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Procusto y la intolerancia


La intolerancia es una actitud de no respeto al otro por su forma de pensar, actuar u otras condiciones intrínsecas a su “ser persona”

Rvdo. Juan Larios - A PROPÓSITO DE LA MISIVA DEL CEM A LA IEE.

Por el mero hecho de ser diferente y no coincidir con las opiniones o ideas del intolerante. Pero la intolerancia también es sinónimo de incapacidad. Incapacidad para comprender, incapacidad para desarrollar las bondades de lo humano, en definitiva, incapacidad para ser persona en toda su expresión y construirse en libertad y justicia.

Existe, en la mitología griega, un personaje que es el paradigma de la intolerancia. Procusto, hijo de Poseidón, poseedor de una estatura y fuerza extraordinarias. Procusto atraía a sus víctimas a base de lisonjas y buenas palabras para administrarles después los peores suplicios. Procusto tendía a sus víctimas en un horrible tálamo de hierro. Si las piernas de la víctima sobrepasaban la medida del lecho, de un tajo cortaba lo que sobraba de sus extremidades; si, por el contrario, se quedaban cortas, estiraba los miembros hasta igualarlos a la longitud de la cama. Procusto es también, a parte del paradigma de la intolerancia, la representación perfecta de la mediocridad y estupidez humanas, que no hace sino generar cárceles mentales y de todo tipo. Es la perversión de la solidaridad, de la ilusión, de la esperanza y el progreso, tanto humano como del conocimiento. Es la tiranía del autoritarismo que no tolera otra cosa que no sea su propio juicio, criterio y pensamiento.

En estos días hemos recibido, con gran dolor y tristeza, la noticia de que el Consejo Evangélico de Madrid (CEM) conmina a la Iglesia Evangélica Española (IEE) a retractarse de lo expuesto en la llamada “Declaración de Manré”, aprobada en Sínodo General por la propia Iglesia. Si no lo hicieran, las comunidades de dicha Iglesia en Madrid serían objeto de expediente de expulsión de este consejo.

Procusto sigue vivo. Está presente en estos abusos de poder, en estas conductas y acciones destructivas. Conductas y acciones que destrozan y mutilan la comunicación y la convivencia pacífica; y todo por la prepotencia e intolerancia incapacitantes que no permiten pensar y entender la amplitud, en este caso, del propio Evangelio de Jesucristo, así como el desarrollo de la propia Iglesia y su misión. Esa tendencia que se convierte en imposición de la uniformidad como única forma de interrelación, no tiene nada que ver con el Evangelio, mucho menos con el espíritu y principios de la Reforma Protestante.

Procusto sigue vivo. No ha perdido fuerzas. Pero no puede pensar ni alcanzar a razonar en libertad. Sigue prefiriendo el destrozo del otro antes de perder el control. Procusto no entiende de inteligencia, porque ésta radica en la habilidad para saber convivir con lo diferente, con lo distinto, y esta no es, en absoluto, una de sus competencias.

Etimológicamente hablando, “tolerancia” viene, en principio, del latín tolerare, es decir, llevar, soportar, tener fuerza de carga, sostener. Cotidianamente hablando, Tolerar significa, entre otras cosas, admitir ideas y opiniones distintas de las propias. Esto quiere decir que la tolerancia es sufriente porque acepta y escucha opiniones o criterios que no se comparten. Digamos que la tolerancia es principio irrenunciable para la convivencia pacífica y creativa. Pero no basta con la tolerancia, porque en el fondo, en ella, radica también un fuerte sentimiento de superioridad con respecto a los criterios del otro. Es necesaria también la comprensión, el esfuerzo por comprender y el respeto; es decir, entender, aprehender completamente lo que está sucediendo o lo que se dice. Comprender lleva consigo un fuerte esfuerzo por entrar en la manera de pensar y actuar del otro, pues se entiende que el otro tiene la misma capacidad y dignidad. Por tanto la comprensión y el respeto aceptan y ven en el otro igualdad, aunque sea diferente. Esto, parece ser que el CEM no lo entiende, tal vez porque actualmente quienes lo dirigen y controlan no están capacitados para el entendimiento ni la lectura comprensiva de la realidad en la que vivimos.

No deberíamos olvidar que la intolerancia proclamada es el fundamento de un sinfín de despropósitos, entre ellos el racismo en todas sus formas, la discriminación, la estigmatización del otro y la exclusión.

No podemos seguir admitiendo, irresponsablemente, estos fundamentalismos religiosos, y mucho menos cuando se esconden dentro de instituciones o corporaciones que no nacieron para la exclusión, sino todo lo contrario. Hay que desenmascararlos y colocarlos en su lugar, pero para ello hemos de tomar consciencia de esta realidad y abordarla con decisión y dejarnos de buenismos estúpidos que no conducen sino a seguir alimentando la locura de tales procustos. A nadie se le escapa ya el giro vertiginoso que las corporaciones “no católicorromanas” (CEM, FEEREDE, AEE) están dando hacia el conservadurismo, incluso fundamentalismo en algunos casos, y que, en el fondo, responden a una muy determinada ideología política venida del otro lado de los mares. Este nuevo y renacido fundamentalismo cristiano español no tiene otra forma de legitimación que apelar a la literalidad de los textos bíblicos y una praxis doctrinal única, desde sus propios criterios, pero muy alejadas de la realidad del espíritu del Evangelio. Estos nuevos Procustos proclaman a los cuatro vientos la impermeabilidad y pureza de sus prácticas y doctrinas, por tanto hay que defenderlas de cualquier influencia externa que consideran dañina para sus postulados y propósitos. Son posiciones monolíticas que condenan al otro por pensar y actuar diferente.

Pero no olvidemos que el conservadurismo no tiene futuro, ni es creativo, porque está incapacitado para tal tarea y porque no tiene otro interés que defender lo que considera que le pertenece. De ahí que se aferre a los literalismos y autoritarismos. Su deseo es que todo permanezca como está. Pero resulta que no somos dueños ni del Evangelio ni de la Gracia, no son propiedad nuestra, por tanto es estúpido y peligroso erigirse como tales.

Estamos aquí para ser testigos del amor y la gracia que nos han sido dados, para hacer, tanto de lo uno como de la otra, una realidad visible y palpable, y para ello no nos queda más remedio que erradicar estas formas de vivir la fe cristiana e involucrarnos en un diálogo eficaz y en igualdad con la sociedad en la que vivimos. Involucrarse en los conflictos y problemas del mundo es una vocación que nos viene de quien nos ha dado la existencia, pues esta vocación y compromiso son testimonio del propio Jesús.

Por tanto, la Iglesia ha de ser instrumento pacificador y de justicia, constructora del Reino, liberadora y sanadora, incluyente en todos los sentidos y no excluyente. Si el CEM ya no es capaz de entender estas cosas, tal vez sería bueno plantearse seriamente dejarle a su propia deriva.

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