sucedido al planeta Tierra. Los que así piensan no conocen demasiado bien la historia geológica de nuestro mundo, y desde luego, tampoco el mensaje de este primer relato de la Biblia. Ser portadores de la imagen divina en nuestro propio ser implica una sacralización de la vida humana incompatible con todos los crímenes e injusticias sociales que han infectado la historia de nuestra especie hasta este preciso momento en que redactamos estas líneas, al mismo tiempo que hace del resto de la creación un auténtico santuario donde Dios se manifiesta. La razón es simple: donde está el ser humano (¡cualquier ser humano!) está Dios reflejado en él. Así, el Primer relato de la Creación, sin que fuera tal el propósito del (o los) hagiógrafo(s) —cuyo horizonte se limitaba, sin duda, a su propio pueblo en los especiales momentos que estaba viviendo—, viene a anticipar la perfecta simbiosis divino-humana que proclama Jn. 1:14: Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros. El hombre solo tiene sentido en tanto que imagen de Dios, y Dios solo se muestra en este texto y en el resto de las Escrituras en estrecha relación con el hombre, el Dios con nosotros de Is. 7:14, Mt. 1:23 y Ap. 21:3.
Y en quinto y último lugar, una lectura cristiana del Primer relato de la Creación nos lleva a una comprensión del tiempo como dimensión sagrada, algo que recibimos de Dios y a él lo consagramos. Los versículos de Gn. 2:1-4a vienen a incidir en la importancia del reposo sabático, como habíamos indicado más arriba, conforme a los patrones de pensamiento de los judíos de la época en que esta narración vio la luz. Lo habíamos dicho ya: un pueblo nacido en esclavitud, precisaba de un día material de reposo. Pero nosotros hoy no estamos ya sometidos a aquellas antiguas leyes de la así llamada Dispensación Mosaica o Dispensación de la Ley, por lo que carece de sentido un reposo obligatorio o una inactividad forzada. El verdadero reposo del creyente cristiano no comporta únicamente festividades del calendario civil o litúrgico, sino una actitud de eternidad, plasmada y materializada en una vida de piedad personal, sin duda, al mismo tiempo que colectiva y de clara proyección de servicio a cuantos nos rodean. Nuestro paso por esta tierra, todo lo largo o lo breve que sea, incide en aquellos con quienes compartimos momentos y lugares. He aquí la razón por la cual hemos de tener un claro concepto de la santidad del tiempo, un regalo que se nos da para que realmente lo santifiquemos en el altar de la convivencia y la ayuda mutua con nuestros semejantes, vale decir, con todos aquellos que, al igual que nosotros, reflejan de continuo en este mundo la imagen del Creador.
Las Sagradas Escrituras nos han sido legadas como una bendición. Desde su primera narración. Leámoslas y compartámoslas como tal.
[1] Aunque esta segunda designación es más común en ediciones bíblicas publicadas en lenguas extranjeras, también se da en ejemplares de las Escrituras editados en castellano.
[2] La teoría del Diseño Inteligente carece de bases científicas para ser enseñada como alternativa al evolucionismo; no deja de constituir un postulado únicamente filosófico o religioso. En relación con la sentencia judicial que prohibió la enseñanza de esta teoría en las escuelas públicas norteamericanas, cf. BBCMUNDO.com del martes 20 de diciembre de 2005.
[3] Aunque, por lo general, los manuales que se estudian en los seminarios suelen indicar los siglos XVII y XVIII como el punto de arranque de la crítica bíblica contemporánea, lo cierto es que hunde sus raíces en épocas más antiguas. Como en ocasiones se ha señalado, es la Reforma Protestante del siglo XVI la que sienta las bases de ese tipo de estudio, pero sin olvidar que el propio Renacimiento supuso un despertar del interés por el acercamiento crítico a los textos antiguos, y que incluso en el Medioevo había habido algunas mentes preclaras que se habían aproximado a las Sagradas Escrituras tratándolas como un conjunto literario que presentaba ciertos problemas textuales.
[4] Muchos de los cuales no obedecen sino a simples construcciones intelectuales de los maestros de Israel, efectuadas en base a presupuestos culturales e incluso folclóricos, no a un estudio serio de la cuestión. El judaísmo contemporáneo ya no acepta esos datos, excepto, claro está, la rama más ultraortodoxa.
[5] La cuestión de las autorías de los libros bíblicos no ha sido jamás un dogma de fe en la Iglesia cristiana. Cuando algunos grupos extremistas del campo evangélico se empeñan hoy en que lo sea, dan un trágico paso atrás en el estudio y la interpretación de la Biblia.
[6] Se ha apuntado en ocasiones que se trata de divisiones de tipo más bien litúrgico, acomodadas a las lecturas sinagogales y/o eclesiásticas.
[7] Téngase en cuenta el elevado porcentaje de analfabetismo de las sociedades antiguas, así como el alto valor que se concedía a la transmisión oral de la enseñanza.
[8] Gn. 2:4 reza en RVR60:
Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos,
y el texto prosigue su relato en el versículo siguiente. Sin embargo, la disposición del Texto Masorético (TM) en esta narración, tal como la ofrece la Biblia Hebraica Stuttgartensia (BHS) permite una traducción mejor, que es la que brinda, entre otras versiones, la Biblia Traducción Interconfesional (BTI):
Esta es la historia de la creación del cielo y de la tierra. (Gn. 2:4a)
Gn. 2:4b inicia una nueva narración que enlaza con lo que viene después:
Cuando Dios, el Señor, hizo la tierra y el cielo,…
[9] Gn. 2:4b-25 conforma el llamado Segundo relato de la Creación. Y ciertas composiciones del Salterio, como el ejemplo clásico que constituye el Salmo 104, contienen retazos de otros relatos sobre el mismo asunto que, sin duda, debieron circular entre los israelitas a partir de un momento muy concreto de su historia.
[10] Recuérdese que en el año 722 a. C., poco más de un siglo antes de la toma de Jerusalén por los babilonios, había desaparecido el reino septentrional de Israel con la caída de Samaria, su capital, en manos de los asirios, y que su población autóctona, salvo un pequeño remanente, había sido deportada a la Alta Mesopotamia y territorios orientales circundantes a la sazón dependientes del Imperio de Asiria.
[11] Aunque los libros canónicos del Antiguo Testamento ofrecen en realidad muy poca información acerca de la situación de los deportados judíos en Babilonia, textos como Ezequiel y Daniel dejan traslucir ciertas situaciones complicadas que ponen en peligro la identidad israelita. Y un apócrifo como el libro de Tobías, novela didáctica encantadora de fácil lectura para nosotros, aunque ubica la acción en Nínive, capital de Asiria, y Media, muy bien puede reflejar situaciones que los judíos habrían vivido en Babilonia y en cualquier otro punto en que hubieran residido en calidad de población deportada.
[12] Del alemán Priesterschrift.
[13] Cf. el clásico Von Rad, G. El libro del Génesis. Salamanca: Ed. Sígueme, 1982, pp. 53-54. En realidad, la Hipótesis Documentaria sigue siendo enseñada en muchos seminarios y facultades de teología, aunque no siempre bajo la forma en que sus primeros expositores la forjaron.
[14] Dado que en las sociedades antiguas, incluida la israelita, eran los sacerdotes quienes se encargaban de la instrucción de los pueblos (2 Cr. 17:7-9).
[15] Urgeschichte o Primeval History. Cf. Römer, T. et alteri (éd.). Introduction à l’Ancien Testament. Genève: Labor et Fides. 2009, pp. 197ss.
[16] Ciro, rey de Persia, toma Babilonia y decreta la liberación de los judíos (2 Cr. 36:22-23; Esd. 1:1-4).
[17] Queda, por tanto, fuera de lugar el mito forjado por los propios judíos siglos más tarde, y también aceptado por muchos cristianos, según el cual el pueblo judío se habría “vacunado” en Babilonia contra todas las formas de idolatría y superstición, y habría regresado a Palestina en un estado de “pureza religiosa” similar a la que, se supone, habría tenido en los tiempos del éxodo (véase, no obstante, el triste relato de Éx. 32).
[18] Son tardías en Israel las tradiciones referentes a la creación, doctrina que comienza a formularse como tal a partir de la obra de los profetas del siglo VIII a. C., y halla su culminación en la época del exilio babilónico, como evidencia el llamado Deutero-Isaías o Libro de la Consolación de Israel (Is. 40-55). Aunque sin duda Israel tuvo, desde sus orígenes, cierta idea acerca de este asunto (todos los pueblos antiguos la tenían, como evidencian sus mitologías), las tradiciones hebreas más antiguas presentan a Dios como aquel que sale al encuentro de Israel para salvarlo, no como el creador del mundo. Fue el contacto con otros pueblos en Canaán, y especialmente las posteriores invasiones asirias, lo que provocó en la reflexión de los profetas y hagiógrafos la idea de Yahweh como un Dios universal, Señor de cielos y tierra, y por ende, originador de todo cuanto existe.
[19] Heb. tehom, vocablo emparentado con el acadio Tiamat, uno de los dioses primordiales de la mitología mesopotámica.
[20] Los vocablos hebreos shemesh, el sol, yaréaj, la luna, y kokhabim, las estrellas (entre ellas los planetas, con sus nombres particulares) muestran asonancias con nombres propios de divinidades paganas asociadas a los astros; por eso el hagiógrafo no los menciona como tales.
[22] Cf. el mito oriental de la Magna Mater, tan extendido entre los antiguos.
[23] El Hexamerón de que hablaban los antiguos. No entramos en la discusión acerca de si Gn. 1:1-2 forman parte del día primero o si, por el contrario, expresan un tiempo anterior, una creatio prima que habría precedido a la ordenación del mundo tal como hoy lo conocemos.
[24] Heb. shabbath, que significa “reposo”.
[25] Cf. las disposiciones sabáticas de Éx. 35:1-3 o Lv. 23:3, entre otras. En relación con el mandamiento sabático del Decálogo, observamos que, si bien en su redacción más simple se remontaría a los tiempos de Moisés (algo así como Santifica el sábado), sus explicaciones añadidas son muy posteriores. Dt. 5:12-15, la más antigua (aunque la tradición deuteronomista es muy posterior a los acontecimientos del éxodo), justifica la observancia sabática en Israel como una necesidad real del pueblo: Israel era una nación de esclavos que precisaba de un descanso recordatorio de su liberación. Éx. 20:8-11, en cambio, de clara hechura sacerdotal y contemporánea en su redacción definitiva del Primer relato de la Creación, la retrotrae a los orígenes del mundo. Ni que decir tiene que el judaísmo más conservador ha hecho de esta segunda la explicación canónica, y así se ha transmitido también al mundo cristiano: cuando pensamos en el Decálogo, nos dirigimos de forma mecánica a Éx. 20, como si Dt. 5 no existiera.
[26] Axioma del cual partimos por considerarlo indudable, aunque no nos adentramos en el laberinto de su explicación o de su funcionamiento.
[27] Como han notado desde siempre los intérpretes de las Sagradas Escrituras, al iniciarse esta composición con la declaración lapidaria En el principio creó Dios los cielos y la tierra (Gn. 1:1), se obvia cualquier tipo de teogonía al estilo de las mitologías antiguas, al mismo tiempo que se afirma la realidad de la presencia permanente de Dios, sin que ello se preste a ningún tipo de elucubración acerca de su ser. Ha sido, pues, todo un acierto hacer que, en la recopilación y ordenación definitiva de los escritos sacros, estas palabras se hayan convertido en las primeras de toda la Biblia.
[28] Así las teorías sobre la eternidad de la materia o la energía, que a veces se postulan como axioma científico.
[29] Ni siquiera se apunta en este relato a una Creatio ex nihilo o creación de la nada, concepto filosófico posterior y de inspiración helena, que se encuentra en el apócrifo 2 Mac. 7:28 (BJ).
[30] El concepto de Naturaleza, tan caro a nuestros coetáneos y a nuestra civilización occidental desde los comienzos de la llamada Era de la Razón (siglo XVII), e incluso antes, es completamente desconocido en el pensamiento de las Escrituras. Ya sea que se conciba como un conjunto de fuerzas ciegas, ya como una entidad cuasi-personal, está ausente de las páginas de la Biblia, dado que la revelación exalta siempre la obra permanente de Dios en el cuidado de este mundo.
[31] Su campo semántico es, por tanto, más limitado que el del verbo “crear” en castellano. Sin embargo, en la lengua fenicia, idioma emparentado con el hebreo del Antiguo Testamento, este mismo verbo alude también al trabajo de los artistas.